Lo viré hacia mí.
Solo balbuceaba un nombre. Un nombre perdido en las brumas de su rostro pálido,
sudoroso. Intente reanimarlo. Pero no, solo el silencio fue atmósfera que
hipnotizaba el lugar con sabor a muerte. La decadencia de su entereza era
estimulada por un feroz eco que venía debajo de la tierra. Levántate y anda, le
dije. Aunque sea por última vez y llévame al origen de ese nombre. Me miraba.
Me miraba con sus ojos sumidos en la pena que le embargaba. Del nombre nada. Se
incrustaba en mi cierto dolor. Sus ojos querían hablar pero no…No la tumba
estaba más cerca. Sin más levantó un brazo y puso su mano sobre mi hombro. Y
cayó, cayó bajo las ciénagas de la nada. Le cerré los ojos en ese instantes los
cristales de la casa crujieron en ruptura, en ese instante las puertas se
abrieron y cerraron, se cerraron y se abrieron. Un halo azul verdoso emanó de
su vientre. Un halo que daba cierta paz. Me envolvió. Me arrastró hasta las
afueras de la casa. Era de noche. Noche de luna llena. Oh que bella estaba. Me
llevó hasta las oscuras profundidades del bosque donde la luna no se avistaba.
Allí había una fosa cavada esperando ser ocupada por alguien. Me empujo dentro.
Sentía como poco a poco la tierra iba cayendo sobre mi cuerpo. Yo luchaba,
gritaba. Pero había algo, algo que me había quitado toda la energía. Estaba inmóvil,
mudo…
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