El silencio. Se retuerce bajo los
oscuros cielos donde los astros entonan cierta luz. La marea corretea en el
hechizo de los corazones sobre sus pieles. Historias de dos se vierten en esa
lluvia venidera de un otoño que luce la calma.
XX: Estoy mayor. La casa se me hace grande. Los cuadros que
cuelgan de sus paredes emanan un llanto que hace que se revivan secuencias del
ayer. Estoy cansado. No sé. Todo se vuelve sombra de nubarrones que adquieren
el lánguido cuerpo de mis pasos. Sí, ya sé que me escuchas. Ahí sentado.
Mirando siempre ese rosal blanco que parece el manto de lo que nos esperas. Sí,
agotamiento. Mi ser se extingue y tú ahí. Mirándome, observando. Ahí amor…
YY: Aquí estoy mirándote. El rosal ya se ha secado, es
estéril como nosotros. La vejez llega y con el ella la desgana nos embriaga en
un mundo de paredes blancas. Te acuerdas de nuestra última velada. Sí, ese
concierto hace años donde los componentes de traje negro nos decían de lo
triste que es la vida, ese ser anciano sin que nadie te venga a visitar. Solo
cartas y cartas. Cartas que llegan de los pocos amigos que nos quedan, que nos
recuerdan. Me siento cansada yo también. Deberíamos hacer algo. Hay marea baja.
Un baño, no te apetece…
XX: Que hablas mujer. Esto mullido. Por muy pequeñas que
fueran las olas nos llevarían. Ya no hay fuerzas.
YY: Fuerzas. Aunémoslas. La tuya y la mía. La mía y la tuya.
Dos cuerpos en uno.
XX: Hacer el amor cuando las estrellas son horizonte que nos
acoge. Hacer el amor cuando el océano precipita un ronroneo que nos hará crecer
a lo largo de nuestro yo. Tú y yo. Yo y tú. El último baile. Para que más.
Horas y horas pasan aquí sentados. Tú con tu viejo rosal yo con mis viejas
pinturas. Sí, levantémonos. Ya es hora.
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