Ecos y ecos.
Las paredes se estremecen, mi cuerpo tiembla, mis ojos son blancos. Creo estar
muerta, embargada en otro mundo del cual no podré regresar. Me pregunto por
qué. Por qué a mí. Su bestial grito abre la puerta. Viene y viene. El miedo me
paraliza, me deja estática y helada. Siento que me hago las necesidades encima.
No puedo moverme. Viene y viene con sus dientes de cuchillos, con su grosera
voz, con su aliento de tumbas. En un rincón me siento de cuclillas. Esperando,
esperando su último golpe. Herida. Ya no
se llorar. Solo esperar y viene y viene. No recuerdo nada. Solo mi vida barnizada de un gris oscuro, de
cenizas. No pude levantarme. Ya era
tarde. Psíquicamente y físicamente me siento agotada, encarcelada. Un golpe y
viene y viene. Adiós. Está bien de mascaras. Estoy cansada. Tanto que bajo
tierra no soy más que un leve aroma de una vida perdida. Sí, perdida en el
laberinto negro de sus manos.
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