Esas llanuras
inconfundibles donde el auge de la hierba fresca juguetea con tu piel. Esas
cimas en las que gravitas como pinzón azul de la libertad. Nubes que pasan. Una
lluvia que viene. Y tú. Así, ensimismada
en el girar y girar de esas horas que no más que son la llamada a la caída de
la tarde, al regreso de la luna. Ves el horizonte de un azul oscuro, astros que
se esconden tras el resplandor de esa masa gris. Vienes por puentes de donde
fluyen hojas verdes como beso a la vida, a la vida. Algo triste, tal vez. Algo alegre, quizás.
Pero vives. Vives en ese paisaje que tus ojos alumbran cuando la noche te hace
un hueco. Ay la noche. Silenciosa, solemne. Carruaje que se expande detrás de
los muros llevados por una brisa suave. Ahí estás. Corriendo, corriendo. Hasta
que el agotamiento colme tu inquietud.
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