Cuando llegó
bajo su techo las puertas se cerraban, se abrían. Quedo dudosa si continuar
volando entre ellas. Puertas que se cierran y abren. Por qué, se preguntaba. El
temor no hizo hueco en sus carnes sino que se extendió en un entrar y salir que
la llevaba por unas atmósferas abierta donde el tintineo de su vida se
visionaba en fotogramas. Puertas que cierran en el último aliento del recuerdo.
Puertas que se abren en el inspirar e
espirar de una visión nueva. Observaba un jardín donde la plenitud del astro rey desenvolvía
las flores en perfumes que le susurraba cierta paz. Se erigió a su cama de
sábanas blancas y allí se tendió rodeada por la más exuberancia gotas de
pétalos de rosas. Todas las puertas se abrieron y una fugaz brisa acarició su
tez. Espero hasta el anochecer a su amante. Ese amante que tan había ensoñado
en el curso de las horas. Tic-tac. Tic-tac. Un beso en el cuello la elevo hasta
el amor y la luna hermosa descendió para mirar, para ser caricia de esa pasión.
Una pasión perdurable en el transcurso de los tiempos. Sus bailes enfocaban un
sudor de pecho a pecho así abrazadas con el girar de los años. Y la luna
miraba. Y los pétalos de rosas crecían y crecían. Y las puertas ya ni se abrían,
ni se cerraban. Solo ellas y el infinito amor.
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