Un vacío.
Naves inconclusas por llegar a la frontera de los deseos. Gritos que callan
cuando el nocturno sobrevuela sus almas. Caemos. Nos rajamos. Nos
despedazamos. Y un movimiento ligero de
brisa nos hace perder nuestro destino. Un árbol cruje en el silencio. Nos
arrimamos a él y de rodillas suplicamos la huida del llanto, de ese azorar que
agota la existencia. Lágrimas recorren nuestros rostros desnudos. Y cuando
abrimos los ojos la nada, la nada de una muerte lejana.
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