Sentada, desnuda con el horizonte velando tus ojos,
tu rostro. La calma reina, el sabor de
la marea te arranca de los desequilibrios de la jornada. Y esperas, esperas que
todo siga igual. Así, con tu mirada puesta a aguas tranquilas en una tarde que
viene con sus espumas y rocas. No hables. Para qué, te dices. Solo el acallar
golpea tu corazón que se abre a las bellezas de este mundo, de estas ínsulas.
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