Nos envolvemos en ese sol que es
aventura de una nueva jornada. La devoción del despertar mece caracolas en el
universo que avisan del canto agónico de otros pueblos. Caminamos sembrando
besos, alegrías pero la mediocridad de algunos nos embriaga de un llanto, de
una pena que nos retuerce en el rincón más oscuro de la vida. Ah, sí, la vida.
Esta vida que con murallas vamos deshaciendo nuestra sonrisa hasta no más que
ser aves sin alas que se envuelven en nubes arrugadas. La bruma viene, el sol
se va. Y nuestra mirada se pierde en el infinito de unos sueños que dejan mal
aliento, un mal sudor que nos agazapa en la tristeza. De qué sirve vivir bajo
las balas de la sangre, balas de chinchetas que suprimen la esperanza. Y sin
embargo, quiero soñar. Sí, soñar que este mundo irá por las sendas de la paz. Sí,
soñar que las almas indefensas son auxiliadas por el aroma de los pájaros que
cantaran que todo esto se ha acabado. Sí , acabado. Dame la mano ¡Dame la mano
amigo, amiga¡ Y caminemos sobre una tierra de flores, de igualdad, de
solidaridad, de justicia. No más dolor. No más violentas neblinas que nos
ahuyente del vivir, de la sonrisa intacta de una atmósfera donde los ecos del
silencio nuestro mañana.
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