Un enjambre de
sueños que sucede cuando la luna rota evoca esas batallas donde la inocencia
emerge entre espinas. Rostros pálidos. Rostros rociados de sangre. El goteo de
una metralla que vomita vidas que se pierden descalzos en la nada. Una nube
gris. Una nube negra. Una nube de injusticia brota sobre las tierras de la
agonía. Y ahora secuelas que inducen a la ceguedad del mañana, del hoy. Un beso
que muerde los vientres. Un beso que saca ojos en medio de bombas engendradas
por las malévolas garras de la bestia humana. Así somos. Y callamos a la muerte. Y callamos
a las alas rajadas por el silbido del último aliento. Somos observadores de la
devastadora masacre que en otras tierras acuchilla a las almas. Y vienen los
sueños. Y viene ese sudor frío que precipita acantilados donde caemos al vacío.
Los hijos del sol heridos, con cicatrices perdurables. Los hijos del sol
cadavéricos, con la marca del hambre de sus huesos.
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