jueves, junio 12, 2014

Blanco...

Solo te pedía un poco más de tiempo. En esta carta que me has enviado todo se ha desvanecido en un velo blanco que anuncia la muerte, el adiós.  Corro rápido al metro y parada tras parada pienso si tú te subirás como antaño. Pero no, rostros de ojos blancos priman en cada detener de este aparato. Llevo puesta la misma ropa de siempre, de cada jornada de que se enciende el día hasta la caída de la tarde: unos vaqueros, una camisa negra y unas playeras.  Me bajo en la última parada y desesperada asciendo hasta donde la luz del día incida en mis ojos marchitos. No estás. No lo entiendo, me digo. Sobre mi llevo esa carta y comienzo a leerla en voz alta, muy alta. Para que me escuchen. Ya sé que la primavera se ha ido. Ya lo sé. Pero tú en ella insiste, insistes en que toco se acabado y que no tienes más palabras. Para qué, me pregunto ¡Tanto hemos hablado¡ No sé. Persigo cada mirada y solo una paloma se posa ante mí. Qué pena no tengo nada que darle solo tus últimas palabras “Todo se ha acabado”. Rompo la carta y se la doy. Quizás se puedan alimentar de algo de tu adiós como yo me alimento en lágrimas, me digo. Tendré que parecer uno de esos oradores que se ponen en la puerta del metro con el mismo sermón. Lo que ocurre que el mío es diminuto y punto “Todo se ha acabado”. Una especie de rabia penetra en mi estómago y trepa hasta mis sienes y grito. Sí, grito. “Maldito seas”, digo. “ Te maldigo”. “Espero que te pudras en los banco blancos mientras esperas a otra”. Ahora me miran. Alguno que otro me aplaude ¡Que he hecho¡ Pero me siento feliz, me siento desahogada de tanta y tanta mentira. Sí, el amor eterno. Tú creías no. Tú lo aceptabas no…Tú lo repetías. Pues muy bien “Todo se ha acabado”. Ay me siento decaer. Este descargue me ha infiltrado cierta fatiga, cierto agotamiento. Me voy. 

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