Llega la noche. Una luna. Unos
astros. El nacimiento de abruptas montañas que en la oscuridad son recortes del
firmamento. Los pasos que se pierden por un monte donde el gemir de un ser
susurra a la brisa. Se sienta bajo un árbol, sobre una húmeda roca y allí
arroja todo ese dolor que lleva en sus entrañas. Un dolor que lo retuerce hasta
la quemante sequedad de sus labios. Mira arriba, entre las copas de las
arboledas. Una pequeña luz es la señal. Sí, la señal de que debe elevarse y ser
parte de la tierra. Habla consigo mismo, un monólogo que lo desahoga, que le
hace revolverse y ascender en verticalidad.
Dime luna por qué.
Por qué son tan tristes mis pasos
Por este mundo donde todo parece podrirse,
Hundirse en sus propias garras.
Dime, contéstame.
Aquí estoy envuelto en la madre naturaleza
Me he alejado de todos aposentándome sobre una tierra
Donde todo es sonata del amor, del frescor de su aliento.
Sí, aquí estoy luna hablándote
Preguntándote si las grotescas balas del infierno
Edificada por manos sucias cenizas
No acabarán con el tintineo de los arroyuelos,
De un astro rey que ahora duerme.
Ay luna, te miro, te observo
Y me enamoras.
¡Tanta pureza¡ ¡Tanta nobleza¡
Pero a la vez tan intacta y estática.
Qué hacer.
Todo se va.
Sí, se va por las sendas de la autodestrucción,
Por ese camino donde minas y hambre
Ciegan a los hombres, a las mujeres, a los niños.
Y tú ahí.
Sí, ahí vigilante, a la espera
Que todo esto acabe.
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