Y subes por
los pedregales de la conciencia. Te arrimas a esas hierbas que con su frescor
mecen una canción a la alegría en cada grieta que respiran a la atmósfera que
te envuelve. Puede que te embarques sobre nubes cuando ahí, en lo alto, seas
esa ave acurrucada que vive de sus sueños. Por qué no soñar. Las montañas
dibujan claro oscuros de la aurora. Y ahí arriba, en la cima de tu ser, aleteas
tus deseos, tus pasiones. Ya no te importa nada. Tu misma, tu sola sigues la
ruta que el corazón te lleva hasta ser perfecto equilibrio mente cuerpo. Asumes
que tienes que irte, que aquí ya no haces nada, no eres nada. Pero serena alzas tus brazos de los cuales manan
plumas verdes, amarillas, azules en el ascenso por esa bóveda broncínea.
Vuelas. Sí, vuelas. Lejos, muy lejos. Hacía donde tu rostro con ojos de vida,
de alegría amenizan tierras nuevas donde crecerás como árbol nuevo cuyas raíces
perpetuaran tu destino.
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