La sombra de
las nubes escucha el ronronear de mi corazón. El viento calla, ha dejado de ser
caminante de cada rostro, de cada mirada. Caravanas de cuerpos tiznados de una paleta gris se acrecienta
a medida que las calles son silencio. Busco el latir de tus labios sobre los míos,
la caricia perfecta. Sí, esa que hace estremecer cada una de mis pisadas en tu
búsqueda. Te llamo y un planeta decaído, lánguido me responde. Sus palabras
saben a hiel, a una mezcolanza entre agonía y seducción roto. Dónde está la
belleza. Algo queda. Supongo que algo de amor bajo la cotidiana alfombra de
astros será luz para mi algún día. Ahora
cuidémonos. Cuidémoslo. Esto, donde habitamos cuya aroma sabe pena tras las
perturbaciones del hoy, del ayer. Y mi
corazón ronronea. Gravitando bajo las aguas de una cascada que no más son
llanto ante tanto desastre. Límpidas son pero cierta indiferencia las
transforma en ese lodo donde un pinzón
azul deja sus alas. Alas agujeradas, rotas, rajadas por el grotesco tintineo del ser.
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