Imaginaba. Si su mente traspasaba los muros de los
sueños y con ella quería volver al interior. Al interior de la isla donde los
valles encantados por las arboledas emergían de la nada. Avanzó. Cerró sus ojos
y espero el viento del interior para que la llevase. La espera no fue muy
largo. De pronto sobre una tierra húmeda y de hojarasca estaba. Miro al cielo.
No pudo verlo. Las ramas con sus hojas exuberantes
era techo. Ya estaba en el interior. Busco agua. Y allí la encontró. Un pequeño
arroyuelo que se hallaba ante ella. Bebió y bebió hasta saciar sus sueños, su
sed. Y cuando hubo terminado ahí estaba su alma mirándola fijamente, frente a
ella. Ella también la miró. Se sonrieron.
Alma: Nos vemos bello ser. Tanto
y tanto ha sido tu deseo que ahora estás aquí.
Ella: Sí, estoy aquí. En mi
lugar. Aquí donde el agua mana de las profundidades, donde la naturaleza da
aliento a mi vida.
Alma: Ya no me necesitas. Me
despido. La paz y el equilibrio pueblan en estas tierras interiores y tu ahora
eres libre. Libre de saborearlas.
Ella: ¿Me dejas?
Alma: Sí
Ella: Sí, estoy ahora con mi
amor, con la belleza. Imaginando,
imaginando un mundo feliz.
El alma se va, se evapora. Ella
se queda como pensando. La ve esfumarse poco a poco y su sensación es de
plenitud. Unas mariposas libres que por allí andan revolotean alrededor de
ella. La animan, le hablan.
Mariposas: Ahora eres como
nosotras. Libre. Hermosa. Con tus alas
dispuestas a recorrer este valle donde hallarás el renacer de tu ser.
Ella: Eso quisiera. Pero el alma
se me ha ido. Me ha dejado sola. Ahora soy una.
Una sola.
Mariposas: Y para que más. Uno
solo puede desembocar en la perfección de sus movimientos, de su cavilar
siempre y cuando no acometas algún grave error. Si ello pasará. Ella volverá.
Ella y la naturaleza. La naturaleza
y ella. En pleno éxtasis que es lumbral de la vida.
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