Recogido bajo
su sombra. Así con sus alas abiertas por el viento norte llegaba. Ya era oscuridad. Un firmamento con sábanas
de astros se podía casi tocar. Él lo intentaba. Intentaba rozar esas estrellas
que con su brío le daban cierta serenidad solemne. A lo lejos veía su pueblo, su aldea como se
iba consumiendo. La bestia negra había llegado. Desolación de arboledas y ríos.
Tendría que huir. Si huir para no ser uno más. Uno como ellos. Esos de corazón
negro que devasta todo lo que pisan, todo lo que tocan. Pero el viento norte no
llegaba. Meditaba en las ancestrales danzas de sus gentes. En el ritmo pausado
de sus días y noches en aquel lugar. Siempre ahí. Toda la vida ahí. Ahora todo
era destrucción de su cultura, de sus costumbres. Sabía que ello iba ocurrir se
lo había dicho el lamento de los perros. Ellos anticiparon el desastre. Ahora
que todo era cenizas estaba recogido bajo su sombra, con sus alas abiertas
esperando al viento norte. Irse, volar lejos donde empezar de nuevo. Pero no llega. La atmosfera que lo envuelve
que lugar está ahí. Ahí donde la naturaleza es arrasada para no sé qué. Mis
montañas, se dice. Mis árboles, se dice. Mis raíces, se dice. Danzaré con la
corriente de aves migratorias que vengan a beber de esa agua que corre sobre la
tierra. Danzaré con el frescor de un crepúsculo que me de aliento para seguir.
Para seguir esperando la ida de la bestia. La pena brota sobre él. Espera el
viento norte. Que no llega ¡Qué no llega¡ Sus sueños se lían a su fuerza.
Persevera su sangre. Perseverar su danza.
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