Huellas que se
pierden tras las colinas rojas del misterio.
Ahí está bien. En esa ascensión que escupe raíces en la sombre verde de
la esperanza. Nos ponemos de pie.
Miramos. Y a lo largo de un desfiladero un sol naciente azul nos da el seguir viviendo.
Viviendo bajo cascadas que emanan arboledas enrarecidas por la atmósfera que
nos rodea. Reposamos. Nos acostamos en
las vertientes donde el logro de ser humano nos devuelve la armonía. Este mundo
degradado por las pezuñas incoherentes de las guerras, del hambre, de la
injusticia. Pero aquí estamos emergiendo, luchando por un vuelo blanco de aves
que nos llevarán a la calma, al equilibrio entre pueblos. No sé cuándo. Esperamos que generaciones venideras se
sujeten a esos puentes colgantes de la paz, de la libertad. Ahora todo es
triste. La pena acecha con sus dientes de sangre, con sus alas
desplumadas. Y caemos en un sueño
profundo y eterno. No. No más desgracias. No más llanto. Cubrámonos de agua. Agua que corre por
nuestra garganta hasta saciar la sed. No. No me mires hasta que fosas donde
corre la hierba fresca me de descanso.
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