Lluvia. Parece que llueve. El
frío se atasca en los cuerpos que semidesnudos vagan en la orilla de una playa.
Van a ver el girar y girar de las gaviotas en busca de su presa. Ellos quieren ser como ellas. Zambullirse y
ser libres en sus cuerpos sumergidos en el océano. Llueve. No importa. Qué más
da. Seguir el ritmo del alma que vaga por las mareas incesantes. Todo es uno,
uno es todo. Somos ese eco que se escabulle en los rincones más abruptos, más
rompientes de un oleaje que va y viene. Que va y viene…Contemplamos nuestros
corazones que laten con la fuerza certera de chácaras y tambores. Somos fuertes. Y en nuestra fortaleza nos concentramos en la
esperanza, en la llamada a un mundo que parece emerger de sus sobresaltos.
Llueve a lo lejos. El arco iris ha salido. Dando una nueva visión a nuestras
expectativas, a nuestras querencias. Nos agarramos a como resonar de colores
vivos que nos harán seguir. Se escucha el rumor, el rumor del oleaje, el rumor
de las gaviotas…Y volvemos a nuestra habitación. Sí, una habitación de paredes
de nubes donde nuestros sueños vuelan y vuelan al encuentro de la dicha. Hay
paz en esos instantes. Una paz que se va enhebrando por nuestras piernas hasta
llegar a nuestra conciencia. Llueve.
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