Contemplaba el surcar del oleaje
mientras la noche se aproximaba lenta.
Acogía en mis manos cada astro, cada polvo interestelar cuando la luna
era vacío. Mis ojos, dos flores
eclipsadas se introducían dentro, muy adentro.
No tenía ganas de abrirlos. Para qué. El aroma que insuflaba el océano
era conmovedor. Daba una visión bella de lo que es la vida. Despacio me
arrodille y con los brazos en alto inspiré e espiré de ese elixir de su magia
en soledad. Comencé…a ser parte de la
naturaleza, de su ritmo hermoso y perfecto.
Me transformé en mariposa blanca cuyo vuelo delicado es fuerza de
voluntad. No muy lejos observé un islote. Hacía allí fue con la energía que dan
los sueños. Era un pedazo de tierra cuya exuberancia concurría con cascadas
salvajes y piedra volcánica de reciente formación. Me enamoré. Sí , me enamoré
de su esplendor. Era maravilloso. Allí fui otra vez persona. La laurisilva me hechizaba. Inspirar e espirar
ese era mi gozo de ese paraje. Me levanté. Anduve. Me encontré con cierto ser.
Un ser paralelo a mí en busca de la paz y el amor. Nos abrazamos hasta que la
eternidad nos llevo al cansancio. Sí, cansancio. Nada es perdurable. Allí ahora
están nuestras fosas. Quiero decir la única fosa. La cavamos cuando sabíamos
que el final iba a llegar. Ya la naturaleza se encargaría de lo demás. Por ello. Cuando vayáis a ese islote
escucharéis el silbo de nuestra canción de amor. Y cuando llueva será nuestro
sudor cuando hacíamos el amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario