Que se escucha. Que es lo que se
escucha. Una voz en su grito y un tambor que raja el sentido del equilibrio.
Nos balanceamos sobre cuerdas flojas. Nos afligimos en el rompiente eco del
oleaje. Pero vamos hacia el. Hijos de los océanos cuyo magma que rebosa en sus
entrañas se estremece y escupe la sepultura de nuestros llantos. Sí. Llantos.
Penamos cuando no hemos escuchado el vagar de las aves en el horizonte. Solo,
el resquebrajar de atmósfera ante un chaparrón y una ventolera que no cesa. Que
no cesa. La tarde. Sí, es la tarde. En la mitad de la jornada nos cruzamos con
el insostenible resoplido de yeguas desbocadas en busca de su libertad. En
mitad de la jornada topamos con el incontenible vacío de nuestro corazón en las
ansías de la esperanza ¡Dónde están¡ Marginadas bajo la sombra de un precipicio
que nos induce aproximarnos con la celeridad del adiós. Adiós decimos. Y de
nuevo renacemos bajo un añejo árbol que habla de la espera.
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