Lluvia.
Viento. Lluvia y viento que con ojos agrietados miran a una atmósfera que se
purifica a medida que cuerpos con el alma aterida por el frío andan sobre
puentes de espejos. Ahí se refleja los ecos de sus vidas, de sus
cotidianeidades que envueltos en sombreros de hojarasca esparcen al vacío.
Viento y lluvia. Lluvia y viento. Ese norte cuya eclosión de la estación otoñal
nos deriva por rosas negras idas de nuestros corazones. Caminar y caminar.
Lluvia y viento. Viento y lluvia. Inspirar e espirar cuando desembarcamos sobre
anchas avenidas donde las olas rompientes nos dice de nuestro destino. Caminar
y caminar. La oscuridad de la noche cerrada. La oscuridad que cuelga de un
candelabro bajo las nieblas de la inseguridad. Pero seguimos. Lluvia y viento.
Seguimos por los senderos recónditos de nuestros pensamientos. Creamos alguna
ilusión, algún sueño que intenta atrapar nuestras manos. Pero todo se va. Se
va. Se desintegra en concordancia a lo que nos empeñemos. Algo queda. Algún
pedazo de nuestras penas hasta llegar a su logro. Lluvia y viento. Viento y
lluvia. Despacito nos despedimos de esta jornada y sobre camas forjadas en
hierro caemos. Caemos con la condición de que ese lecho nos de entereza para el
remar y el remar del día venidero.
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