Ahora no.
Decía la abuela. La noche nos envuelve en su nostalgia, en sus deseos, en sus
leyes y ahora no has de barrer. Espera mañana. Dicen que si barres en la noche
la suerte se va, se fuga a esos lugares cavernosos donde tu ser no existe.
Encendamos unas velas, velas blancas para la purificación de nuestras almas. A
quien se le ocurre barrer a estas horas. Qué será de nosotras. Has cometido una
torpeza. Pero no pasa nada. Con estas velas limpiaremos la atmósfera de los
males. La nieta no comprendía de esas supersticiones. Pero le hacía gracia. Era
cómico ver aquella anciana encendiendo velas por toda la casa, apagando luces.
Puso la escoba detrás de la puerta. Para que las malas visitas se vayan, dijo.
Ella miraba como su figura encorvada, como sus manos arrugadas con cierto tic
nervioso iban de un sitio a otro. Tienes que aprender querida hija. Por favor
cierra las ventanas el viento viene y se llevarán las llamas provocando cierto
hechizo negativo en nosotras. Tienen que estar enteras y apagarse cuando el
alba suene. La nieta la miraba con cierta expresión cómica. La abuela lo sabía.
Pero ella seguía. Ahí hija si tu supieras lo enrevesada que es la vida no
pondrías cara de incrédula. Aun eres joven y nadie te ha hecho daño. Pero hay
manos maléficas, seres indignos de esta sociedad que nada más que satisfacen en
envidiar y hacer el mal a los demás. Lo que implica que están muy aburridos con
su propia vida. La anciana con todo ya listo se sienta en su sillón. Pone la
tele y en cuestión de minutos se queda dormida con la mirada atenta de la
nieta. Un cierto murmullo insufla. Ella se asusta. Será un sueño. La despierta.
Que pasa abuela, que sueñas. Ahí hija en mi marido. Soñaba que estábamos
besándonos y haciendo el amor ¡Abuela¡ Si pequeña niña son cosas mías siempre
sueño con lo mismo. Por qué me has despertado. Nos quisimos tanto…Pobre mío
donde estará ahora. El otro día fui a la iglesia y se lo dije al párroco. Sabes
lo que me contestó. Que fuera al psiquiatra, que como podía…Cómo son estos
curas, a la porra. Yo sueño con mi marido y es un placer a ellos que les den.
Ahora vayamos a dormir. La abuela y la nieta se levantaron del sillón y se
dirigieron a la alcoba. Se acostaron. La anciana pronto se quedo dormida pero
la nieta no podía. No podía con tantas velas encendidas. Por su mente pasaba un
incendio…Y más se estremecía al escuchar el crujir del viento en la ventana.
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