El astro rey con restos de otoño
se ha escondido. Se ha ido tras las nubes que anuncia lluvias. Que vendrán, que
nos acogerán en las sendas de callejuelas sin nombre. Calles donde cada pisada
es un chasquido bello de admiración por su arquitecturas. Calles donde la nada
pasa con el aroma de vientos añejos, con el ritmo de leyendas de siglos. Y
admiramos y miramos cada espacio maravilloso
que ellas nos dejan. Sí, cuando el sol es sobornado por nubarrones que
dicen del agua que va a tropezar con nuestras pisadas. Retornamos al ayer. A un
ayer que sin ser visto ni vivido corre por nuestra sangre como origen de
nuestros antepasados. Que dirán. Sus susurros vienen con historias pasadas que
hacemos nuestros, con vivencias que recobramos a medida que avanzamos y
palpamos cada pedazo de esos muros. Y después regresamos. Como si de algún
pasadizo del tiempo se tratará al ahora, al presente. Cambiamos nuestro rumbo
de ese mundo a otro actual. La efervescencia de la polución nos alumbra. Las
prisas nos hacen tropezar en el insensible charco de paredes muertas.
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