Cantan las aves cuando el
crepúsculo luce su traje de fuego. Una vestimenta que traerá la lluvia otoñal
de un mes de noviembre. Los cuerpos se elevan y se emancipan de sus cobijos.
Caminan con sus ojos legañosos a través de una ciudad donde la prisa despierta
la estridencia de la polución. Vamos se dicen unos a otros, vamos a ese lugar
donde las horas de hastío nos lleva café tras café. Otros sin embargos absortos
de ver sus manos vacías vagarán con desgana de puerta en puerta con papeles que
serán cenizas. Pero hay que seguir. Sí, lanzarnos como esas cenizas a una bahía
donde la esperanza se hace vertical y abandera los sueños de tiempos
mejores. Siguen las aves con su ritmo,
ritmo que tomamos como la alegría del vivir aunque estos tiempos nos lleven por
senderos serpeteantes en la incertidumbre. Despierta la mañana y con ella
continuamos. No hay que mirar el atrás sino volar, correr donde el alegría nos
de una pizca de optimismo para ir escalando estas montañas abruptas de la
caída. La caída de un pueblo, de unos seres que se miran sin desesperación sino
con la pena incrustada en sus óvalos. Cantan las aves ¡Que maravilla¡ Respirar
del frescor del alba cuando aun quedan horas para el termino del día.
Levantémonos, seamos esos diques infranqueables donde una marea fea no nos
induzca al derribo, al ahogamiento de nuestros sueños, de nuestros derechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario