Andaba
descalza por las aceras donde la lluvia ya había muerto en la ciudad. Ahora
iría a otro distrito. No pensaba en nada.
Estaba sola. Solo una ligera brisa me acompañaba entre edificios
marrones, sucios de tanta polución. Quería distraerme de la rutina diaria. La
noche ya remaba con sus constelaciones hacia el infinito. El otoño con su
humedad y frío hacia que fuera una ciudad sin rostros. Una ciudad que se mecía
en un duermevela. Farolas encendidas. Semáforos que cambian de color sin
esperar a nadie. A nadie. Por un momento se miro sus manos, sus pies. Cuanto
habían recorrido. Que experiencia habrían ascendido por su carne y todo seguía
igual. La misma monotonía. La misma espera. La misma situación. Sus manos tapo
su rostro. Sintió el frescor de su humedad. Se las miró y pensó. Sí pensó. Que
maravillosas eran. Con ellas podría hacer cualquier cosa, o casi todo. Con
ellas había sabido del amor, del trabajo, del quehacer cotidiano incluso había
escrito. Sí escrito. Mucho había escrito. Ahora recuerda ese viejo baúl donde
innumerables cartas de amor se habían guardado. Cartas de amor en forma de
bolas por qué no las había enviado sino estrujado en cada pensamiento del será
o no será. Nunca se había arriesgado. Para que se decía. Las cosas si han de
venir vienen. Miró al cielo y un tapón gris a punto de abrirse concurría. Otra
vez la lluvia. Una lluvia que intentaba que rebosará en sus manos para después
beber de ella ¡Oh que grata sensación¡ La naturaleza y ella. Ella y la
naturaleza en soledad ¡La lluvia¡ Viene y se va. Así como sus amantes. Ahora
los recuerda y ríe. Ríe para sus adentros. A cada uno le contaba un secreto. Un
secreto distinto. Un secreto que con el paso del tiempo lo componía y era toda
una verdad. Una verdad para ninguno por descifrar. Ríe. Ríe en su soledad. En
lo desértica que están sus manos ahora. Sus manos de las cuales no deja caer
una fina capa de agua. Y bebe. Absorbe todo lo que ella le puede dar. Anda
descalza. La ciudad vacía. La madrugada dejaba ya sentirse con su frialdad.
Pero a ella que más le da. Estaba disfrutando de sus secretos, de su verdad. De
esa ciudad sin rostros.
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