Vienes y vas. Así como las ráfagas de viento que nos
abandona en un mundo extraño. Un mundo donde las aves de los vergeles anidan en
nuestras manos como eco sonoro de la paz. Ahora callas, no se lo que pasa por
tu cabeza. Tal vez el anuncio de una nueva noche donde la lluvia trotara a ras
de tu cuerpo desnudo. El viento se va. Y tu con el arriesgas palabras cuya
senda alumbra la armonía. Palabras
cortas. Palabras que al fin al cabo se perecerán en las esferas de nuestra
alma. Pero las dices. Las dices con el sentido de un grito que sueña en el
hallazgo de una felicidad. Qué sueños son esos. Sueños donde la sed será
arrebatada de aquellos de tierras indefinibles. Sueños donde el hambre será decapitada
para ser semilla de una sonrisa. Sueños donde las minas serán juego de
golosinas para los seres que pisan, que pisan con ansias de vivir. Sueños donde
los náufragos se evaporaran ante la implacable marea, solo un terso océano de
olas calladas. Sueños que no serán de traficantes ante nuestra debilidad,
nuestra desesperanza. Sueños donde las guerras no animarán más campos
refugiados donde el derrumbe del ser es inevitable, es desesperante. Sueños
donde vienes y vas. La lluvia se ha ido
y el viento hace de las suyas otra vez. Soñar, soñar, soñar y soñar. Círculo
vicioso en el que te mueves, en el que el llanto de rabia e impotencia te
azota. Tu quejido. Tu quejido rasga tus manos y observas que las aves de los
vergeles se han ido. No. Se han ido para no volver…
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