La noche sería
larga. La llanura cual tenía que recorrer era densa en hierbas y algún que otro
árbol desorientado. La jornada anterior había tenido un sueño. Un
sueño difícil de descifrar para ella. No lo entendía, iba más allá de su
comprensión. Por ello se decidió. Y campo a través cuando la luna es la que
marca el camino se dirigió casa de una curandera. Una mujer anciana bien
conocida en la vecindad. Cuya alma revoleteaba entre espíritus y hierbas. Se
sentía cohibida. Era la primera vez. Llegó. Una vieja casa de una nave con la
hiedra rebosando sus paredes. La puerta estaba abierta y una leve luz salía
desde adentro. La atrajo. Entró. Todo era silencio. Alguien de una esquina o
detrás de ella le habla. Le dijo que se sentase que ya sabía a que venía. Ella se sentó. Como un murmullo empezó a
escuchar. Una canción que muy bien pudo descifrar. Una sombra se le aproximo y
con una especie de danza y unas hierbas iba rozando todo su cuerpo. Que salga
de ti ese sueño que tanto te preocupa. En ese instante del vientre de ella, de
su ombligo, comenzó a brotar una llama donde diminutas yeguas veloces recorrían
la casa. Ya está mujer, le habló la anciana. Solo ha sido un mal de ojo. Un mal
de ojo que te hubiera llevado a tomar errores. Cuando llegues a tu casa date un
baño de romero y rosas para que todo mal se vaya. Y se fue. La luna tomaba su
tono más esplendoroso. Ella la miraba para su retorno. Andaba descalza quería
sentir la humedad de la hierba. En el pueblo todo era oscuridad. Solo algunas
farolas encendidas. Solo el rasguear de algún grillo. Miró la luna por ultima
vez antes de meterse bajo su techo y le dijo buenas noches. Hizo lo que la
curandera le había dicho. Lleno la bañera y se sumergió. Se quedó dormida. Un
sueño de una nube blanca beso sus labios y despertó.
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