La caída del día. Cielos
anaranjados que conducen al vuelo de aves negras, de arboledas mecidas por un
viento callado. Ella se encontraba allí, sentada en una roca. Admiraba todo ese
espacio monumental que es la naturaleza. Pero en su observación también se
perdía por los sinuosos laberintos de la búsqueda. Hacía tiempo que su corazón
no latía. Cosa extraña, se decía. Pero lo cierto es que su pulso se había
extinguido. Muerte en vida. Tumbas que anuncian su dejadez a medida que las
jornadas pasaban. Iba a su encuentro. Al encuentro de su corazón. Que tal vez
enmarañado por la hostigacion que se cernía sobre ella a lo largo de los años
había decidido ser una piedra más. La sombra del bosque iba desapareciendo y
solo sus pasos se escucharon cuando elevó anclas y comenzó a andar. Estaba
desorientada, como nublada que dirección tomar. Sin embargo en la espesura de
la naturaleza había una. Las de los árboles negros. Siguió esa senda. A cada
paso la oscuridad era mayor pero seguía. Sonidos extraños se escuchaban a medida
que avanzaba, sonidos de una huída. Vio una luz al final del camino. Una luz
con forma de corazón. Que podrá ser, se preguntaba. La atraía, la imantaba y
hasta ella fue. Un roque de dimensión descomunal estaba ante sus ojos. Un roque
que al aproximarse apagó toda su lumbre. Lo toco. Lo rozo. Lo acarició. Había
algo…Algo que la invitaba a abrazarse a él. Lo había encontrado.
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