jueves, octubre 03, 2013

Negro...

La caída del día. Cielos anaranjados que conducen al vuelo de aves negras, de arboledas mecidas por un viento callado. Ella se encontraba allí, sentada en una roca. Admiraba todo ese espacio monumental que es la naturaleza. Pero en su observación también se perdía por los sinuosos laberintos de la búsqueda. Hacía tiempo que su corazón no latía. Cosa extraña, se decía. Pero lo cierto es que su pulso se había extinguido. Muerte en vida. Tumbas que anuncian su dejadez a medida que las jornadas pasaban. Iba a su encuentro. Al encuentro de su corazón. Que tal vez enmarañado por la hostigacion que se cernía sobre ella a lo largo de los años había decidido ser una piedra más. La sombra del bosque iba desapareciendo y solo sus pasos se escucharon cuando elevó anclas y comenzó a andar. Estaba desorientada, como nublada que dirección tomar. Sin embargo en la espesura de la naturaleza había una. Las de los árboles negros. Siguió esa senda. A cada paso la oscuridad era mayor pero seguía. Sonidos extraños se escuchaban a medida que avanzaba, sonidos de una huída. Vio una luz al final del camino. Una luz con forma de corazón. Que podrá ser, se preguntaba. La atraía, la imantaba y hasta ella fue. Un roque de dimensión descomunal estaba ante sus ojos. Un roque que al aproximarse apagó toda su lumbre. Lo toco. Lo rozo. Lo acarició. Había algo…Algo que la invitaba a abrazarse a él. Lo había encontrado.

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