No se a donde
vas. Un cierto quejido de las aves se desgarra en tu vientre, en tus brazos, en
tus piernas. Y quieres ser libre. Libre con la esperanza brotando a ras de tu
mirada. Cierto aire de melancolía brota en tus ojos, en tus huesos. Y tu alma
se arrebata y desciende por precipicios de nubes en busca de no se que. La
noche aflora con un viento débil. Da en tu rostro, en tu cuerpo y te sientes
caer en lo liviano del deseo. La ceguedad del amor te busca. Ya te has
olvidado. Has censurado cada beso en tus labios, en tu cuello. Te sientes bien.
Una cierta ráfaga de serenidad acentuada te deja respirar. Y respiras. Sí, una
cierta fragancia que esboza las alegrías de ser cumbre del equilibrio, de las emociones
emancipadas al llanto ¿Qué haces? Andas y andas bajo las constelaciones del
otoño, una cierta calma te apresa. Una calma que te hace eco del cosmos. Sí,
una noche estrellada. La calma de los pinares. Tú y el universo. Extiendes tus
brazos y abrazas a la vida ¡Qué bella es¡ Te entra ganas de correr hacia el
roque más alto y escalarlo. Sentir el frío de su corpulencia en tu piel. Y lo
haces. Subes a lo más alto, a lo más alto. Y ahí danzas y te lanzas en un canto
que atrae el aroma de las lavandas, que imanta alas a tu ser. Inspiras y
espirar. Una y otra vez. Y con tus ojos cerrados consumes el aroma de la madre
naturaleza. Qué bien te sientes. La felicidad te llena y eres libre. Sí, ahora
eres libre.
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