Se abren ventanas,
La oscuridad penetra
Con cierto haz de los astros.
Se cierran ventanas,
Un cristal roto deja pasar
La pesadumbre de su mirada
Que se yerta más allá
Del infinito vals de las olas.
Se encoge.
Se arruga.
Sus ojos, dos gotas verdes
Se expanden a través del alma.
Divisa el dolor, la pena.
Se escuchan pasos.
Una puerta cruje y se abre
Entra una sombra blanca.
Acaricias.
Desvelos.
Temor.
Una puerta se cierra
Y todo se desvanece
Como si fuera un cuento,
Un cuento donde los acantilados
Con sus rocas de navajas
Despellejan nuestras entrañas.
Se levanta.
Se mira.
Un espejo.
Y el silencio la envuelve
En las brumas de la soledad.
La muerte: Me llamas. Me saludas en la noche cuando la luna
se ha ido por otras sendas de este mundo. Mujer caída. Mujer dolida.
Ella: La desesperación me engarrota. Lucho contra las
fuerzas invisibles de la desgana y el desánimo me lleva por viejas carreteras
donde la angustia me retuerce las venas. Llévame contigo ¡Oh muerte¡
La muerte: Que prisas tienes. Aquí estoy. Siempre presente.
Siempre merodeándote a ti y a otros. Pero no. No eres mi querida aún. Vuelve a
nacer, a florecer cuando tus pensamientos negativos vistan tumbas del olvido.
Ella: Oh muerte. Te deseo tanto que no se… Qué se yo
transcurre en mi interior. Solo quiero irme. Irme muy lejos donde los cuervos
negros y cipreses me den esa calidez que carezco. Ven ¡Ven¡
La muerte: No mujer. En vertical has de remontar las
montañas que tanto y tanto te cuesta. Renacer tu vida con el brío de las lavandas
y soñar. Si soñar despierta con eso que anhelas y tener fe en ello. Todo
cuesta. Es dura esta vida. Pero ya verás que con el paso del tiempo tus
frágiles manos serán ese arroyuelo del cual fluye la esperanza.
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