El viento. El
viento. Llamada en el alba cuando la rutina de unos ojos abiertos observan ese
techo de los pensamientos. Sopla incansable. Con sus manecillas frescas
recorriendo cada esencia de ti. No lejos una bahía donde los barcos reposan
ante la venida de su violentado cuerpo. No lejos una sensación que nos yerta
sobre diques donde unos corazones aspiran al amor. No lejos la monotonía de una
jornada que se ramifica en una larga espera de lo vaga, de lo desconocida que
es la vida. El viento sigue con ese tintineo que aromatiza el despertar frente
a un espejo. Y nos miramos. Y nos examinamos. Rostros que aspiran al beso.
Rostros que anhelan una caricia en la plenitud de la calma. Rostros que se
ilusionan de un día más donde los latidos de este planeta rozan levemente
nuestra alma. El viento. El viento. Viene y va, se enreda en nuestras manos, en
nuestra desnudez y dejamos que su andar nos lleve a un lugar lejano de nuestra
memoria.
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