Y sonríes. Y
esa sonrisa es como…no se….es como si el mundo bajo tus pies se expandiera
hasta un arco infinito de astros. Te miras. Y esa mirada que se pierde en
galopar incesante de tu corazón toma brío cuando despiertas ante la belleza
natural del planeta tierra. Observas cada rincón. Cada rincón donde alguna
veces las maravillas endógenas te hace crecer por escarpados riscos donde los
ecos de los cernícalos te hace seguirlos hasta su rincón. Y abrazas. Abrazos un
árbol cuyo manantial de sabiduría emana la calidez de esos montes donde el
frisar de la hierba juega con tu melena. Y los soles se han ocultado. Se han
ido a través de la memoria de las arboledas que nos enseña como de vertical
erigimos nuestra vida cuando caminamos sobre nuestros sueños. Y sonríes. Y esa
sonrisa a espaldas de todo lo que te estremece te ayuda a ser más fuerte, más
bahía donde los ríos de la vida desembocan. Y besas. Sí, sientes ganas de besar
a cada saludo del viento que sopla con cierta melodía de esperanzas, de
ilusiones que candentes que trepan y trepan tras el sudor, tras el esfuerzo.
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