Y un haz
ceniciento impregna el cielo. Pajarillos que en su leve despertar no anuncian
con su canto que es hora de continuar. Una aurora mestizaje del silencio y la
pena que se mueve por el ambiente de esta isla. La humedad se hace dueña de los
huesos y el resonar de una primavera que no se siente es lejana colina por la
que subimos. Ella(Y) extiende sus brazos. Ahí, en lo más alto. Y del otro
extremo otro ser que anuncia que la espera. Por que X. también extiende sus
brazos. Un precipicio las separa. Un precipicio de un mar gris y con mar de
fondo hace del llanto de las ballenas un puente que une los dos corazones.
Ambas son quejido ante esa muralla que las separa. La distancia es nido de
buitres que amputan sus manos tersas. Pero Ella (y) la extiende hasta llegar a
X. X. no entiende el por qué, el por qué sus manos ensangrentadas desean ser
caricia de lo imposible, de lo efímero. Pero en ese instante siente un cierto
deseo que la envuelve en la valentía, en el impulso renovado que la hace
alargar su mano. X e Y se tocan, en ese momento una bóveda azul las lleva, las
trae por los tambores de sus deseos. Miran abajo y no más existe un mar de
nubes que las atrapa en un vuelo al unísono lejos del precipicio. Embriagadas
con el elixir del beso observan, miran y callan.
X: El tiempo
pasa y no ocurre nada. Nos hemos enlazados por encima de precipicios y el vacío
se ha extinguido. Tanto miedo para nada. Seguimos ahora la misma ruta, el mismo
devenir de los días.
Y: Es cierto y me parece extraño. Será la
naturalidad de nuestra esencia la que ha logrado que nos no miren, que no nos
examinen como especies raras.
X: Consagradas
en la belleza del amor hasta que las ruinas de nuestra pisadas juntas se
interponga en nuestro camino y tengamos que tomar distinto horizonte.
Y: ¡Que jamás
seamos estallido de tormentas¡ Tomemos este momento, tomemos el mañana y
giremos y giremos en esta pasión que bien de seguro será duradera.
X: El tiempo
pasa y no ocurre nada.
Y: El tiempo
pasa y no ocurre nada.
Y siguen en
ese observar, mirar y callar. Como
bailarinas en una cuerda floja continúan con ese rumbo donde los veleros del
viento las llevan bajo un manto verde oculto.
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