Y los astros
ambulan cuando la oscuridad es pasto de una luna evadida. El frío ha decaído
trasladando a la atmosfera un acogedor aroma que entre ganas de pasear bajo las
constelaciones. Son los últimos días de una primavera en la cual el ritmo de la
naturaleza florecida invoca el despertar de los colores. El se encuentra en el
andén a la espera que el tren llegue. Un corto viaje a través de las montañas
que enorgullecen esta tierra. Junto a él un ataúd. Si, un féretro donde el
vagar de los sueños perdidos se han estancado. Dentro va su amor. Los pocos que
transitan por allí lo miran perplejos. Hasta el vigilante se ha aproximado. El
enseña sus papeles. Todo es legal, todo está en regla. El tren llega puntual
como siempre y con ayuda del vigilante sube al tren. Todos se alejan ante tan
extraña escena, un tanto molesta y desagradable. Mejor, piensa el. En ese vagón
que ahora toma el camino que ha de recorrer. Mientras el paisaje difuma el gran
pueblo para dar paso a montes donde el negror de sus relieves dice de un
instante que vuela en contacto con la naturaleza no deja de mirar el ataúd. Con
cierta pena medita sobre el ayer, ese ayer envuelto en deseos y amor. Un amor
ahora evadido como muerte temprana, unos deseos abrasados en la ruta de la
vida. Por momentos siente ganas de
abrirlo y otra vez ser ese beso en los labios del que allí se encuentra
encerrado. No siente temor, era tanta y tanta la pasión…Y lo abre, para su
sorpresa el cuerpo no se halla sino una luna cuyo resplandor hace cerrar sus
ojos. Que es esto, se dice él. No comprende, no entiende. Ya es la madrugada y
dentro de poco llegará a la siguiente estación. Cierra a ciegas el ataúd pero
la luz impertinente seguía iluminando aquel vagón. Qué hacer, se dijo. La amada
emitía cierta viveza como si quisiera nacer de nuevo. Un renovado brotar para
este mundo que no considera su belleza. Eres mía, le dijo. Yo te quiero, te
adoro en la perpetuidad de los años que me queda y si los demás no te valoran
serás vida en esta caja de cadáveres hasta mí fenecer. El tren se detiene, ya
han llegado. Y ahora no puede disimular. La leve luz se expande cada vez más.
Qué hacer, se pregunta. Se van a dar cuenta que mi amada es parte de esta
atmósfera natural que envuelve al humano. La quiso tocar por última vez antes
de bajar, antes de que fuera descubierto. Abrió de nuevo el ataúd y la luz se
extinguió, estaba vacío. De sus ojos lágrimas surgieron. Se había ido. Pero muy
lejos no estaría. Cerró el ataúd de nuevo venían ayudarle a bajarlo del tren. Allí
en el andén solo y su ataúd. Allí en el firmamento la luna que era más hermosa
y perfecta que nunca. La miró. Y ahí en esa estación se quedo estático por el
resto de sus años viviendo de las noches de luna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario