Cierto aroma.
Cierto esbozo de un amanecer con un gris que nos lleva por los caminos de la
calma. Cierta marea que se embravece a medida que el gozo de un nuevo despertar
nos invita a una sonrisa nada más. Cierto astros lejanos, idos y nos sumergimos
en un nuevo andar donde nuestros pasos serán ese relieve de nuestros
pensamientos. La ausencia ambula en unas manos. La ausencia tiene la cara
blanca eco de esos monumentos marmóreos. Avanzamos lentos pero seguros ¡Viva la
vida¡ Viva la libertad con la que manejamos nuestra reconditez. Eso cavilaba
ella. Ahora que cierta brisa veraniega venía hasta su rostro, hasta su cuerpo,
hasta su entereza. La acogía sin más con la calma de una herida de amor que se
iba apagando. Una navaja del querer desfilaba por su mente pero aun así esa
tristeza que la embargaba en la desorientación la elevaba a una paz melancólica
que ella recogía con un abrazo. Era feliz así. Con ese amor difuminado en el
tiempo y que aun, todavía, seguía cosquilleando su corazón. Se embarco por
nuevos rumbos. Rutas que en su larga vida nunca había olisqueado. La expresión
de estos era siempre la misma. Una humanidad envuelta en egoísmo y envuelta en
un afán de éxito que no más consiste en
desterrar a los demás. Esto le pareció muy deshonesto en el calibre que se
movía su verticalidad. Por ello se encogió. Un encogimiento que la llevó a ser
puertas cerradas a todo lo injusto y descabellado de la sociedad. Su silencio
solo lograba tomar alimento cuando abría las ventanas de su habitación y
respiraba de la brisa traída por el mar, por los montes. Ahí se detenía. Y su
inspirar e espirar lento, pausado la llevaba por esas emociones que habitaban
sobre una hoja, sobre un pétalo con alas de mariposa. Tuvo ganas de dormir
junto a ellas, dormir casi eternamente donde la lucidez de los sueños la
llevara donde el roce de las ramas y las palabras del romper de las olas fuera
erupcionar de su destino.
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