Repican las campanas de la iglesia. Una plaza y el azul de
la caída de la tarde hacen emerger dos figuras. Una mujer sentada delante un
piano y un hombre frente a ella.
YY: Y tocas con la ternura impulsiva una melodía que lleva
la brisa a los corazones ausentes.
XX: Y taconeas al son que tu rostro tapado por tus penas se
va desquitando de ellas.
YY: Y, ¿por qué? Me pregunto. Hace frío aquí. Las campanas
no dejan de sonar y tú en tu atmósfera eres viaje de las notas, de cada pisada
de tus dedos sobre ese piano. Detente. Escucha, escucha. El crepitar de ese
badajo metálico que al compás de nuestra respiración da un cierto aire de
nostalgia. Ahora, aquí. En medio de esta ciudad que se mueve a una velocidad
voraz.
XX: No. Y taconeas. Derramas la sangre de tus ojos. Me das
la espalda ahora. No quieres mirar. Es como si todo se hubiese acabado.
YY: Si. Todo se funde en el tragar de esta tarde que se
evade. Como esos pajarillos que ya no oyes cantar. Me siento dolido. Tu y tu
piano. Llamas sobre cada adoquín que aquí piso. Te vas. Observo como te
evaporas a medida que tu música se apaga.
XX: Si. Me voy. Pero no es por qué yo quiera sino el impulso
de esas algunas veces que me hace desfallecer. Hoy es nuestra despedida. Hoy es
nuestro adiós. Adiós Amor.
YY: No. No permitiré ese adiós. Vago en el sin sentido.
Vagas en la boca de la muerte. Tú y tu piano ¡Tus manos…¡ Siento que tu
inspirar y espirar se hace cada vez más eterno, más largo. Y yo aquí. Solo
Repican las campanadas de la iglesia. No cesan. La noche se
hace. Una noche sin luna. Las farolas esta noche no alumbran y la oscuridad es
absoluta. Ella y su negro piano. El y su negra mirada, deja de taconear. Se
vira. Ella no está. Solo un piano de cola de su más bello recuerdo del ayer.
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