Vuelve una
cierta atmósfera donde el emerger de la brisa caliente nos induce a ser lento
andar por la orilla de una playa. Cuerpos desnudos se expanden a medida que el
ronroneo de las olas es grito de sus rostros disfrazados. En la intimidad,
cuando el océano vomita su blanca suavidad cabalgamos en el. Pensamos lo
maravilloso que es su tacto cuando la humedad recorre nuestra piel como amante
aventajado de las jornadas. Nos introducimos más y más, más allá de esa barra
de magma solidificado donde a la deriva van a las barcas. Intentamos ser parte
de él. Pero somos retorno a esa orilla donde el cansancio nos brinca el placer
de ser aliento de su nada. Otra vez la vida. Nacemos con la sensación de un eco
que se prolonga en la sonrisa. El silencio y la soledad nos acompañan. Eso
soñaba. Se despertó con la sensación vaga del calor. Se levanto y abrió sus
ventanas de par en par. Vio el ambiente una especie de neblina amarilla a causa
de la calima. El ardor de la brisa le quemaba los labios. Pero no le importaba
que ser parte de ese estado de la naturaleza. Descalza dejó la sonata del
vientecillo que penetrará por su ventana y se dirigió al baño. Allí una ducha
de agua fría la estimuló suficiente para pasear por esas calles vacías
empolvadas. Miraba aquí, miraba allá y el silencio hizo su pacto con el tiempo
y la soledad hizo su pacto con los seres. Sus pasos lentos, su voluntad con
celeridad decidió aproximarse a esas veredas donde el rigor de las arboledas las hacia permanecer
estáticas, quietas con el único soplido del aroma de su verdor. En ese instante
su sensación se sumergió en espejos que nos miran. Si, los arboledas la
observaban, examinando cada fragmento de ella que se iba evaporando a medida
que el sol declinaba. Quiso tocarlo y lo tocó. Su roce provocó un cierto
alivio, una cierto respirar pausado en su mirada cuando descubrió que eran
iguales. Sí, las mismas raíces ancladas en la tierra, la misma savia corriendo por nuestras venas, el mismo
estado de ánimo cuando la madre naturaleza nos impulsa a hechos desagradables,
hechos afables. De sus ojos comenzó lágrimas de gozo. No estaba sola, no había
absoluto silencio. Las palabras de aquel árbol la caricia de sus ramas la invocaban a la eternidad de las emociones
positivas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario