miércoles, marzo 13, 2013

MUJER DEL DESIERTO(TEATRO)



MUJER DEL DESIERTO

Introducción:

Personajes:
El marido
La madre
El hijo
Mujer
El pastor
El divino
El forajido
El barquero
La dama perdida
El nómada
El policía
Mujer1
Mujer2
El integrador






Voz de fondo:
Bajo una tierra acariciada por la sequedad en la comisura fresca del horizonte. Un pueblo es lago de llamas. Las calles solitarias de habitantes se declinan en una ráfaga  pantanosa diezmando su vida, con una desnutrición patética donde el alba no se halla ¡Tan ausente¡ ¡Tan apenado por las furias del hambre¡ Tras esta cortinas hallamos a un hombre moribundo por la ventisca de hojarasca en sus huesos. Ya es tumba. Junto a él su mujer y su hijo. Ella lo acompaña porque pronto será latido acabado en esas cuevas herméticas de su existencia. Su hijo indefenso es lazo con su madre. Ya no más será suave columpiar en los brazos de su padre cuando la fría sábana respire.


El padre:
   Mujer mía. Triste tonada ambula por mi corazón. Soy fosa. Seré como esos elefantes que van a esos santuarios a morir. ¡Qué impotente me siento¡ Me voy de este mundo a otro más enigmático, más seguro donde las estrellas sean el redoblar que ahuyenta la infertilidad de esta tierra.

La madre:
        No, marido. No digas esas cosas el niño se asusta y tu aún eres esa ventisca de la fortaleza. Sobrevivirás a la malaria, esa enfermedad que apesta en este pueblo. Todavía podrás cabalgar sobre las piedras y bajar en algún lugar de vergel para tu felicidad.

El niño:
Papa se muere mama.

El padre:
No hijo. Solo me estoy durmiendo para viajar a otras tierras. Tú no podrás ir. Solo cuando hallas alcanzado la madurez sabrás a donde ha ido mi espíritu. Es un largo viaje. Tú no me verás pero yo te protegeré ¡Adiós hijo¡

Voz del fondo:
El padre muerto ya. Lágrimas secas en la tez de su mujer engendrado un lamento interior. Nunca más volará con su amado. El niño calla. Calla y observa. Una insonora tristeza. Sabe lo que ocurre pero no dice nada. Se abraza a su madre temeroso, cohibido porque la mano de su padre no responde.

La madre:
   Padre se ha ido  y con el debemos irnos hijo. Viajar hacia ese horizonte donde el océano azul nos traerá nuevas esperanzas allí donde el humano es más próspero. Nos vamos a un lugar donde el aleteo de la noche sea acogedor, donde las auroras rocen la ilusión.

El niño:
Y papa. Papa no podrá ir con nosotros ¿Verdad?

La madre:
¡Si hijo¡ El vagará entre nosotros con su espíritu, con su silencio a través del viento. Será nuestra brújula en el largo y arduo camino.


El niño:
   ¿A dónde vamos?


La madre:
   Más allá de este desierto. Más allá del océano. Algún lugar donde el sol deje de ser polvoriento vigilante que nos deje morir. Un lugar donde el dormir sea apacible y sereno, donde los sueños no se vayan deteriorando a medida que crecemos y el agua del que bebemos no sea maligna.

Voz de fondo:
   Levantan sus cuerpos y cogen lo poco que tienen. Ese fardo que ayudados por una anciana yegua va con ellos. Se van. Es la huída ante tanta penuria, ante tanta enfermedad, ante tanto enjambre de moscas que como agujas quemantes les azota.

La madre:
 ¡Adiós¡ Mujer de este pueblo. Me voy.

Mujer1:
Te vas. Haces bien. Muchos se han ido  en busca de la felicidad.

La madre:
Adiós. Quizás algún día vuelva  y pueda verter la semilla del bien en este pueblo.

Mujer1:
Buen viaje. Será duro ¡La sed¡ Tenéis que alcanzar las montañas. Pero llegaréis.

La madre:
Lucharé. Seré anclar en la vileza. Seré vertical paso a mi propósito. El propósito de renacer por ello, ser sables sujeta ala defensa de nuestras personas, ser coraza que sujeta al andrajoso y despiadado, ser vigía de mi hijo guiada por el astro de la libertad.

Voz del fondo:
         Comienza el viaje. Las tonadas sonaran a través de sus ojos exaltados por la esperanza. Esa esperanza que se retuerce en su vientre. ¡Que bien aventurado sea tu viaje mujer¡ ¡Que bien aventurado sea tu viaje pequeño¡ Que os proteja las estrellas en vuestro transitar por ese desierto.

La madre:
Hijo confía en mí. Abrázame. Así ahuyentaremos las lanzas venenosas de este viaje sin senda. Que el hambre no nos acose, ni la sed nos derribe. Se ojos de mis ojos, palabra de mi palabra, manos de mis manos cuando por ese andar sibilino nos aparten extraños sucesos.

El hijo:
 Si madre. Te seguiré y haré lo que tu digas.

Voz del fondo:
La madre. El hijo. La yegua. Ya marchan por el desierto. Todo es sereno. Se van alejando del poblado. Ella no quiere mirar atrás. El pequeño la observa a ella. Una cierta mirada triste se cobija en su alma, una cierta mirada que confiere en deambular de la duda. Pero se hace fuerte ante su hijo. Ese hijo para que el desea una vida mejor. El tiempo pasa y la primera noche se aproxima. Han de detenerse. Parar y descansar.


La madre:
   Aquí nos detendremos hijo. Ya la noche se nos viene encima y no sabemos del tiempo.

El hijo:
       Si madre.

La madre:
    Ayúdame a montar la tienda y poner la alfombra ellas nos protegerán hasta el silbo de un nuevo día.

El hijo:
Madre, no tienes miedo.

La madre:
No hijo. Tu padre nos vigila en ese firmamento que se asoma. No lo sientes.

El hijo:
Si madre. Madre cuéntame algo del abuelo.

La madre:
Si hijo. Hubo un día en que un anciano que vivía en las altas montañas de un pueblo. Montañas de difícil acceso para todos los habitantes de aquel lugar lo que implicaba que su presencia era invisible alma en sus antiguas callejuelas. Sin embargo, sabían que habitaba allá arriba, en lo más alto de aquel pueblo. Herido por  un amor desafortunado vivía en una cueva con su rebaño de cabras. Delante de aquella cueva estaba el árbol de la vida o así lo llamaba él. Cuando caía la tarde se sentaba bajo él y susurraba palabras bellas en honor a su amor.  Un día en el pueblo un niño cayó desmayado por una extraña enfermedad. El niño cada jornada que pasaba estaba más débil sin único mañana que la muerte. Desde la montaña se oían el replicar de los tambores que señalaban la precipitada muerte. Se dijo, alguien se está muriendo en el pueblo y las circunstancias no son normales. Me duele. Una pena surca en mi como aquella noche en que ella se fue. Tu árbol de la vida, dime, que puedo hacer. El árbol de la vida era silencio pero de su corteza comenzó a manar una especie de líquido. El anciano comprendió. El anciano cogió ese líquido rojizo donde solía llevar agua para la caza y bajo de las montañas vertiginosamente. Sabía de donde era el enfermó por la pena de las calles del pueblo. Sin permiso se introdujo bajo ese techo que olía tumba y beso al niño. Todos miraban con asombro pues se creían que era un hechicero. A medida que pronunciaba unas palabras de amor untó el líquido en el cuerpo del niño. De repente sus párpados se abrieron a la vez que el árbol de la vida florecía flores blancas.

Voz del fondo:
   Y el hijo duerme. Y la madre duerme. La noche es columna vertebral de la vía láctea. Una noche donde la tranquilidad es canción que los mece a los dos. Un nocturno que pasa en la levedad de los sueños. Alguien hay afuera cuando el último astro astro se extingue para dar riendas sueltas aquel que domina la tierra.

El pastor:
   Quien está ahí. Ahí de dentro. (se dice para si) Que extraño una tienda en estos lares.

Voz del fondo:
       Es el pastor y su rebaño que llega.

La mujer:
(sale a la defensiva)
¿Quien eres tú?

El pastor:
    No ves mujer que soy un pastor con su rebaño. Iba camino de mi pueblo y…

La mujer:
Buenos días pastor. Deseáis algo.

El pastor:
 No. Solo el saludo. Y ahora que lo dices. Permite que sea compañía de esta mundo deshabitado.

La madre:
  No sé. No viajo sola.

El pastor:
No temas. Se que estás confuso y eso te hace rechazarme. Pero yo soy respeto del alma susurrante del desierto.
La madre:
Me fío. Hay algo en tu voz que me hace confiar. Me dirijo al norte donde la mar brama la palabra esperanza.

El pastor:
  Yo también pero me quedo en mi pueblo que está en ese sentido.

Voz del fondo:
   El hijo despierta. Pastor y ella recogen la caseta y marchan antes de que la oscuridad sea reconciliación con el enjambre de constelaciones. Es temprano pero el sol ya es entereza en ese desierto.

La madre:
       Joven pastor¿ cuantas soles es vela de estos parajes?

El pastor:
    No cuento los días. Solo soy un ir y venir del temperamento de la naturaleza. Ella me guía. No me interesa ni su inicio, ni su fin. Así no habrá apuro, ni prisas. Sigo el ritmo de mis cabras. Ellas son las horas, los minutos, el tiempo en este sitio.

La madre:
     Sabias palabras. Intentaré inculcármelas para que este viaje no llegue  a la desesperación.

El pastor:
El niño ¿Es hijo suyo?

La madre:
Si

El pastor:
¿Y su padre?

La madre:
Su padre…(suspira con un cierto amargo en sus ojos)

El pastor:
Oh, perdón. Tal vez no debí preguntar.

La madre:
 No importa. Pronunciar su nombre es como…yo que se, un bálsamo que me da paz.

Voz del fondo:
   Caminaban y caminaban en silencio. Sin palabra que decir. No hacia falta. No descansaron aunque el sol con su cuerpo más alto, con su cuerpo con más brío los hacía desfallecer. Pero la entereza era espíritu que los conservaba. Y llegó esa otra noche. Noche mágica, noche desquitada de miedo ya que el pastor estaba con ellos.

El pastor:
Ya es hora de descansar y de hacer el sacrificio. No, no me miré así. En mi tribu es costumbre cuando el sol desciende sacrificar una cabra como ofrenda a nuestros antepasados, como agradecimiento a este día que ha sido bueno. Es un culto de antaño. Ello dará fertilidad a las cosechas. Comeremos de esa carne en la fogata de la danza.

La madre:
   Mi pueblo también tiene sus cultos.

El pastor:
Bailad, bailad
Aguacero de las nieblas
Junto a esta carne que te ofrecemos
Para que seas erupción de la siembra.
Bailad, bailad
Lluvia infinita
Desciende hasta aquí
Y acalla la sequedad
De estas tierras.
Eso dice el hechicero de mi pueblo. Después repartimos la carnes entre los que allí se encuentran. Esta noche nosotros haremos lo mismo y ya verás que los dioses nos protegerán. El niño será nuestro hechicero por que ha de ser un alma noble quien dance alrededor de la hoguera.

Voz del fondo:
 El viento es tímido zumbido y el ritual comienza. Como danza el pequeño con las palabras que el pastor le va diciendo. Es noche de alegría, de calor hasta caer rendidos hasta el alba.

La madre:
El sol despunta. El viento es ocaso. Despierta hijo. Despierta pastor. Hemos de continuar.

El pastor:
Si continuar. Hoy va hacer un día fuerte, taparos bien. Solo nuestros ojos serán orientación por este mar de arena.

Voz del fondo:
Y como la jornada anterior son ese andar lento pero sin pausa. A lo lejos se divisa algo.

El pastor:
Oh, el monte encantado. Observad. Ya pronto llegaremos.

La madre:
Si, lo veo. Son árboles lo que yace a sus pies.

Pastor:
Si. Antes de que el sol decline estaremos allí.

Voz del fondo:
La espesura de las arboledas. Arroyos que corren por sus callejuelas. Multicolor del zoco. Multitud de miradas a esos dos extraños que van con el pastor.

El pastor:
  Ya hemos llegado. A partir de aquí tenéis que seguir solos pero no ahora cuando amanezca.

La madre:
Si pastor.


Voz de fondo:
Hospedaje que enriquece el espíritu en su cabalgar por las sendas solitarias. Dormir bajo el abrigo de un techo hasta ser eco de un nuevo día. Víveres nuevos y agua que los auxiliará en casa de necesidad.

La madre:

Adiós Pastor. Estoy muy agradecida. Tal vez algún día volvamos a vernos. Que los dioses te brinden larga vida y salud.

El pastor:
Adiós madre del desierto. El siroco silenciará si yo sois silencio. Las heridas se olvidarán si sois olvido de su señal. Adiós pequeño, apóyate en tu madre.


Voz del fondo:
La madre y el hijo. El hijo y la madre se alejaron de aquella frondoso hacia su norte. Ahora rozaban un mar de piedras. Un mar de piedras donde la soledad les alumbraba. Se sentían con fuerzas, con esa fuerza con la que se construye mares en el vacío.

El niño:
Madre, ¿Estamos lejos de nuestro nuevo hogar?

La madre:
No hijo. Solo lo que nuestro espíritu se le antoje.¿ Te encuentras bien?

El niño:
Si madre.

Voz del fondo:

Nubes grises en el horizonte. Un olor a algo putrefacto se les aproximaba. Se giran

La madre:
¿Qué pasa? Creo que alguien nos persigue. Pero ¿Quién?


El forajido:
Yo, pirata de las piedras. Ladrón de por vida de la esperanza que algunos suelen soñar.
La madre:
¿Qué quieres? Todo te lo ofrezco con la condición de que nos dejes en paz.

El Forajido:
Me quedaré con todo lo vuestro después observaré como os podrís en esta desolada tierra.

Voz del fondo:
Ladrón sin escrúpulos. Maldita sea la hora que han tropezado con la madre y el hijo, el hijo y la madre. Que las grutas del mal se lo lleve para no más se retorcida sentencia de los buscan la oportunidad.

La madre:
No te preocupes hijo nosotros somos fuertes y tu padre nos cuidará.

Voz del fondo:
   Una luna que nace, un sol que muere. La amargura pesa en ambos pero como árbol de raíces agresivas se expanden en la entereza. Oh, que luna. Una gran roca ante ellos. A ella se arriman por el frío de la noche. Se acurrucan quizás ella le de calidez ante la miseria.

El hijo:
Madre ¿nos moriremos como padre y lo veremos?

La madre:
No hijo. Claro que no. Padre no quiere aún.

El hijo:
Cuéntame un cuento.

La madre:
Si. Ërase una vez un niño que vivía en la pobreza. Tenía tu misma edad. Sus padres lo habían abandonado. El niño fue creciendo entre la penumbra. El rey que comandaba en todo el poblado tenía prohibido dar de comer a las pobres. Por lo que a este chico no le quedo más remedio que robar para meterse algo en la boca. Pero era tan inexperto que un mercader lo descubrió. Corrió con todas las fuerzas que pudo, con su estado fatigado, con la languidez de su cuerpo. A las fuera de la ciudad descubrió una palmera, allí se escondió. Pasaban los días y no le ocurrió ir más por la ciudad, se alimentaba de dátiles. Se extraño de que nadie pasará por allí pero con el tiempo descubrió que en ese lugar era prohibido el paso por una extraña leyenda.  Habitaba un alma y que por lo visto a quien se introducía por ese laberinto nunca más salía. Eso son los rumores que le llegaron a medida que pasaba el tiempo. Un día se internó un poco más de lo normal, de lo que solía caminar y halló una cabaña y se dijo ¡Ese debe ser el misterio¡ Quiso huir pero ante él se encontró con un hombre de barbas blancas y túnica blanca. El pánico penetro por su cuerpo pero el hombre le habló. Hola muchacho para el pueblo soy la leyenda de las tinieblas y para ese pequeño bosque el hombre de la esperanza. El muchacho temblaba y estaba asombrado. Le pregunto, es usted el que se nutre de las almas. El le respondió, eso es lo que dicen de mí. Pero observa…Comenzó aparecer mucha gente todos ellos en formas de almas desprendiendo cierta luz. Desde hacia muchos años el rey que gobernaba esas tierras había rechazado a los que el no consideraba normales y como la leyenda decía estos no volvían porque una extraña criatura terminaba con la vida de estos, dijo el anciano. ¿Y yo?, dijo estupefacto el muchacho. Yo soy hechicero y los protejo a ellos, me entiendes. No lo que ellos creen. A mi esa ley me dolió mucho e intento ayudarles en todo lo posible. A mi no has ayudado, dijo el joven. Tienes salud que es lo más importante no careces de algún miembro o nada que se parezca, no necesitas mi auxilio. Mírate, eres corpulento y sano, dijo el anciano. Me gustaría ayudarle, dijo el joven. Si, me alegra mucho, entre tu y yo construiremos los pilares de la felicidad y calidad de vida para aquellos que lo necesiten.

Voz del fondo:
Dos almas duermen. El miedo es ocaso y la aurora renace. Levantad avecillas un nuevo día se columpia en la exquisitez de su aroma.

Madre:
Hijo ya estás despierto.

Hijo:
 Si madre y tengo hambre.

La madre:
No desesperes. Tengo algunos dátiles. Cree en el poder de tu mente y arrastra el hambre en las inmediaciones del vacío.

El hijo:
Si madre.

Voz del fondo:
Un dátil como saciante del hambre . La nada para la madre pero ella con su canto recóndito en la esperanza es alimentada. Otro día se debatía entre ellos ¿Qué le espera la jornada? Los buitres al acecho de esos cuerpos que se consumen. El niño quiere parar, la sed resquebraja sus diques haciéndole perder toda energía, toda ilusión. La madre no sabe. Lo único que piensa en que tiene que continuar sino serán pastos de las aves carroñeras. El sexto día se va y séptimo les da la bienvenida. Miran las últimas estrellas al unísono buscando al padre. El niño no comprende. No se explica como el padre los ha dejado así. Ellos las acarician con sus ojos y piden en silencios deseos. El niño desfallece y la madre temerosa de su salud es universo de la duda.

La madre:
Soy yermo océano a mi pequeño. Dale fuerzas dioses del firmamento. Sus ojos se cierran y su voz se apaga con el hambre. ¡No¡ No puede ser. No quiero perder a mi hijo, eso si que no. Tal vez debí quedarme allá, con los míos. Quizás deba retroceder pero mi cuerpo se encuentra fatigado. No ¡No tengo fuerzas¡ Mi agonía, su agonía…ayudarnos. Te lo suplico.

Voz del fondo:
De repente, no muy lejos, observa un rebaño.

La madre:
¡Que ven mis ojos¡ Estaré delirando. Tengo que levantarme e ir para que nos vean.

Voz del fondo:
La madre, a rastras deja al niño y se aproxima a ese rebaño. Tras el una cabaña. Toca a la puerta entonces…

La Dama perdida:
      Pero mujer ¿qué haces? Vienes sola. Respóndeme. El sol está muy fuerte.

Voz del Fondo:
La madre señala en la dirección que se encuentra su hijo. La Dama perdida le tiende la mano y va en busca del niño. Piedra tras piedra con celeridad la mujer recoge al niño. Se encuentra en un estado de inconciencia. La Dama perdida siente dolor. Un dolor que la lleva a concentrarse en todos sus conocimientos para salvar aquellas almas.

La Dama perdida:
   El viaje por esta estéril tierra. Arrima corazones a veces inocentes de la brutalidad de estos lugares hasta llegar a la muerte. Pero no. Ellos no. Yo soy mujer creyente en el agua que da vida. Poco a poco sus corazones volverán a retozar con sus sueños. Poco a poco serán vertical almas que continuarán su viaje. Oh ¡Qué débil está este niño¡ Pero se recuperará solo es cuestión de paciencia, una paciencia que con el tiempo será el brotar de su sonrisa.

La madre:
¡Mi hijo¡ ¡Mi hijo¡ ¿Cómo está mi hijo?

La Dama perdida:
 Tu hijo está renaciendo. Descansa mujer que lo necesitas. No digas palabra. Imagino lo que os ha pasado. Llevo tantas lunas aquí…

Voz del fondo:
   Un pájaro pasa cuando la noche es cima de las estrellas. La Dama perdida no se aleja del niño. Lo mira. Lo observa. Lo acaricia. Y con solo eso logra reunir toda su vitalidad de nuevo. La madre la mira. Mira como esa mujer nacida de la nada sana a su hijo. Ella también se recupera. Con solo saber que no lo ha perdido sus fuerzas ascienden hasta su alma y es vertical mujer que goza de la alegría.

El niño:
Madre.

La madre:
 Hijo. Hijo mío. Me has asustado. Tanto que pensé que mi mañana sería nido de angustias. Pero ya veo. Ya veo que te has recuperado ¡Que alegría¡ ¡Qué satisfacción¡ No se como agradecer esto querida Dama. Es algo grande lo que me has devuelto. No se…No se lo que hubiera hecho si a mi hijo le hubiera pasado algo. Nunca me lo perdonaría.

La Dama Perdida:
No mujer. No me tienes que agradecer nada. Para eso estamos. Para ayudar aquellos que lo necesitan en su encuentro con la esperanza. Sois almas nobles y ello es lo suficiente para que yo os haya echado una mano. Ahora levantaros tenéis que continuar con vuestro viaje. Aquí tengo unas provisiones que os ayudará.

Voz del fondo:
   La despedida. El llanto pasea por sus rostros. En ese corto periodo de tiempo son amistad eterna.

La madre:
Adiós mujer del desierto.

La Dama perdida:
Adiós no. Mejor di hasta luego. Nunca se sabe.  Los vientos nos llevan y nos traen los rumores de esas tierras lejanas y a veces también son vosotros míos quien los insuflan.

Voz del fondo:
Se alejan por ese océano de piedras hasta perder de vista la cabaña y la mano alzada de la dama. Por un momento la madre mira atrás y se queda pensativa con las palabras de ella pero ha de continuar. El astro rey se entorna con toda su viveza, con toda su energía. Algunas nubes parecen que quieren atraparlo pero no lo logran. Caminan el niño y la madre por esa senda que le van marcando cada rostro dejado atrás. Pasan los días y las noches y todo parece en calma.

El niño:
Mira allá madre. Se ve verde.

La madre:
Parece un pequeño bosque hijo. Vamos. Tenemos que llegar a el para recoger de su frescor después de tantos días en la nada.  Vamos la naturaleza nos acoge con su exhuberancia.

Voz del fondo:
    Se introducen en aquel majestuoso boscaje. Un boscaje que atrae pajarillos que trinan al compás que pequeños arroyuelos surcan bajo sus pies. La bondad del lugar los asombra. Nunca habían visto algo así. Algo difícil de interpretar para dos almas que vienen de tierras comidas por el vacío de vegetación.  Directamente beben de esa agua pura, límpida. Alguien observa sus movimientos y se acerca.

El divino:
  Buenas tardes madre e hijo ¿Qué hacéis en la ruta del norte?

La madre:
Buenas señor. Vamos en busca de la paz.

El divino:
  La paz es el ascenso del alma a vuestra consciente.

La madre:
Vamos en busca de un techo de donde guarecer nuestras carencias.

El divino:
El techo es servidumbre de los corazones nobles y el esfuerzo de tus manos con otras manos.

La madre:
Comida. Agua. Vamos en busca de no ser destruido por ellos.

El divino:
 Agua. Agua que viene y que va.

La madre:
Vamos en busca de donde abrigarnos de tanta escasez.

El divino:
Acaso, ¿ no tenéis manos para tejer ese abrigo que os dará la felicidad.?

La madre:
 Tenemos que seguir. Si seguir la ruta del norte.

El divino:
Os entiendo. Pero antes pasar algunos soles en este lugar. La paz que aquí existe os ayudará a conseguir vuestro propósito.

La madre:
 Me siento en paz. No siento el remorder de mi conciencia.

El divino:
¿De donde sois? Acaso, ese desierto no os ha acogido bien.

La madre:
Si señor.

El divino:
Pues ahí tenéis vuestro techo. Esos amigos que habéis encontrado en vuestra trayectoria Hay que ser realista. Algunos que han huido han tenido suerte pero la mayoría no. Presos en tierras extrañas. Aquí la libertad.

La madre:
Le entiendo. Pero mi aldea se pudre y con ello se lleva las almas.

El divino:
  ¡Se pudre¡ Hay que trabajar, trabajar para que generaciones venideras vean vuestro pueblo como un lugar placentero. Tus manos, que bellas manos mujer. Con ella podéis edificar esa cueva que os acoja cuando el frío azote.

Voz del fondo:
Pasan los soles. Y con ellos el niño y la madre tienen que partir.

El divino:
Hoy es el adiós. Os vais. Me quedaré solo con mis consejos. Así es la vida. Pero recordar que aquí seguiré.
El hijo:
Por qué no nos quedamos un poco más madre?

La madre:
 No hijo. Debemos seguir nuestra ruta. Ellos ya tienen su vida, sus costumbres, sus razones. Pero nosotros tenemos que encontrar la nuestra. ¡El norte¡ ¡El norte¡

Voz del fondo:
Y se van. Se van. Se alejan de esa naturaleza viva de color hacia sus destinos. La noche llega y con ella el rumiar de las bolas brillantes les dice que han de parar, que han descansar hasta que el alba les anuncie una nueva ilusión en ese vagar al norte.

La madre:
Hijo. Hace muchos años se perdió en una brutal tempestad de la guerra. Desolado, desorientado corría despavorido por las calles de su ciudad. Calles que no era más que ruinas por las espumas negra de la pólvora. Se alejo tanto que llego al desierto donde la nada solo eco de los estallidos de su pueblo. El niño ya fatigado se sentó en una roca que por casualidad había visto en su huída. Escuchó entonces una voz.” ¿Quién eres? ¿Dónde estás?, pregunto el niño. Soy yo, el alma inquieta. No tengas miedo. Solo he venido para desquitarte de tus penas, de tu fatiga, dijo aquella voz. Pero ¿Dónde estás?, preguntó el niño. Bajo tu cuerpo, contesto aquella voz”. Entonces el niño se levanto y observo que en la arena había una especie de agujero. De ahí surgió un anciano y una anciana. “ Vamos pequeño ven con nosotros, dijeron al unísono. “ El niño que casi ya no tenía fuerzas descendió junto a los ancianos. Ahí encontró la felicidad que se le había robado.


Voz del fondo:
Esbozan la sonrisa del despertar. Una sonrisa que los llena de esperanza en el acontecer de un nuevo día. La calma ha reinado toda la noche. Madre e hijo se sienten con fuerzas, con fuerzas de continuar ¿Cuándo verán el mar? Ese océano tan deseado para ellos. Ello les da una gran valentía. Recogen sus cosas y un encuentro les espera ¿Quién será? ¿Quién será?

El nómada:
Hola Mujer valerosa que pisa esta tierra azotada por las inclemencia de los dioses.

La madre:
Buenas buen hombre.

El nómada:
Que hace una mujer tan bella por estos lugares ¿A dónde vas? Me lo imagino

La madre:
 Vamos al norte.

El nómada:
Si, ya lo se. Todos queremos un norte. Un norte donde nos ayude a desalojarnos de tanta muerte, de tanta injusticia.

La madre:
¿Por qué me miras así?

El nómada:
Por qué te esperaba. Sí, tal vez no comprendas mis palabras. Pero tus ojos me dicen de lo bonito que es tu corazón. Una lluvia de estelas que me deja encantado. Si, parece que la quiero, que me he enamorado en el cráter del infierno que es esta tierra. Me gusta usted.

La madre:
Oh, sus palabras. Nos acabamos de encontrar en medio de esta tierra donde solo hay sol y piedra y usted me dice que quiere ¿Qué ves? ¿Qué ves en mi ¿

El nómada:
La belleza de ser mujer. La belleza de esas olas que llegaran y nos acogerán en el abrazo.

Voz del fondo:
Y se aman. Se enamoran. Se quieren. Son hijos del desierto, transeúntes de un clima abstracto donde todo tiene cabida. Hasta el amor, ese amor que crece a medida que el tiempo pasa en la caricia sutil de dos almas que aspiran a ser arco iris de la libertad. Esa libertad exenta de enfermedades y precariedades. Pero ella y el hijo tienen que seguir. Ya ha amanecido. ¡Despertad¡ ¡Elevad vuestros cuerpos a la continuidad de los días¡

La madre:
Que acogedora han sido tus manos. Pero ahora debemos irnos. Si, marcharnos en busca de nuevas tierras. No quiero más lamentos

El nómada:
Eso es el ayer. Pero ahora estás conmigo mujer. No te vayas.

Voz del fondo:
 Los amantes. El niño. El sol calla una masa de nubes lo bloquea. Un día gris. Un día de despedida. Ella no se lo esperaba. Pero de sus ojos laten salinas gotas que la callan. Se van. Ya queda poco. Casi nada. El mar está ahí, ante ellos y la impresión que le da ese océano olivino es grandiosa.  Llegan al pueblo pesquero. Todos los ojos que recorren sus callejuelas los miran, saben a que han venido. Agachan la cabeza como si la indiferencia fuera una alerta, un mal presagio. La madre pregunta y pregunta hasta que una voz le responde.

El pescador:
            Está en la playa. Solo hallarás más miseria, serás esclavas de un pueblo que no entiende el por qué de tu huída. Allí también existe la pobreza, el hambre ¡Tened cuidado¡

El nómada:
   No sea tan agrio señor. Mira, allí está el barquero. El os llevará a esas costas de los milagros.

Voz del fondo:
El barquero. La madre. El niño. El nómada. Se saludan. El barquero, hombre seco este de mirada desconfiada, frío como el hielo. Los mira de reojo. De arriba a bajo. De bajo arriba.

El barquero:
  Solo tienes que darme el dinero y mañana partiremos. Vais los tres.

La madre:
Solo el niño y yo.

El barquero:
Bien. Mañana seremos tierras nuevas donde lo agreste de esta no os desemboque en la miseria.

Voz del fondo:
 Se despiden del barquero. El ni mira cuando se van de aquella orilla solo cuenta el dinero. El niño, la madre y el nómada se alejan de aquella playa espejo de la hermosura. El día es radiante envuelto en camaleónicas siluetas que da sombra cuando la brisa suena. Preguntan donde quedarse y les señalan una casa media derruida como lugar donde alojarse esa noche. Esa noche última en que el nómada estará con su amor. La acompaña a todas partes. En su presentimiento se deduce que hay algo que no está claro. No se fía del barquero. Pero que hacer. En ese pueblo todos callan.  Entran en esa casa destartalada. El olor a humano es perceptibles. Todos hacinados. Todos esperando a que con la aurora el barquero los lleve a su nuevo destino. El nómada cae en la pena, en el dolor. La mira. Pero, ella, vertical y ausente se acurruca en una esquina también pendiente del mañana.



La madre:
 Tu mudez me acuchilla. Sabes, que tengo que irme. Te amo.

El nómada:
  Laguna de incendios brama en mi alma. Te vas y yo aquí. Todavía tienes tiempo para meditar y quedarte. Yo también te quiero. Yo seré tu libertad, esa caricia que te hará vivir en la felicidad.

La madre:
Es tarde. El alba se acerca. Lento pero viene y tú y yo tenemos que despedirnos. No me supliques. No me convenzas. Tengo que partir. Si irme después de tanto sufrimiento y no lo digo por ti y por otros que me he encontrado en mi camino. A ti te quiero y en mi recuerdo quedará las noches, los días de amor que me has dado. No insistas. No me mires por qué sino la pena cabalgará sobre mi pecho, sobre tu pecho. Intenta olvidarme. Ya el tiempo dirá.

Barquero:
   Vamos tenemos que partir. Aprovechar que la mar está serena.

La madre:
Adiós nómada del desierto.
Nómada:
  Adiós no. Vivirás en mi para siempre. Te esperaré…

Voz del fondo:
    Un adiós que se pierde entre lágrimas y manos alzadas. Se alejan de la orilla poco a poco hasta introducirse en un océano donde el rumor de la marea los mece en leves recuerdos, en el temor de que les deparará en esa nueva tierra. Pasan muchas horas, un tic-tac que oprime sus corazones desesperados, inseguros. No tienen nada que perder. Solo la vida. Y de repente se divisa tierra. Una tierra de playas amarillas y finas arenas. El barquero los deja y se va sin mediar palabra.

El niño:
    Madre, ¿hemos llegado a otro desierto?

La madre:
    Nada. No queda nada. Fíjate allí, algo se ve. Vayamos.

Voz del fondo:
   Caminan por la suave arena hasta llegar a una especie de avenida, tras ella, casas blanco están pintadas. Se oyen sirenas azules. Se aproximan.

Policía:
  ¿A dónde creéis que vais?

La madre:
     Buscamos….

Policía:
   Cállese. A la comisaría con ellos.

La madre:
 ¡Que pasa¡ ¡Que pasa¡

Voz del fondo:
 Se los llevan. Se los llevan a los calabozos donde otros como ellos vagarán en la penumbra de la duda. Son registrados de arriba a bajo. Tratados como si seres humanos no fueran. A una especie de refugio son llevados como todos. La madre no se lo imaginaba allí también estaban hacinados. Se disgusta. Piensa en su  hijo. Aquel lugar tan frío …sin intimidad.

El integrador:
    Todos venís a esta tierra como si fuera oro todo lo que reluce. Pero no es así. Has cometido una falta. Es ilegal y por lo tanto con el tiempo tendrás te devolveremos a tu país.

La madre:
Como, que volver. Trabajaré por mis sueños. Me ha costado tanto llegar hasta aquí… que solo la palabra retorno me produce ahogamiento, me asfixia ¿Qué hacer?

Voz del fondo:
   Se estremece su ser ante tantos muros. Su sufrimiento para llegar hasta ahí se ve ofuscado por el simple hecho que todo es hipocresía. Sus esperanzas a medida que pasan los días se ven atadas, atrapadas en ese espacio cerrado. Ese espacio que los trata como si fueran culpables de algún delito. Culpables de soñar. Cabizbaja la madre y el niño se van a su rincón. Ese en el cual dos colchones le servirán como almohada del olvido, del error.

Mujer 2:
  Nuevos en este campo de la desesperanza. Donde el eco terrible de que si hubiéramos cometido algún delito nos arrincona en estas paredes, en estas rejas. La humanidad decrece. No hay compasión, ni tan siquiera existe la compresión. Nos ven como presos. Si somos presas ahora de este extraño lugar.

La madre:
   Mujer no me da ilusiones ¿Cuánto lleva aquí? ¿Saldremos algún día?

Mujer 2:
  Llevo un año. Vengo de otro campo de refugiados. Aquí al menos nos dan de comer. Allí la nada ronda como aves carroñeras sobre nuestros huesos. No se que decirte a la segunda cuestión. Supongo que sí.  Pero hemos cometido un error o mejor dicho nos han dado pie a cometer ese fallo. Esos negociantes de personas que en sus barcas ofrecen la buenaventura. Todo es falso. Es como si fuéramos objetos inanimados. Sí, seres sin rostro que vagan pidiendo limosna cuando no es así. Las que logran salir su condición de trabajo es precario: jornaleras, prostitutas, limpieza. Nada. No hay nada. Solo una angustia que te va llenando tu faz de arrugas hasta que caes en el vacío.  No digo que otros tengan más suerte, pero que es de ellos…

   
La madre:
No se. Estoy tan cansada que mis alas me pesan. Retornar…Ay… Que todo sea por el bien de mi hijo.

Voz del fondo:
 Muerte. Agonía. Eso sentía la madre. Mira a su hijo cuando la luna ya es cima del universo de este planeta. Guarda sus lágrimas en lo más hondo de su corazón. La desilusión es tan abominable que ella misma se culpa ante ello.

El niño:
Vamos a volver a nuestra tierra madre.

La madre:
Si hijo

El niño:
El nómada nos cuidará

La madre:
Ay…Si hijo

El niño:
Madre cuenta un cuento hace tiempo que no me dices ninguno.


La madre:
Había un pescador haces muchos años. Vivía en un pequeño pueblo con sus hijos y esposa. Una madrugada cuando la luna llena esbozaba su sonrisa más brillante salió a navegar como de costumbre. Se introdujo mar adentro mucho más que otros días. Se aproximo a la otra isla. Esa isla marcada por la superstición y lo prohibido.  La curiosidad y ambición lo llamaba. Clavó sus pies en la pesada arena y dejo su barca en la orilla y se puso andar. De pronto una largo camino de piedras apareció en el. Estaba asombrado. Altos edificios había allí edificados pero no se veía a nadie y eso que ya era de día. Todo era silencio, un silencio que le hacia estremecerse. De repente ante el se acercó una especie de ser de rostro blanco y sin ojos. Le preguntó a donde iba. El terror que le causó hizo que regresará corriendo a su barca volviendo a su pueblo. Cuando llegó a la orilla de su hogar su esposa le esperaba y le pregunto que donde había estado. El respondió “ El mar me tragó y fue maestro de mi conciencia me enseño lo que era la muerte y mi trabajo. Yo elegí mi trabajo por qué es lo que reconforta mi espíritu a igual que mi familia y aquí estoy”.

Voz del fondo:
 Y vuelve y vuelve. El mismo recorrido pero ahora para regresar a su tierra. Lo que más ansiaba en ese retorno era ver aquellos amigos que se había cruzado en su camino. Pero dónde estaban. Solo el nómada. Los demás habían desaparecido, como si la tierra se los hubiese tragado.


Fin

No hay comentarios: