Voz del fondo:
La madre, a
rastras deja al niño y se aproxima a ese rebaño. Tras el una cabaña. Toca a la
puerta entonces…
Pero mujer ¿qué haces? Vienes sola.
Respóndeme. El sol está muy fuerte.
Voz del Fondo:
La madre señala en la dirección que se encuentra su hijo. La Dama perdida le tiende la
mano y va en busca del niño. Piedra tras piedra con celeridad la mujer recoge
al niño. Se encuentra en un estado de inconciencia. La Dama perdida siente dolor. Un
dolor que la lleva a concentrarse en todos sus conocimientos para salvar
aquellas almas.
El viaje por esta estéril tierra. Arrima
corazones a veces inocentes de la brutalidad de estos lugares hasta llegar a la
muerte. Pero no. Ellos no. Yo soy mujer creyente en el agua que da vida. Poco a
poco sus corazones volverán a retozar con sus sueños. Poco a poco serán
vertical almas que continuarán su viaje. Oh ¡Qué débil está este niño¡ Pero se
recuperará solo es cuestión de paciencia, una paciencia que con el tiempo será
el brotar de su sonrisa.
La madre:
¡Mi hijo¡ ¡Mi
hijo¡ ¿Cómo está mi hijo?
Tu hijo está renaciendo. Descansa mujer que lo
necesitas. No digas palabra. Imagino lo que os ha pasado. Llevo tantas lunas
aquí…
Voz del fondo:
Un pájaro pasa cuando la noche es cima de
las estrellas. La Dama
perdida no se aleja del niño. Lo mira. Lo observa. Lo acaricia. Y con solo eso
logra reunir toda su vitalidad de nuevo. La madre la mira. Mira como esa mujer
nacida de la nada sana a su hijo. Ella también se recupera. Con solo saber que
no lo ha perdido sus fuerzas ascienden hasta su alma y es vertical mujer que
goza de la alegría.
El niño:
Madre.
La madre:
Hijo. Hijo mío. Me has asustado. Tanto que
pensé que mi mañana sería nido de angustias. Pero ya veo. Ya veo que te has
recuperado ¡Que alegría¡ ¡Qué satisfacción¡ No se como agradecer esto querida
Dama. Es algo grande lo que me has devuelto. No se…No se lo que hubiera hecho
si a mi hijo le hubiera pasado algo. Nunca me lo perdonaría.
No mujer. No
me tienes que agradecer nada. Para eso estamos. Para ayudar aquellos que lo
necesitan en su encuentro con la esperanza. Sois almas nobles y ello es lo
suficiente para que yo os haya echado una mano. Ahora levantaros tenéis que
continuar con vuestro viaje. Aquí tengo unas provisiones que os ayudará.
Voz del fondo:
La despedida. El llanto pasea por sus
rostros. En ese corto periodo de tiempo son amistad eterna.
La madre:
Adiós mujer
del desierto.
Adiós no.
Mejor di hasta luego. Nunca se sabe. Los
vientos nos llevan y nos traen los rumores de esas tierras lejanas y a veces
también son vosotros míos quien los insuflan.
Voz del fondo:
Se alejan por ese
océano de piedras hasta perder de vista la cabaña y la mano alzada de la dama.
Por un momento la madre mira atrás y se queda pensativa con las palabras de
ella pero ha de continuar. El astro rey se entorna con toda su viveza, con toda
su energía. Algunas nubes parecen que quieren atraparlo pero no lo logran.
Caminan el niño y la madre por esa senda que le van marcando cada rostro dejado
atrás. Pasan los días y las noches y todo parece en calma.
El niño:
Mira allá
madre. Se ve verde.
La madre:
Parece un
pequeño bosque hijo. Vamos. Tenemos que llegar a el para recoger de su frescor
después de tantos días en la nada. Vamos
la naturaleza nos acoge con su exhuberancia.
Voz del fondo:
Se introducen en aquel majestuoso boscaje.
Un boscaje que atrae pajarillos que trinan al compás que pequeños arroyuelos
surcan bajo sus pies. La bondad del lugar los asombra. Nunca habían visto algo
así. Algo difícil de interpretar para dos almas que vienen de tierras comidas
por el vacío de vegetación. Directamente
beben de esa agua pura, límpida. Alguien observa sus movimientos y se acerca.
El divino:
Buenas tardes madre e hijo ¿Qué hacéis en la
ruta del norte?
La madre:
Buenas señor.
Vamos en busca de la paz.
El divino:
La paz es el ascenso del alma a vuestra
consciente.
La madre:
Vamos en busca
de un techo de donde guarecer nuestras carencias.
El divino:
El techo es
servidumbre de los corazones nobles y el esfuerzo de tus manos con otras manos.
La madre:
Comida. Agua.
Vamos en busca de no ser destruido por ellos.
El divino:
Agua. Agua que viene y que va.
La madre:
Vamos en busca
de donde abrigarnos de tanta escasez.
El divino:
Acaso, ¿ no
tenéis manos para tejer ese abrigo que os dará la felicidad.?
La madre:
Tenemos que seguir. Si seguir la ruta del
norte.
El divino:
Os entiendo.
Pero antes pasar algunos soles en este lugar. La paz que aquí existe os ayudará
a conseguir vuestro propósito.
La madre:
Me siento en paz. No siento el remorder de mi
conciencia.
El divino:
¿De donde
sois? Acaso, ese desierto no os ha acogido bien.
La madre:
Si señor.
El divino:
Pues ahí
tenéis vuestro techo. Esos amigos que habéis encontrado en vuestra trayectoria
Hay que ser realista. Algunos que han huido han tenido suerte pero la mayoría
no. Presos en tierras extrañas. Aquí la libertad.
La madre:
Le entiendo.
Pero mi aldea se pudre y con ello se lleva las almas.
El divino:
¡Se pudre¡ Hay que trabajar, trabajar para
que generaciones venideras vean vuestro pueblo como un lugar placentero. Tus
manos, que bellas manos mujer. Con ella podéis edificar esa cueva que os acoja
cuando el frío azote.
Voz del fondo:
Pasan los
soles. Y con ellos el niño y la madre tienen que partir.
El divino:
Hoy es el
adiós. Os vais. Me quedaré solo con mis consejos. Así es la vida. Pero recordar
que aquí seguiré.
El hijo:
Por qué no nos
quedamos un poco más madre?
La madre:
No hijo. Debemos seguir nuestra ruta. Ellos ya
tienen su vida, sus costumbres, sus razones. Pero nosotros tenemos que
encontrar la nuestra. ¡El norte¡ ¡El norte¡
Voz del fondo:
Y se van. Se
van. Se alejan de esa naturaleza viva de color hacia sus destinos. La noche
llega y con ella el rumiar de las bolas brillantes les dice que han de parar,
que han descansar hasta que el alba les anuncie una nueva ilusión en ese vagar
al norte.
La madre:
Hijo. Hace
muchos años se perdió en una brutal tempestad de la guerra. Desolado,
desorientado corría despavorido por las calles de su ciudad. Calles que no era
más que ruinas por las espumas negra de la pólvora. Se alejo tanto que llego al
desierto donde la nada solo eco de los estallidos de su pueblo. El niño ya
fatigado se sentó en una roca que por casualidad había visto en su huída.
Escuchó entonces una voz.” ¿Quién eres? ¿Dónde estás?, pregunto el niño. Soy
yo, el alma inquieta. No tengas miedo. Solo he venido para desquitarte de tus
penas, de tu fatiga, dijo aquella voz. Pero ¿Dónde estás?, preguntó el niño.
Bajo tu cuerpo, contesto aquella voz”. Entonces el niño se levanto y observo
que en la arena había una especie de agujero. De ahí surgió un anciano y una
anciana. “ Vamos pequeño ven con nosotros, dijeron al unísono. “ El niño que
casi ya no tenía fuerzas descendió junto a los ancianos. Ahí encontró la
felicidad que se le había robado.
Voz del fondo:
Esbozan la sonrisa
del despertar. Una sonrisa que los llena de esperanza en el acontecer de un
nuevo día. La calma ha reinado toda la noche. Madre e hijo se sienten con
fuerzas, con fuerzas de continuar ¿Cuándo verán el mar? Ese océano tan deseado
para ellos. Ello les da una gran valentía. Recogen sus cosas y un encuentro les
espera ¿Quién será? ¿Quién será?
El nómada:
Hola Mujer
valerosa que pisa esta tierra azotada por las inclemencia de los dioses.
La madre:
Buenas buen
hombre.
El nómada:
Que hace una
mujer tan bella por estos lugares ¿A dónde vas? Me lo imagino
La madre:
Vamos al norte.
El nómada:
Si, ya lo se. Todos
queremos un norte. Un norte donde nos ayude a desalojarnos de tanta muerte, de
tanta injusticia.
La madre:
¿Por qué me
miras así?
El nómada:
Por qué te
esperaba. Sí, tal vez no comprendas mis palabras. Pero tus ojos me dicen de lo
bonito que es tu corazón. Una lluvia de estelas que me deja encantado. Si,
parece que la quiero, que me he enamorado en el cráter del infierno que es esta
tierra. Me gusta usted.
La madre:
Oh, sus
palabras. Nos acabamos de encontrar en medio de esta tierra donde solo hay sol
y piedra y usted me dice que quiere ¿Qué ves? ¿Qué ves en mi ¿
El nómada:
La belleza de
ser mujer. La belleza de esas olas que llegaran y nos acogerán en el abrazo.
Voz del fondo:
Y se aman. Se
enamoran. Se quieren. Son hijos del desierto, transeúntes de un clima abstracto
donde todo tiene cabida. Hasta el amor, ese amor que crece a medida que el
tiempo pasa en la caricia sutil de dos almas que aspiran a ser arco iris de la
libertad. Esa libertad exenta de enfermedades y precariedades. Pero ella y el
hijo tienen que seguir. Ya ha amanecido. ¡Despertad¡ ¡Elevad vuestros cuerpos a
la continuidad de los días¡
La madre:
Que acogedora
han sido tus manos. Pero ahora debemos irnos. Si, marcharnos en busca de nuevas
tierras. No quiero más lamentos
El nómada:
Eso es el
ayer. Pero ahora estás conmigo mujer. No te vayas.
Voz del fondo:
Los amantes. El niño. El sol calla una masa de
nubes lo bloquea. Un día gris. Un día de despedida. Ella no se lo esperaba.
Pero de sus ojos laten salinas gotas que la callan. Se van. Ya queda poco. Casi
nada. El mar está ahí, ante ellos y la impresión que le da ese océano olivino
es grandiosa. Llegan al pueblo pesquero.
Todos los ojos que recorren sus callejuelas los miran, saben a que han venido.
Agachan la cabeza como si la indiferencia fuera una alerta, un mal presagio. La
madre pregunta y pregunta hasta que una voz le responde.
El pescador:
Está en la playa. Solo hallarás más
miseria, serás esclavas de un pueblo que no entiende el por qué de tu huída.
Allí también existe la pobreza, el hambre ¡Tened cuidado¡
El nómada:
No sea tan agrio señor. Mira, allí está el
barquero. El os llevará a esas costas de los milagros.
Voz del fondo:
El barquero.
La madre. El niño. El nómada. Se saludan. El barquero, hombre seco este de
mirada desconfiada, frío como el hielo. Los mira de reojo. De arriba a bajo. De
bajo arriba.
El barquero:
Solo tienes que darme el dinero y mañana
partiremos. Vais los tres.
La madre:
Solo el niño y
yo.
El barquero:
Bien. Mañana
seremos tierras nuevas donde lo agreste de esta no os desemboque en la miseria.
Voz del fondo:
Se despiden del barquero. El ni mira cuando se
van de aquella orilla solo cuenta el dinero. El niño, la madre y el nómada se
alejan de aquella playa espejo de la hermosura. El día es radiante envuelto en
camaleónicas siluetas que da sombra cuando la brisa suena. Preguntan donde
quedarse y les señalan una casa media derruida como lugar donde alojarse esa
noche. Esa noche última en que el nómada estará con su amor. La acompaña a
todas partes. En su presentimiento se deduce que hay algo que no está claro. No
se fía del barquero. Pero que hacer. En ese pueblo todos callan. Entran en esa casa destartalada. El olor a
humano es perceptibles. Todos hacinados. Todos esperando a que con la aurora el
barquero los lleve a su nuevo destino. El nómada cae en la pena, en el dolor.
La mira. Pero, ella, vertical y ausente se acurruca en una esquina también
pendiente del mañana...
No hay comentarios:
Publicar un comentario