Por qué no
despertar, se dijo. Eran la madrugada y entre sus sábanas daba vueltas a un
deseo que repetía en un susurro. Por qué no elevar mis alas a un horizonte
donde la paz de estas horas me alimenta de positivismo, se dijo. Y así hizo se
elevo desnuda por los pasillos de su casa y se dirigió al balcón. Un balcón que
daba a una atmósfera envuelta por la luna. La miro. Se maravillo. Y con su
deseo bien apretado respiro hondo. La nitidez del firmamento era acogida por
una masa de estrellas que no se distinguían bien por el eco luminoso de la
plateada. Decidió salir a la calle. Por qué no. El tiempo estaba en calma y
solo caminaba una brisa con aroma a los Monteverde. Detrás de ella. ¡Si¡ como
aliento que alienta el surcar de su vuelo. Unas nubes se divisaban. Y se dijo,
por qué no danzar con sus siluetas. Paso a paso ascendió hasta una de ellas. La
acogieron. Cada gota no caída a la madre tierra se iba incrustando en sus ojos
azabaches a medida que de nube en nube daba pasos de ensueños. Miró lo que había
debajo de ella. Un mundo en el que viento norte solo dejaba respirar a unos
cuantos, a otros… los dejaba ser tumbas en el infierno de la inocencia. Se
dijo, ¿por qué unos pocos? Se sintió triste. No entendía el por qué de ese
desajuste, el por qué solo unos pocos, casi nada, habían logrado el bienestar.
El resto…la pobreza y la injusticia los azotaba con colmillos de desesperanza.
No lo soportaba, la impotencia es un arma que nos arranca de cuajo de la
tranquilidad. Descendió entonces de las nubes. Poso sus menudos pies sobre la
tierra. Entró en bajo su techo y entre sus sábanas se lío. Y quiso soñar. ¡Sí¡
Un sueño donde el resonar de las campanadas de las esperanza le dijeran algo. Algo
sobre que todo iba a mejorar. Que la humanidad con rostro demacrado desaparecía
y sería solo una pesadilla del ayer.
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