El crepúsculo
del amanecer es viveza que anuncia el mecer de los cuerpos en el océano. Su
frescura azotada por un gentil viento pausado nos hace emocionarnos en su
cuerpo cuando la soledad es serpentear por nuestras venas. Una soledad que nos
convierte en parte del silencio que gravita a ras de nuestros ojos. Un sol que
viene, unas nueves que se van. Aquí seguimos con esa cuestión que lentamente
nos detiene cuando el alma es deriva de sus sueños. Aquí estamos con el surcar
de un magma que nos impregna del clamor de las gaviotas cuando van a pescar. Y
no se, algunas veces en ese rincón de las mareas somos promesas de las alas que
nos transforman en estrellas marinas libres de ser sendero de la naturaleza, de
su ritmo. Pero no, no. Somos ese eco de cadenas que con su herrumbre nos ensombrece
tras un muro de cristal. Observamos, lo tocamos y con el impulso del
pensamiento nos retraemos bajo las pesadas aguas de la mar. Sin embargo el
crepúsculo del amanecer nos hace ser parte de esa playa donde van los rostros oscuro
de la esperanza. ¡Si¡ como esas nubes que vienen, que van y dejan filtrar de
vez en cuando los rayos solares a nuestra desnudez para ser fragmento de esas conchas blancas en
la arena. Cada una de ellas nos dirá de nuestros sueños, de ese estremecer que
nos envuelva en cada paso, en cada mañana.
1 comentario:
Surten efecto los primeros alborozos que trae consigo la incipiente primavera, aún carentes de aromas florales...
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