Se emancipa la
oscuridad donde un Orión navega por nuestra mirada con la claridad de una
jornada que se asoma cuando somos veleros uniformes en las manos de las mareas.
Amanece y nos encontramos con esas ilusiones que alimentan al espíritu para
danzar con los primeros rayos solares. Amanece y nos hallamos inmersos en
nuestros pensamientos que absorben todo el ritmo de una ciudad encantada por
los transeúntes de sus ramas. Cierto árbol permanece inmóvil ante la evolución
de la brisa. Un árbol con cuerpo de mujer que se mece en los manantiales de
nuestros sueños, de nuestras esperanzas. Despacito despertamos sus recuerdos,
recuerdos que ambulan en el tintineo de la fuerza del viento, en las voces de
las olas que vienen y van, que van y vienen como eco profundo del rememorar
aquellos instantes que son perpetuos en nuestra memoria. Mira, se mira. En su
sombra se dibuja pescados voladores, ballenas cuyo rumbo hace escala en las
aguas de la vida, pájaros que con toda la gama de sus colores pintan de arco
iris sus viejas ramas. Cuenta cada mirada que se detiene en ella y con su piel
agrietada, áspera es sedoso saludo que silba a la edificación de la felicidad.
Todos respiran hondo, un respirar que cuenta todas las singladuras de nuestro
destino. De sus entrañas emana cierto aroma, un olorcillo que gira entorno
aquellos que le saludan. Un olorcillo que impregna cada rostro, cada andar en
ser más energético en cada pisada sutil por esas aceras cenizas humeantes del
sabor de la urbe. Y tiene ganas de
gritar levemente, de ser murmullos aquellos que la miran, que la saludan.
1 comentario:
Mi querida Dunia: Gracias por compartir este precioso relato. Me ha gustado mucho.
Un beso grande, grande.
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