lunes, diciembre 24, 2012

La flor....(relato)


Suenan los pasos del otoño como tambores del vacío. Un otoño que se viste de hojas secas que se esparcen por los parques donde la presencia es la nada. Ella se acaba de levantar. Se estira y abre sus ojos al paisaje que su ventana cede. Un paisaje que la envuelve en un cielo malva, rojo, naranja con el aroma de los pajarillos que ya cantan, que ya danzan a la vida. Su respiración es lenta. Inspira e espira la fragancia que desde lejos ofrece el océano, ese viejo océano que aún conserva toda su juventud. Se viste y un café la seduce a sus sentidos y se va, desciendes escaleras abajo hasta esas calles donde todavía la esencia humana no deja ver, no se deja oler. Solitaria y con un andar pausado por la belleza del amanecer habla para ella. “ Tal vez este crepúsculo desembarque con la esperanza de que mis años de desiertos sumidos en ráfagas inquebrantables de sirocos sea eclipsados para nunca más ser alma que vaga con las pesadas cadenas del ayer. Tal vez la libertad se halle no lejos, sumergida en algún pozo oscuro donde yo tendré examinar y ser llagas en mi espíritu para hallar la felicidad”. Eso se decía, a veces con un susurro otras en sus pensamientos. Pero donde estaba ese pozo o lo que fuera. Lo gris de las aceras la despistaba. La hacía desfallecer en el balanceo blanco de todo su alrededor. Pero ello seguía, con su corpulencia vertical, con sus alas de cenizas buscando, buscando alguien  con quien compartir las últimas estaciones de su existencia. Vio algo. Se detuvo. Era una margarita que no se de donde se había rendido a sus pies. La cogió. Sus pétalos eran naranja con un cierto toque de amarillo. Así como la mañana que ascendía hasta esa ínsula que ella habitaba. Y se fijo de nuevo en el océano, ese océano que lejano le hacia sentir un cierto rubor. Escuchaba su gemir, sus náufragos, su vida interior con el vaivén de la brisa que daba a su pálido rostro. Una margarita, se dijo en voz alta. Que sucedería si la deshojara, si la destruyera en cada pétalo arrancado al ritmo de mis deseos. No, se dijo a si misma. La pondré en un vaso con agua para imantar lo poco que le queda de vida en mi observación. Retrocedió con la margarita en sus cansadas manos. Cuando llegó a su caza hizo lo que tenía en mente y así pasaron horas y horas. Un destello nació de la flor, un destello que la embriagó en la incertidumbre de la extrañeza. “ Sola las dos, con nuestras venas cortadas a seguir la rutina de la vida por un error. Ahora tu me miras y me miras, giras entorno a mi muerte. Pero yo también te observo. Escrutinio tus ojos y solo veo una larga pena que te impide ser vuelo libre del mañana”. Y la margarita tras estas palabras cayó del vaso sobre el frío mármol de la muerte. Ella se quedó mirándola largo rato y una lágrima resbalo por su tez. Comprendió que la los caminos de la alegría son cortos y que su existencia debía de restaurarla desquitándose de cada dolencia de antaño. 

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