La oscuridad. La luna
todavía en pleno apogeo. Las últimas estrellas del firmamento. Es la madrugada.
El día anterior ha sido muy agotador. Entre sábanas arrugadas los dos giran en
el mundo de los sueños. Anne, camina por la orilla de la playa con sus pies
descalzos, gaviotas vuelan a su alrededor. Ella suspira y en ello una de las
gaviotas se aproxima a ella. De repente siente que es invisible y que la
gaviota penetra en ella. Ahora, forman un ser vivo nuevo. Un ser vivo que
camina y vuela alrededor del mundo. En su viaje observa cada desgracia, cada
tragedia, cada miseria del ser humano pero, siempre, con su regreso a la playa.
Allí cavila y cavila. Busca una solución pero la nada las rodea, la resignación
la persigue, la contemplación de un nuevo día que se aproxima se apodera de
ella y siente paz. Un sosiego que la imanta sobre un océano de rosas. Antón,
sin embargo , es cauce de una pesadilla. Anne no lo sabe pero el médico le ha
recetado unas pastillas para dormir. Su subconsciente se vuelca en un océano de
lava. De ahí, surgen ciento de cabezas de muertos por alguna tragedia.
Despierta. Sudoroso y frío se mira las manos, mira a Anne. Rápidamente sus ojos
se fijan en el espejo que tiene frente la cama y ve un ser abatido. Se da
cuenta del mal aspecto que tiene: ojeroso, pálido. Se levanta aunque son las
cinco de la mañana y por lo tanto faltan dos horas para que den las siete.
Antes de dirigirse a la cocina se fija en Anne, duerme apaciblemente. La mira
con cariño y ternura, con un esplendor que agrieta más y más su corazón. Algo
extraño está pasando en él pero no sabe. No sabe lo que en sus entrañas se está
cociendo. Quiere tocarla, sentir la humedad de sus labios. Hace tanto tiempo
que no se besan que parece que se halla en una estación fría eviterna.¡La ama
tanto que la respeta¡. La deja que siga descansando, reposando en esa esfera
placentera de los sueños. Le gusta verla dormir. “Parece un ángel, un ángel que
se poso sobre mi hombro en el ayer”, se dice él.
En la cocina prepara el café. No soporta
el silencio que hay en la casa solo, el murmullo de las olas. Necesita oír la
voz de Anne. Por un instante piensa en levantarla pero, no, es mejor dejarla
así, en esa fantasía que erige su mente. Después de tomarse el café mientras un
cigarro despliega todo su humo en espiral retorna a sus pensamientos. “Anne
está tan lejos. Tan lejos que mi fuerza de amarla no hace nada. Ya en ella no
hay palabras de amor. Ya en ella no hay esa mirada cómplice de cuando nos
conocimos. Ay, como vive en mi el recuerdo. Aquella playa, nuestros cuerpos
danzando con la marea, nuestro encuentro, la luz que iluminaron nuestros ojos
cuando nos descubrimos y el simple echo de las palabras del silencio nos hizo
emerger en una historia de amor, de pasión. Ahora somos como este tiempo
invernal, un frío metal discurre por sus venas. Tanto, que ha llegado a mí de
manera mortífera. Cada día estamos más distanciados. Tanta es nuestra lejanía
que los tambores de la ruptura han comenzado a zarandear sobre nosotros. Yo,
ello, no lo soporto. Me tira. Me tira hacia una atmósfera gélida en que sin
ella no puedo vivir. No, no puedo vivir. Acaso, soy cobarde. No. Tan solo, no
me imagino la vida sin ella.” Anton está abatido. Se va a la terraza. De allí puede contemplar el
mar. Ese mar que los unió y ahora los esta separando. Son la seis y media. Una
bola broncínea gigantesca comienza a ser acto de presencia y, con ella, la
bóveda se viste de malva-anaranjado. Se aproxima la lluvia, una lluvia que
arrancara la jornada que aun parece permanecer en su letargo. “ Hoy lloverá,
lloverá cenizas sobre mi. Uh ¡La mar en calma¡ Mi cuerpo desnudo. Su cuerpo
desnudo. La playa. Hace tanto tiempo que no lo hacemos. Sí, bañarnos a esta
hora cuando no hay nadie o lo que están de no se fija en la nimiedades de ver
dos personas desnudas en pleno alba verlas bañar. Nuestro sueño era esta casa
al lado de la playa para conmemorar el día que nos conocimos. Oh, ya son casi
las siete y yo ronroneando en mi mente”.
Anton con cierta nostalgia que se enhebra
en su interior sale de la terraza y se dirige a la habitación. Despierta
suavemente a Anne. No quiere
interrumpir bruscamente su sueño, un sueño que es tal vez mágico.
-
Anne.
Anne.
-
¿Qué
quieres?
-
Son
las siete amor mío.
-
Oh.
No me digas eso. ¿Qué le pasa al dichoso despertador que no ha sonado?
-
No
lo se . Toma, te he traído un poco de café.
-
Uhm.
Gracias cariño.
Anne se sienta en la
cama. Se bebe el café pausadamente mientras intenta despertarse. Bosteza,
estira un brazo y luego otro. Se queda mirando a Anton con extrañeza.
-
¿Estás
llorando?
-
No.
No Anne.
-
¿Cómo
que no? Estoy aun media dormida pero ciega no. De tus ojos mana algo fluido y ,
yo supongo, que es llorar o, acaso, tienes un manantial dentro de ti.
-
Será
de alergia.
-
¡Alergia¡
¿Desde cuando eres alérgico. ¿Ha pasado alguna desgracia?
-
Es
alergia Anne. No ha pasado nada. Lo que yo nunca de lo había dicho. Sabes, de
pequeño era alérgico y por lo visto me ha vuelto a estallar.
Anne se olvida de Anton . Ya se le pasará, piensa ella. Se termina su
café y se levanta.
-¿Cuándo has hecho el café?
-
Hace dos horas Anne. Disculpa, se me olvido calentarlo.
- Que raro en ti Anton.
Las
palabras de Anne suena con retintineo. Anton no se puede creer el error que ha
cometido cuando lo que desea es lo mejor para ella. Y tan solo por un café.
Está cayendo a lo más bajo. Ya no se permite algún fallo. Anne termina de
tomarse esa bebida oscura y fría resignada. Se levanta ante la mirada
inexpresiva de Antón.
-¿Por qué me miras así? Dime
cariño, nunca has visto una mujer desnuda. ¡Antón¡ ¡Antón¡ Despierta criatura.
Antón
calla. La burla de Anne no le hace gracia. Toma la taza y se la lleva a la
cocina con la cabeza gacha.
-
Antón.
Ya te habrás duchado- grita Anne desde la habitación.
-
Si,
amor mío.
Anne sale de la habitación y se mete en el
baño. Hoy ni se mira al espejo. Va tan acelerada que ni tiempo tiene de ver su
imagen reflejada en ese cristal.
-
Hoy
chico tengo tanta prisa. Tanto trabajo por hacer…
-
Como
siempre querida.
-
¿Qué?¿Qué
dices?
-
Nada
mujer.
-
Siempre
nada mujer. Algo te ocurre. Te conozco. Porque no lo dices. A ver, a ver. Dime
como te va en el trabajo.
-
Ya
te lo he dicho mil veces. Quieres que te lo repita de nuevo.
-
Si,
por favor.
Antón no contesta. No
le da la gana de decir algo. Ya han hablado de ese tema y repetir lo mismo,
como que no. Anne sale de la ducha con una toalla enrollada, directamente va a
la cocina. Allí, encuentra a Antón sentado mirando fijamente el fondo de una
taza de café.
-
Pero
que haces hombre-dice ella cómica- Estas observando lo que depara tu futuro con
los posos del café. Ja, ja.
-
No
seas tonta.
-
Antón
sigo diciendo que te encuentro extraño.
Antón no quiere responder. El tono de su
tez se torna a un rojo intenso. Esta hirviendo por dentro. Lucha para reprimir
sus palabras pero explota . Está harto, harto de la situación de su vida. Se
halla al límite, un límite donde aguas bravas y viscosas tiran de él.
-
Si.
Estoy extraño. ¿Y qué?
-
¿Y
qué?- contesta Anne sorprendida.
-
¿Qué
tinieblas te asaltan cariño? Dime, que es lo que te carcome.
-
Muchas.
Te pasas el día trabajando. No hay momento para conversar contigo.
-
¿Cómo?
No estamos hablando ahora.
-
No.
No me refiero ahora. Son todos estos años, todos estos meses, todas estas
semanas, todos los días que llevamos juntos.
-
No
te entiendo. Yo he de cumplir con mi trabajo. Estas un poco airado. Tal vez
deberías de coger un poco de aire.
-
No
Anne. ¡No¡ No aguanto más.
-
¿El
que no aguantas tesoro?
-
Esta
situación. Nuestra relación se esta rompiendo.
-
¿Cómo
puedes pensar en ello? Yo te quiero. Bueno, dejemos esto para otro momento,
vale. Ahora tengo que vestirme y marcharme.
Anne se va de la cocina. Antón se queda
meditando. Se arrepiente de lo que ha dicho a Anne, algo lo recorre de manera
intensa hasta hacer estragos en él. Es como si ella no lo entendiera. No entender,
esa es la palabra exacta. Se martiriza mientras la siente vestirse y marcharse.
Anne desde la puerta de la calle se despide, Antón, retorcido, no dice nada.
Friega la losa. Hoy ha pensado que no ira a trabajar. Que deja su trabajo
porque no le entusiasma. Lo cierto es que no le va muy bien. Las caras huecas
de sus compañeros, la palabra negada a cada una de sus opiniones, el
aburrimiento de estar aguantando durante ocho horas a seres de hielo. Solo le queda Anne pero, ella es allende ave
que no puede en estos momentos tocar. Buscar un sendero de luz, ello, es lo que
necesita. Se halla vacío. La nada gira alrededor de él e imprevisiblemente ve
que todo va acabar mal. Termina de fregar y recoger la cocina se dirige a su
cuarto. Allí su mesa, su silla, su ordenador. Se sienta. Intenta escribir unas
palabras para Anne como despedida. No puede. Se tiene que enfrentar a una hoja
en blanco. Una hoja en blanco especial para ella y eso que esta acostumbrado a
escribir. Ha de escribir algo adecuado, una despedida. Sí, se despide de ella.
De esta vida tan monótona.
Querida Anne:
Me estremezco al escribirte estas palabras. He
tropezado con la vida. Más bien me he hastiado de ella. No se, sobre mi una
neblina gira y gira bestialmente. No vayas a creer que se trata de ti. Tú no
eres amor mío. Estoy en ese paso donde el viento con su celeridad y violencia
te lleva a la muerte. Sí, a la muerte. Tal vez, sea este paro que ahora le toca
llegar. Sabes lo que significa. Empezar otra vez de nuevo…No, no lo soportaría.
Muchos años dependiendo de ti y de la invitación de los demás. Ahora, he caído.
No puedo levantar la cabeza como debería y mirarte. Se que tu me quieres. Que
me amas pero, podrás vivir sin mi. Mi ausencia no supondrá ningún conflicto en
tu vida. Correrás tu camino como mujer valiente y decidida y hallarás alguien
mejor que yo. Alguien que con su fragancia te expansione más y más. Son falsas
expectativas de mañanas vigorosos la que nos hacemos. Tú lo hiciste bien. Un
buen trabajo que además adoras. Yo me
siento orgulloso de ello. No quiero molestarte más. Ya se que no te avergüenzas
de mi. Yo, si. Mis fuerzas ya no pueden más. Sí, soy grotesco con esto que
estoy haciendo. No pienses que deseo hacerte daño. Jamás. Es que hay un vacío en mí. Un pozo de lodo me
observa, me examina, me toca. Adiós querida mía. Mi querida Anne.
Antón abre el cajón de su mesa y toma las
pastillas. Se las traga todas. Deja la carta sobre la mesa de Anne. Se pone el
bañador, se viste y con una toalla baja a la playa. Se quita la ropa. Por un
momento cierra los ojos y tiembla. No hay nadie. Es invierno. Se introduce en
el agua. Se deja ir. Una rara sensación se acerca a él. Mientras nada más y más
lejos de la orilla sus pensamientos recorren cada parte de su vida. Se para. Ya
está en el sitio adecuado. La marea está revuelta. Ello, es ideal para dejarse
ir. Se dejará llevar. Se deja llevar. El océano le habla. Le grita. “¿Qué haces
hombre? ¿Por qué? ¿Por qué? Las mareas del ayer se retuercen en ti. Las mareas
del hoy dicen de apuñalar cobardemente a la mujer de tu vida. Eres ahora parte
de nosotros. De este mundo oscuro donde seres de otras tierras son náufragos de
un sol turbio. Vagarás en la deriva
como otros cuerpos hasta que la luz de un puente azul te guíe hasta la verdad.
¡El amor¡ ¡No más que el amor¡”
Anne regresa a casa. Ha estado todo el día
llamando a Antón pero este no contesta. “Se ha incomunicado. Como se atreve
hacerme esto a mí”. También ha llamado al trabajo pero, allí, no saben nada. Al
abrir la puerta siente cierto aroma enrarecido, un aroma que solo percibe sus
sentidos, sus sentimientos. Va directa a su cuarto. Sus ojos se cierran, no
quiere ver la nota que está sobre la mesa. Algo impredecible ha ocurrido. Algo
que ella misma no lo supo averiguar. Se sienta igual que el para leer la nota.
No se lo puede creer, las marismas del horror penetran hasta su corazón. El
infortunio ha caído sobre ella. Su cuerpo cimbra incoherentemente. Una brisa
tormentosa y gélida resbala por su tez. La cabeza es un campo de minas que ha
estallado en la pisada incorrecta, en la compresión incorrecta. No siente
fuerzas, ese agarre para levantarse. Sus piernas no responden. Todo ha acabado.
“No. No amor mío.”, grita. “ Desfallezco. Penetro por un laberinto donde
estacas me sobresaltan cada vez voy hallar la salida. No. No amor mío. Un río
de buitres aniquila el fluir de mi sangre. Desolada busco tu huella y solo
hallo pedregales donde mi pisada es rajada. No. No amor mío. Amor roto. Amor
herido. ¿Por qué te vas?” v
Anne inmediatamente coge el teléfono llama
a la policía, a los bomberos, a una ambulancia. Pero, ello, nada sirve. Las
horas pasan. Los días pasan. Lo están
buscando. No hay rastros de él. La oscuridad se cierne sobre ella. No quiere
ver a nadie. Es tanto, tanto el dolor. “ Te has ido. Te has ido cuando la
plateada a igual que tu dejaba de respirar. Te has marchado con ese océano
traidor que dará ahora toda esa hoguera del amor. No te bastaba acaso, con el
mío. El final de nuestras palabras. El final de nuestras acaricias. La muerte
ha venido.¡La muerte¡”
**
El entierro viene. El
entierro se aproxima con sus fúnebres tonadas. Amigos y compañeros lloran a un
cuerpo invisible, perdido en la nada. No obstante ella quiere quemar sus cartas
en el crematorio. Aquellas cartas cuando era escurridizo de los primeros
halagos. Arden y sus cenizas son guardadas en un cofre. Anne lo acoge entre sus
palmas mutiladas de tanto llorar. Se lo lleva a su pecho. Sus lágrimas son
riachuelos del que emerge alas de mariposas disecadas. Esta ella sola y el
cura. No se intercambian palabra, el lugar es tan sobrio y frío que cualquier
sonido se convierte en granizada.
-
¿Qué
vas hacer Anne con estas cenizas?-le pregunta el cura cauteloso.
-
No
se padre. Las arrojaré al mar. Le rogaría que no se inmiscuya en mis asuntos.
-
No.
No quiero inmiscuirme. Solo era una pregunta. No cree usted que sería mejor
enterrarlas en un nicho.
-
¿Qué
habla usted? Mi marido no era creyente. El adoraba el océano y como tal allí
las esparciré.
-
Ya
entiendo. Así cayó.
-
¿Cómo
que así cayó? Usted no lo entiende. Por favor, le ruego que me deje sola.
-
Sola
no. El pecado se cierne sobre él. Su alma no descansará en paz.
-
No
me diga. Vaya con sus estupideces a otra parte. Y, una cosa, aprenda a respetar
las creencias de los demás.
Ante las palabras de
Anne el cura no sabe a que acatarse. Por su mente pasa de infinidades de
pensamientos airados pero se para. Se traga su lengua. Se gira y se va con paso
firme y acelerado murmurando insultos en voz baja. Anne ahora está sola. Con el
cofre entre las manos. Lo abraza fuertemente contra su pecho. Sus lágrimas son
veredas por donde corre todo su ayer, todo su hoy, todo su mañana. A paso lento
se retira de esa pequeña sala. Sale del cementerio. Se sube en su coche y toma
dirección a su casa. La jornada corre como el agua. Ya es la noche. Pocas
estrellas desfilan por la polución y la iluminación. Pone la radio. Una canción
nostálgica da a luz la nostalgia. El tráfico es denso. Ella no se desquicia, no
pierde los nervios sumisa en esa balada de los buenos tiempos. Llega a su casa y con ese cofre en las manos
más la insonoridad de las paredes parece helar. Se tira en el suelo. Esta de
rodillas. No sabe si llamar algún amigo. Pero para que, se pregunta. Está tan
sola.
**
l Anne despierta. Se erige a la
ventana, divisando el amplio rugir de la marea la cual se halla atizada por la
serenidad de las olas. Por un momento
deja esa imagen y se pone el albornoz que está posado en la cama. Otra vez se
va a la ventana. Quiere seguir contemplando el océano. Ese océano que se
asemeja a Antón. ¿Dónde se hallará?, se pregunta ella a cada ola rompiente con
la avenida. Sus vivencias del pasado se escenifican, sus vivencias del hoy
también. Su rostro se desfigura más y más por salvajes tirones. “¿Por qué estoy
aquí? Delante de esa ventana indagando
el espacio que va más allá del océano. Quizás, no haya buscado suficiente. Cada
despertar lo mismo”, se indaga ella. Ante ella el océano a ras de sus ojos. Sus
ojos ciegos. Sus ojos incrédulos respecto a su muerte. La jornada es igual que
siempre, igual que cualquier otro despertar.
La brisa marina parece aniquilarla. Una brisa primaveral que se combina
con las primeras luces del día. Su pecho está desnudo. Ninguna mano sedosa es
ala de la pasión, del amor. Esta sola. Siente que él la llama. Ve a Antón subir
junto a su mano hasta la casa. Lo ve como si se tratase del presente. Con su
cabello azabache, con el azul de sus ojos, con lo puro de su cuerpo. Ella al
lado de él. “¿Dónde estarás? ¿Dónde se halla ese arco iris sonriente del
alba?”, se pregunta. De su dolor sangra la herida. Es enviada a las
profundidades engreñadas de delirio. Cada minuto que pasa decae más. Cada
lágrima que arroja es secuencia de él. Ella no quería perderlo, no quiere sus
sábanas revueltas danzando en soledad, no quiere su almohada fría acogida por
el cierzo, no quiere sus zapatillas mudas. “¿Dónde estás amor? Deseo el
destellar de tu cuerpo como el ayer. Solo imperan tundras sobre mis manos.
Siento tu aroma, tu fragancia cedida por la brisa marina. Miro, observo,
examino y ante mi la luz se apaga. Veo un ser con su lamento. Veo un ser
desnudo. Veo un ser que baila al son del desvanecimiento. Lo siento decaer. Lo
siento decaer en un mar de ortigas del cual no brotará más una flor. Miro,
observo, examino y ante mi renace. Renace como cenizas de un tiempo infernal.
No lo entiendo. El me adoraba. Hacía de mí trinar una atmósfera donde la paz
brotaba de estas paredes. Y, sin embargo. Y, sin embargo se fue.”, se dice así
misma. Se aparta de la ventana. Deja
atrás así lo que son horas de su cavilar. Ahora quiere sentirlo de cerca,
sentir cada minuto de ese ayer, cada paso dado por él hasta desfallecer. Se
viste. Sale de la casa. Sus pasos la conduce a la playa. Se detiene para
admirar todo lo que hay a su alrededor. Los filigranas rojizos aclaman el estallido de una imagen humana con
el gran deseo de su mente. La marea es imagen espectral, majestuosa. Revindica
su sensualidad, su pasión por él. Esta en la orilla, la espuma la seduce, la
invita a despojarse de todo lo que lleva encima. Se quita la ropa. Cuerpo
desnudo que esboza un suspiro, corriente de arrecifes que al induce a meterse
en el agua. ¡Sí¡ Ser parte de él. Como si de él tratase se hunde. Es náufraga
en un paradero desconocido donde su leve canto no la acalora ¡Oh sus manos¡,
esas que tanto la embrujaban para ser prisionera dócil de él. Lo siente tan
lejos. Tan lejos que su cuerpo es mordido por la pesadilla, la pesadilla de
este océano desconocido. “ Sabes, así no puedo amar. No volveré a ser lo que era.
Te extinguiste”, se dice ella para si misma. Su llanto y su grito se agudiza.
Se siente herida. Herida de amor. Del amor perdido. Sale del agua. Deja de
sollozar. Los primeros rayos solares son vomito. Por un momento mira su frágil
fisonomía: delgada, lánguida, húmeda. Le falta ese halito de ánimo para volver
a casa. Hace un esfuerzo y retorna. La penumbra, el lúgrube pasillo. Por un
momento una gaviota de fuego brota ante sus ojos. “¿Lo has visto? ¿Has visto a mi amor navegar
por este océano? El, que ya no es mar por donde mi río suena. Dime, ahora que
eres torre alta de este océano. ¿Lo has visto?”. La gaviota de fuego no
contesta. Anne retorna a casa cansada.
Solo la muerte y la soledad son su sombra. Sube la escalera despacio,
sin hacer ruido. No quiere encontrarse con alguien. Entra en esa casa donde el
sol ya no le da calidez. Sus pasos la llevan hasta la cocina. Se hace un café
que huele a hojarasca. Algo falta. Con las manos en sus sienes no quiere
retroceder al ayer tampoco, al hoy y menos al mañana. Se levanta. Se evade de
la cocina que tanto malos recuerdos le trae. Se erige al ventanal. Quiere ver
de nuevo el océano. Quiere absorber todo su candor, todos su rumiar. La
hechiza. “¿ Se acordará de mí? Como recordarme si su mundo es sepultura, es una
luz espectral que te espanta en las tinieblas. Acaso, ¿no me quería?. Acaso, es
que toda nuestra vida juntos fue una mentira, fue lo que la imaginación de cada
uno de nosotros quiso dar. Quizás yo no supe corresponder. Tal vez él no supo a
que atañerse en la responsabilidad de vivir en pareja. Yo te quería. Te quería
más y más a cada jornada que pasaba, a cada estación ceñida de su peculiaridad.
Te quería tanto. Te quiero tanto. Ahora que tu no estas me atropella esa mirada
tuya de muerte. Aunque intente besarte nunca te encontraré y yo solo seré
gemido de noches sin estrellas. Una cuerda floja me hace caminar por ella
tirándome hacia rocas magmáticas donde tú y el mar sois brumas. La nada.
Quisiera conversar con tu latido, se acogida así por el entusiasmo de que
existes pero me miro y solo observo tu imagen perdida en el tiempo.
El
teléfono suena. Anne no sabe si cogerlo. Seguro que es alguien para consolarla.
De ello está cansada. Duda pero la invade el remordimiento y descuelga.
-
Si,
¿quién es?
-
¿No
me conoces?
-
No
Anne se extraña. No
tiene idea de quien es. La voz suena serena y tranquila.
-
Soy
el viento.
-
¿El
viento? Lo siento pero no tengo ganas de bacilones.
-
Si
Soy el viento. No cuelgue. Las estrellas que te guían en el nocturno volverán a
brotar y veras de nuevo la luz.
-
De
que me está hablando.
-
¡Antón
te quiere¡
-
No
juegue con mis sentimientos por favor.
Anne tiene ganas de
colgar pero hay algo superior a ella que la fuerza a mantener esa conversación.
-
Jugar
con los sentimientos. No. La vereda que tienes que recorrer a través del tiempo
es larga pero al final lo lograrás querida Anne.
-
¿De
que vereda me está hablando?
-
La
vereda del amor. La vereda de la fuerza.
De repente puertas y
ventanas se abren y se cierran. Anne se siente descompuesta ante el suceso
mezclado con esa llamada.
-
Oiga.
Dígame de quien se trata. Oiga…
Nadie responde al
otro lado. Una brisa penetra por cada una de las habitaciones. Las luces se apagan y las puertas y ventanas se
siguen abriendo y cerrando. Anne no sabe que hacer esta desquiciada.
-
Estoy
aquí.
-
¿Quién?
¿Quién está aquí? ¡No¡ Me estoy volviendo loca. ¡Qué es esto¡
Anne se encoge sobre
si misma y se sienta en el suelo. No puede creer lo que le está sucediendo.
Puertas que se abren y se cierran. Esa voz que ahora merodea por la casa.
-
Soy
yo. El viento Anne.
-
¡No¡
¡No¡- grita en un largo sollozo.
-
Estoy
ante ti. No me ves. No es locura lo que tienes. Es tu otra realidad. Esa
realidad que ahora tanto te amarga.
-
¡No¡
No entiendo nada.
El viento toma forma
humana y se arrodilla. Pone sus manos sobre las manos de Anne.
-
¿Quién
eres tú? ¿Cómo has entrado? ¡Fuera de aquí¡ Ya tengo suficiente dolor para que
un chiflado que no se con que medio dice ser El viento y encima entra en mi
casa sin permiso.
-
Anne.
Anne.
El viento mira fijamente
a Anne. Le transmite paz. Una paz interior que hace tiempo que no goza.
-
Dime.
-
Debes calmarte. La calma arranca toda esa mala
hierba que se arraiga a tu corazón.
-
Si
-
Así
me gusta. Me gusta que tus ojos humedecidos compartan conmigo un rato. Me dicen
mucho. Mucho de ese sufrimiento que lleva a ras de ti. No te preocupes por tu
amor Anne. El si te recuerda.
-
¿Cómo?
El está muerto.
-
Muerto
para los demás pero para ti no. Recuerda que no te despediste. Que el no se
despidió de ti. ¡Tu lo quieres tanto¡ Que sois almas que vagan sin rumbo en los
acantilados de la desolación.
Los portazos se
calman. Un ciclón de tranquilidad entran en la casa. Anne mira a ese extraño.
Una luz penetrante siembra en ella una especie de libertad respecto a la
angustia que posee. Se levanta y con él va al ventanal. De nuevo la gaviota de
fuego pasa ante sus ojos y la del extraño.
- Ahí esta ella. Ella
será el enlace con tu amor.
Desaparece. Ni rastro de él. Anne
por un momento se queda mirando tras el ventanal. La gaviota de fuego también
de hace invisible en el aire. Lo busca. Pero no queda ni su sombra. Habrá sido
un sueño, estaré delirando, se pregunta. Pero no. Fue todo tan real…Entra en su
cuarto, se pone una ropa cómoda y de nuevo al ventanal. Observa detenidamente la
barca de su marido. Esa barca que tantas veces fue a pescar. Corre escaleras
abajo, tiene una idea. Encontrarse con él en el océano. Ella hará lo mismo que
él, salir con esa embarcación por las mismas rutas que el solía acostumbrar,
como si fuera a su encuentro. Quería recibir un rayo de luz del por qué, saber como era el que se lo había
arrebatado. No sabe muy bien pero quiere partir en dirección a su amado. En una
dirección tal vez que la introduciría en un laberinto sin salida. No le importa
ya su vida. Quiere desfallecer igual que él, igual que Antón. Se aproxima a la
barca. La desliza por la suave arena hasta sentir el cosquilleo del agua. La
empuja. La barca esta suficiente introducida para ella meterse dentro. Ella
misma capitán de un viaje sin retorno, ello al menos pensaba. Un viaje donde su
corazón se fragmentaría en dos: entre la realidad y la fantasía de un viento
que le diese su amado. Ve extrañada la
gaviota de fuego y la sigue. “Remar y remar hasta alcanzar a mi amor. Remar y
remar hasta desgastar mis lágrimas por el magma de su oscuridad. Remar y remar
hasta se puñalada de este océano como le ocurrió a él. Remar y remar aferrada a
que lo hallaré aunque un aberrante acantilado desangre mi razón. Remar y remar
hasta desaparecer bajo su volcán. Remar y remar hasta quedar exhausta en mi
envejecimiento prematuro. Remar y remar hasta que mi entendimiento oscurezca
entre las tinieblas de la incertidumbre. Remar y remar, las olas me llaman, la
gaviota de fuego me guía. Remar y remar en esta mar que parece desmayar cuando
el sol enrojece y yo soy desgana de seguir viviendo. Para que vivir si tu no estas aquí. Para que
vivir si cuando la noche cae las trompetas brillantes del universo no me dibuja
esas constelaciones que yo y tú veíamos. Remar y remar para ser espada que raja
esa brisa de infortunio. “, se dice ella misma.
Rema
y rema como huída del sufrimiento. A medida que se aleja de la costa sus lágrimas se convierte en sudor, su sudor
en delirio, y su delirio en un apagón de su sufrimiento. Ahí, en medio de aguas
azules donde el alma humana no habita quiere escucharlo. Quiere saber de él.
Ella sabe que se encuentra cerca de Antón. Pero sus fuerzas son escasas. Ya no
puede más. “Extasiarme con las cascadas dulces del amor. Apasionada soy. Siento
como soy eco febril de ti. Tú, ¡gaviota de fuego¡ da una señal de él. De él.
Solo el roce de la brisa con mi tez me
dice de su ser. Me calcino en la desorientación. Fisuras recorren mis labios al
no sentir su beso. ¡Su beso¡ ¡ Ay su beso¡ Relámpagos anuncian su llegada. ¡Si¡
Lo siento. No. No puede ser. El va a llegar a mí. No. No quiero más penurias.
Pero, que es lo que se ve a lo lejos. Lo desconozco. No se de alguna isla que
exista rodeada por este océano ya plúmbico. Acaso, será el lugar donde mi amado
se halla. Quizás será una tierra de arenas movedizas que hizo desaparecer a
Antón. Acércate barca hasta ese lugar donde seguro mi pecho volverá a ser
hoguera de la vida. ¡Si¡ hacía allí se dirige la gaviota de fuego. Ahora
recuerdo aquel hombre, medio ser humano, medio viento. Todo es verdad. “Anne
coge de nuevo los remos y se aproxima a aquello que divisa con un brillo
especial en el horizonte. Se pregunta que es eso. Si era un islote parte de él
o un espejismo. Se extraña. Pero sigue. Llega a la orilla y fatigada baja de la
barca. Lo primero que ve en una fuente de arboledas amorfas, un boscaje
estancado en el pasado donde la mano humana aún no ha pasado. Árboles
retorcidos con el musgo exuberante vistiéndolo. Ella siente como esa masa
forestal la acecha, la invita adentrarse y se adentra. La consuela y la hace
caer en un largo sueño hasta que la noche es sonata de una brisa suave. Siente
una voz que la despierta dulcemente. Abre los ojos. No ve a nadie pero el
susurro continua “Ven, ven”. Se levanta y se dirige a unos matorrales. Detrás
de ellos hay un ser extraño. Un ser que siendo joven tiene el pelo cano y esta
calvo. Sin saber por qué le da la mano.
-¿Quién eres tú?- pregunta ella.
El la mira fijamente. Admira toda
su belleza. Anne da un paso atrás, sabe que con su mirada se está introduciendo
en el círculo de su intimidad.
-
¿Qué
haces buena mujer en este lugar? Seguro que vienes desde muy lejos y el
sufrimiento es algo que se agolpa a tu corazón. Quieres oír de mis labios su
nombre. El nombre de un hombre
desaparecido en el mar. Por ello vienes aquí. Yo se donde está él.
Mírame. No me hables. Mira a través de mis ojos y lo sentirás. Te sentirás
triste, cansada, sola pero también sentirás el alcance de su eco. Sonante en
cada estremecer de su aroma que dibujan las estrellas. No te preocupes más
mujer que su espíritu te aguarda. Allá, a lo lejos. Allá, en la proximidad.
Donde tanto tú como él sois parte de uno mismo. Dame la mano y anda. Retorna a tu casa, a tu mundo.
Anne
le da la mano. Se introducen en la profundidad de ese boscaje hasta una cueva.
El anciano la invita a entrar. Se sienta en el suelo frío. Anne mira todo su
alrededor. Las paredes están pintadas y bajo los efectos del relieve hay
extraños dibujos. Hay hierbas colgadas con el olor a curación. El anciano
enciende un pequeño fuego y ofrece a
Anne una especie de infusión. Anne acepta. Se siente a gusto. Restablecida por
el sorbo a sorbo de ese brebaje quiere elevar anclas de nuevo. El anciano
asiente. Se va. En la orilla está la barca. Se sube a ella y es consumida de
nuevo por un profundo sueño.
Antón
como alma ardiente sumiso a la ida se arrepiente. Siente su cuerpo desnudo en
el agua. La ama, la abraza. Disemina cada escena del pasado.” Que he hecho. No
me lo explico. Por qué estoy aquí. Una borrasca se agarra a mí de manera
desmesurada. He cometido un error. Un grave error. ¿Cómo pude hacerle tanto
daño? Yo aquí ahora no siento nada y no soy nada. Ella en el mundo real es
sufrimiento ¿Qué era lo que giraba en mi cabeza? No lo entiendo. Tal vez, debí
pedir ayuda. Pero uno a veces se vuelve tan ciego, tan sordo. Inacabado es mi
andar por está tierra. Ahora en está esfera plomizas no descansaré hasta el
último beso. Voy al encuentro de ella. Voy como desaparecido iluminado por las
sendas del remordimiento. ¡Tanto dolor hay en ella…¡ Sola, con las olas
rememorándole cada despertar en que mis labios acariciaban sus párpados. ¡Anne!
¡Anne! No me dejas ir más allá de este mundo, no me dejas descansar en ese
jardín de los cuerpos desaparecidos bajo las profundidades del océano.
Llega a la orilla. Despierta y otra vez
con la luna y las estrellas tiritando en haces luminosos se dirige a su casa.
Deja la barca. En su paso del nocturno se pregunta si todo es un sueño
agradable. Pero no, el sabor de esa infusión, el anciano hombre. Todo surca
alrededor de ella como real. Aun así, se
encuentra cansada. No enciende las luces de su hogar cuando entra, una especie
de atmósfera agradable la invade. La luna es suficiente luz para sus pasos pero
aún así enciende una vela y se queda mirando la danza de su llama a la sombra
de ella. De repente una paz es flor que acaricia su frente. Sobre la mesa de
noche pone la vela y se acuesta en su cama.
¡La noche¡ ¡La noche¡
Rincón donde los enamorados se encuentran para ser besos alados de densas
arboledas. Anne siente algo, siente como la sábana blanca con la que está
tapada se desliza hacía abajo dejando su cuerpo desnudo con el tintineo de la
brisa. Media dormida intenta cogerla pero no puede, hay alguna fuerza mayor que
la lleva, que se lleva la sábana hasta el suelo. Al principio cree que está
soñando pero no, es real. Algo oscuro que hace temblar la vela con su silbido
hay en la habitación. Se alza sin temor con el temblor de una brisa que recorre
sus venas pero en ese instante su cuarto es encendido por una calidez que la
imanta aunque la ventana cara a la luna este abierta.
- ¿Qué es esto? ¿Qué ocurre aquí?
Siento como si estuviera vestida en pleno invierno. ¿Quién está ahí? No
comprendo. ¿Quién? ¿Quién? Acaso eres tú…Ese el que las mareas lo arranco de
mis brazos pero no de mi corazón, de mi corazón…
Una luz traslúcida se hace en la
habitación con forma de cuerpo humano. Levanta la mano y se la tiende a Anne.
Anne se extraña pero hay algo en su interior que le dice cógela.
-Si, soy yo amada mía. He vuelto
porque los negros nubarrones de tus ojos me siguen buscando y mi alma se
impregna de pesadumbre. Si, soy yo amada mía. He vuelto porque la desdicha te
impulsa por sendas de pánico ante la soledad que te he dado tras mi ida. Si,
soy yo amada mía. Del pasado solo quedan los recuerdos, esos recuerdos que tú
enhebras para transitar en el hoy. Si, soy yo amada mía. Ese el que fuertemente
te abrazaba cuando el frío apretaba. Aquí estoy. He regresado para enseñarte amar
otra vez. ¡Amar otra vez…¡ Por qué no.
- Por qué no, me dices. No necesito que me enseñes a amar.
Yo te quiero a ti. ¡A ti¡ y a nadie más. Si ese es el motivo de tu visita,
vete. Me quedaré aquí. ¡Aquí¡ Consumiendo mis días en el rememorar de tu ser, de
tu amor.
-Giras y giras dentro de una
especie de esfera de la cual no quieres salir y todo se ha acabado vida mía.
Todo se ha acabado. Error mío. Pero hay que seguir esa ruta por la cual
construirás tu destino.
-¿De que ruta hablas?- lagrimas
que caen por el rostro de Anne. Desesperación que la induce al grito y querer
abrazar ese alma volátil- No hay camino si yo no quiero. Te quería a ti. Ahora
tú hablas de otra vida.
- Si, querida Anne. Otra vida. Otro amor. Sin mi, sin
mi…Arrójame por favor a esas hogueras del olvido.
-¡Nunca¡ ¡Nunca¡
Anne se arrodilla al comprobar que no puede abrazarlo. La
luz de él se hace más intensa y la atrapa.
-Vamos mujer nuestro viaje comienza.
Y remar y remar por el universo,
entre estrellas, nebulosas hasta hallar
ese lugar que Anton quiere encontrar. Un viaje en el tiempo, en el tiempo atrás
con esos agujeros negros como barca que los lleva. Vagan y vagan entre la
penumbra y terribles nieblas hasta que la luz se hace.
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