Andaba descalza,
corriente abajo iba desnuda con un cuenco de rosas que iba repartiendo a medida
que descendía ¡Rosas para la brisa¡ ¡Rosas para la lluvia¡ ¡Rosas para las
arboledas secas¡ Rosas para esa agua fría donde introducía sus pies. Rosas para
aquellos que deseaban amar. Rosas para esos que anhelaban la amistad. Sí,
andaba descalza corriente abajo con sus sentidos adheridos a la esperanza, a la
paz. De noche era y la luna tenía un
toque especial, tanto, que ella no deja de mirarla. La guiaba como mujer de
esos encuentros con la naturaleza, con ese manantial que entre rocas soplaba a
favor de los desfavorecidos. Ella, ponía una nota de felicidad, de optimismo,
de energía constructiva que con la melaza de los vientos no podía ser fallo,
más errores no. Andaba descalza corriente abajo. Tropezó con la solidez de una
piedra, una piedra cuya forma de estrella la hizo detenerse, pararse para
observar esa especie de astro caído de un firmamento de nubes esparcidas y luna
alta. La cogió como se recoge algo especial y frágil. Su suavidad era tal que
sentía que se estremecía ¡Una piedra¡ La acarició, la beso y de ese contacto de
sus labios con su humedad nació el júbilo, la dicha de alcanzar la felicidad en
ese pequeño instante. Se la llevo consigo. Sí, corriente abajo hacia ese pueblo
de blancas casas y techos rojizos donde las campanadas ya daban el alzar de la
labor. Desnuda. Y antes de que todos se dieran cuenta se introdujo entre las
paredes de su casa. Un fuego lento y apacible la esperaba. Ahí, en esa chimenea
donde el crujir de las ramas secas daba luz y calor a toda la oscuridad de la
casa. Descalza, por qué andaba descalza se despidió de ese arroyo por el que
todos los nocturnos desnuda andaba corriente abajo. Se vistió y salió de su
casa. Ahora andaba por la tierra batida del pueblo observando cada encuentro,
cada buenos días del cual ella absorbía todo el aliento positivo de las
miradas.
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