(El Lago)
Cuando las nubes cenizas eternas estáticas
son cumbre de la bóveda celeste ella miraba a ese animal deforme como a la
conquista de alguna estrella fugaz navegante del nocturno para conquistarla,
para capturarla y guardarla bien bajo su corazón. No se sabía por qué sus
jornadas eran eviterno desabrigo de la palabra. Solo el canto de algún ave de
la noche en plena cacería la despistaba de sus pensamientos. Noche oscura,
noche donde su guarida una casa de noble maderas humildes la abrigaba de la
intemperie. Desde su ventana divisaba el lago, ese lago que con las nubes
quietas y una brisa que no resaltaba su presencia era se podría decir que
infinito. A lo lejos montañas de negro pintando el horizonte con el hermoso de
sus perfiles, a lo lejos esa ciudad que tanto añoraba ¿qué habría en ella? Solo
pequeñas cartas se la describían. La primavera ya entraba, era simiente de
pétalos de arco iris que al amanecer tiznaba tierra donde se hallaba. En el
centro de un lago apartada de la sociedad cuando llegó a la adolescencia. Sabía
leer, de matemáticas lo suficiente para después una existencia en aislamiento.
Solo una de las cartas que leía una y otra vez en ese viejo baúl era mensaje
del por qué tenía que vivir separa de todo contacto humano. Dudaba y entendía a
la vez. En este cavilar el sueño aprieta y se deja ir por el largo pasillo
hasta su mundo. Esperaría otro despertar, el paso del tiempo inexplicable tal
vez le ofreciera alguna razón.
Y
el despertar es sonoro ronroneo en el lago. Dorados peces que con las primeras
dianas solares sobrevuelan la profundidad de sus transparentes aguas, nubes que
se agotan con el vientecillo mañanero y sábanas que caen cuando su cuerpo es
movimiento, se estira y de sus ojos bosteza un nuevo día. Un nuevo amanecer
donde torritas nubes del nocturno han huido. Como siempre, como todos esos
esbozos al alba , con 30 primaveras arrollando sus castaños cabellos se alza,
es caricia de su cuerpo empezando por su liso vientre para alargar sus jóvenes
manos a sus senos. Senos vírgenes, senos que la llevan a sus labios intactos
por otros labios. Sus ojos rozan tímidamente el espejo de esa habitación y le
habla, le habla, del amor, por ejemplo. Excomulga su cuerpo de la pereza, se
ciega ante el espejo y se yerta ante ese viejo baúl bajo la ventana. Esa
ventana de cristales rotos. Por ella entra el influjo de la brisa mañanera, por
ella con las cortinas alzadas al son del vientecillo puede observar un viejo
roble quebrado en tiempos pasados. Le gusta ese instante. Un haz de luz
incidiendo en su rostro, en su cuerpo desnudo y vaivén de la brisa temprana. Ya
se encuentra absolutamente despierta y se dobla para abrir el baúl y releer la
carta. Tras cogerlas con lágrimas en sus mejillas se sienta en la cama
“ Querida hija:
Siempre será difícil el vernos de nuevo. El
compartir aquellos momentos de gran felicidad cuando tu viniste al mundo. No sé
que motivos darte. Solo decirte antes de darte una explicación que tu abandono
es motivado por protección en un lugar inconquistable por los humanos. Decirte
que te quiero”
Este primer párrafo, la sumía en una cierta
tristeza. Ese adiós que la desterraba de todo. Intentaba llegar a la última
imagen de su padre. Pero el no estuvo en aquella despedida. Su madre desapareció
no más que nacer ella con una honda depresión producida por el parto que la
llevo a una borrasca eterna. No la quería. Mujer refinada, mujer adusta y de
belleza sin igual ante los hombres. Traerla a ella a este mundo la impregnaba
de astillas colmadas por celos. Quería libertad, ser ella la única amada por su
padre. Las palabras de su padre ante aquellos absurdos celos y envidias las
rememoraba ahora. El no podía salir, asistir algún lugar aunque fuera un
pequeño paseo por los alrededores. Tampoco a trabajar. Cuando quedo en estado
todo se pronunció más vertiginosamente llegando incluso a la idea obsesiva de
asesinarlo. Iba a toda clase de curandera para que le diera ese brebaje que le
permitiera abortar, se daba y golpes en su estómago que no la llevaban a nada.
Ella tenía que nace. En este tiempo el país entraba en conflicto repercutiendo
la seguridad de cualquiera. Y nació, pero la salud de madre iba empeorando.
Varios médicos la examinaron extrañados el no saber el por qué de ese declive
de la salud. El veredicto final fue algún veneno injerido cuyos efectos
secundarios la llevarían a la tumba. Campos de cipreses barruntaban aquella
casona. Los médicos le explicaron el por qué el empeoramiento de su salud, de
su caída. Ante ello ella, su madre, acometió la más bárbaras y sucios arañazos
ante el error que había realizado. Culpo a su padre. Por ello tuvo que huir,
hombre buscado por la ley, por la injusta ley.
En
sus vagos pensamientos la jornada iba tomando más energía, un sol que se
columpiaba con el primaveral aroma de las flores. Las montañas tomaban restos
de nieve en sus cimas, gris en su cuerpo y verde en sus faldas. Un verde oscuro
que ella saboreaba en ese momento que su mirada se perdía a través de los
cristales de su ventana. La brisa era calma, el tiempo quieto y el rebozar de
los pajarillos daban un ambiente de paz, de serenidad. Después sus ojillos se
perdieron de nuevo en la carta, esa carta que tanto… que tanto guardaba en su
corazón, en su corazón…
“ Te
he dejado aquí porque a mi me acusaron de homicidio. Culpa de aquel ser
telúrico que fue tu madre y sus amistades, sus amantes, que más da. No deseaba
yo que te acogiera su rica familia donde todas las culpas, todos los aguijones
también te cercarían. Por ello cuando cumpliste 15 primaveras tuve que
alejarte, protegerte sin más. Hacer como si no existieras ante una maza
rompiente en tu vida. Ella sobrevivió aquel estado de gravedad pero yo ya era y
soy el hombre más buscado del país. Ella para ti no más que sería un látigo de
tachas hacia tu esencia frágil. Por ello cuando mi huida estaba ya muy próxima
a mi fin tuve que alejarte, esconderte ante sus garras abrasantes. Te deje con
solo el goteo de una luna y un sol que bien te mimarán cuando la soledad te invada.
Me quede cabizbajo, insatisfecho. Pero, dime ¿qué podía hacer? No quería tu
sufrimiento. Mas vale a veces estar solo
en esos ríos pacíficos del silencio y aislamiento que desembocar entre
agujas que te esclavizarían, que te torturarían, que te harían sufrir. Espero
que lo entiendas. Que me perdones por no estar contigo en ese lugar donde la
conversación es rienda del desierto. Todo es para tu seguridad. Ya te llegará
algún mensaje de esos amigos cuya amistad y fidelidad son inquebrantables. Se
despide, Tu padre. “
Sus mejillas son brumas de las lágrimas, son
eco de un retorcido mañana intocable. Ella recuerda, si recuerda ese último día
cuando una estación la separó del mundo de los vivos, de ese mundo donde los
celos y el engaño la distanciaron a ese lago. No sabía a donde se dirigía solo
estaba acompañada por el más digno y honesto amigo de su padre. Se subieron al
tren atravesando montes y verdes
praderas que la inspiraban en que perfecta es la naturaleza. Era invierno pero
las primeras nevadas aun estaban ausentes. Todo lo que se movía era enigmático
ramificado por esas vestimentas apagadas de la estación. De su acompañante solo
podía distinguir el mar azul de su mirada. Una mirada que se envolvía en la
seguridad, en la seriedad pero con un toque de misterio le resultaban a ello
inexpresivos.
-
¿A dónde
vamos?
-
Se te ha
prohibido preguntar pequeña.
Prohibir su pregunta. En el vacío de ese
vagón y solo el ronroneo del tren cuando es cauce de sus raíles la dejo un poco
de malhumor.
-
Solo es
curiosidad. No sé aun tu nombre.
-
La curiosidad
destiñe tu belleza. No puedo hablar.
-
No es
curiosidad señor. Todo esto me parece extraño, este viaje…¿Por qué no se quita
la bufanda? Estamos los dos solos en este departamento y tanto frío no hace.
-
No, no
puedo. Solo soy tu guardián.
“ Mi
guardián” se quedo pensativa ella con esa palabra. ¿Guardián de que? ¿Guardián
por qué? Ya afuera la atmosfera tomaba un gris cerrado, la marchito del día era
visible clareando así más lo verde del paisaje.
-
Solo
decirte que guardo promesa a tu padre y tu guía para esas nuevas tierras donde
te vas a mecer.
-¿Por
qué?-inquirió ella elevando más la voz- Tengo derecho a saber a donde voy, a
donde vamos.
El
grito de ella se había echo largo, tan largo que uno de los trabajadores de
servicio entró sin permiso previo.
-
Pasa
algo señor y señorita-
-
Nada-comento
ella sonriente- Soy yo que a veces alzo la voz un poco más de lo normal.
-
Pues
disculpe por mi intromisión.
-
No, no
se disculpe. Ha hecho usted muy bien. Siempre hay que vigilar y estar atento
por lo que pueda ocurrir en el tren.- dijo el con tono sereno.
-
Hasta
luego señor y señorita. Si necesitan algo no duden en llamar.
Cuando hubo salido el operario él miro
fijamente a ella por su rostro iba subiendo una espuma densa y roja hasta sus
ojos.
-¡Lo ves¡-enojado-Has provocado
que alguien pase a esta sala y ello puede ser peligroso aunque solo fuera un
trabajador ¡No preguntes más¡
-No se enfade pero es que este
viaje…
-Ya lo sabrás cuando llegues. No
te preocupes por ello.
Explicaba
el a ella. Ya en esas palabras se denotaba un cierto aire de tranquilidad, sus
ojos habían vuelto a la normalidad. Ella miraba a través de la ventana había
comenzado a anochecer, un nocturno estridente con el rugido de la locomotora.
-
Admiras
la naturaleza jovencita. Observa como la tierra es de un negro exquisito ¡Tan
relajante¡ ¡Tan pacífico¡
-
No, no
la admiro. Todo es oscuridad
-
¿Oscuridad?
Crees que solo hay oscuridad en ese paisaje que se va grandioso patrimonio de
la madre tierra. Estás equivocada. Pero no importa, ya aprenderás a amarla
cuando la tristeza y la soledad se haga hueco en ti. Ahora no lo entiendes pero
la naturaleza esos montes azabaches que persiguen nuestra mirada con la rapidez
de este medio de transporte es censura de la muchas penalidades. Ella en el
mañana te invitará a ser cascada bajo la sombra de sus cumbres, de sus flores,
de sus arboledas. Nunca te abandonarán, ni te eclipsarán como ave del frescor
de tu juventud. Te acurrucara en el regazo de su santuario cuando mires al
firmamento y sientas que esos astros son los más hermosos ojos que te pueden
mirar.
-
Por qué
no vamos a tomar algo, como los otros.
-
¡No¡ No
me escuchas. Siempre haces cosas que pueden ser peligrosas para ti, para tu
padre. Nadie nos puede ver podría levantarse una especie de chismorreo cuando
nos bajemos y tu ya sabes como son los cuentos se despliegan y son camino de
los que quieres que no se enteren.
-
-
¿Es que
acaso estamos huyendo de algo?
-
Es que
acaso tú no sabes que es mejor guardar la distancia entre desconocidos. Ser
vacío de sus fugaces miradas.
-
¿Qué
ocurre? No comprendo
No entendía nada, su razón
serpenteaba como aquel ferrocarril en la invisibilidad del significado de sus
palabras.
-
Tus ojos
muestran decepción, preocupación. No ocurre nada pequeña. La gente con sus
máscaras y disfraces pueden a veces hacerte daño, mucho daño. No te fíes de las
apariencias. Con esto quiero decirte que no saldremos de esta cabina hasta
llegar a la estación.
-
Solo
entiendo que de ser un disfraz, alguna imagen difuminada e irreconocible para
otros.
-
Exacto
muchacha.
Ella guardó de nuevo aquella emotiva carta.
Una carta entrañable y que la alojaba en los ecos de la añoranza. El perfume de
su padre era aun presente y con el todo su ser. Miró de nuevo por la ventana,
se distinguía un horizonte pleno en celeste pero roto por unas nubes plomizas
que se iban extendiendo.
“
Hoy habrá tormenta. Ello, me vestirá bajo este techo hasta que la calma llegue.
Todo se estremece a lo largo de un trueno que se acerca, que se aproxima a este lago donde mi ser yace en soledad. A
veces una soledad magnífica, es tan lindo todo esto…, tan perfecto. Lluvia,
agua que cae en el movimiento recto de su frescor, de su sabiduría sobre rocas
inanimadas donde que dejan correr su cuerpo. La necesidad me llama cuando un relámpago
a lo lejos es llama del amor. La necesidad de amor. De ser amada en el circular
de los días. A veces en este destierro provocado parezco morir. Si, morir”
Ella
cierra la ventana no quiere ser consciente de esa tormenta que la embarga en
nostalgias, en deseos imposibles. Acaricia la cortina y en su borde
cuidadosamente con sus yemas besa las letras que están inscritas “ Te quiero
Rosam. Tu padre”.
“Quizás nos volvamos a ver y podamos retomar
la aventura de ser padre e hija que reconstruyen su vida, su vida”, se dijo
para si misma.
La
tormenta continuaba su carga y ella en
un rincón donde se hallaba su mesa y una silla se sentó. Como siempre, como
todos sus despertares recurría a su diario.
“ Día 26 de octubre. Hoy he despertado como
otros tantos días explorando la esperanza. Y me pregunto si alguna vez seré mano de otras manos. Son
tantos años…La soledad es almohada que me recoge en mis sueños. Sueños ya vagos
que no se aventuran a la verticalidad de ser palabra a otro ser. La lluvia cruje
en mi ventana, cada gota es como si erupcionará la ilusión de alguien tocando a
mi puerta. Pero nada, la nada sigue ahí. La siento cimbrar en mis venas. Por
qué hacer girar la llama de la esperanza alrededor mí. Que será, que será.
Siento frío, un frío interior que me evoca a la tristeza. La espera es tan
larga y todo tan lejano. Los deseos se me vuelcan y la contradicción emerge
como algas que me atrapan en la profundidad del adiós. Si volviera a la
civilización me sentiría extraña. Ello me obliga a ser estática ave que no
desea emigrar ¡El temor¡ ¡El miedo¡ De ser mirada de otra mirada. Se fuerte, me
digo. Y alzo el reverder de mi espíritu en este lugar. Este lugar donde la
naturaleza me acompaña, me aconseja ser vertiente de la paciencia, de la calma.
Y llorar y llorar. Tengo tanto dolor. No se como anoche como otras tantas me
han dejado un paquete ¿Quién será? Será aquel hombre de ojos claros que iba en
el vagón conmigo. Periódicos atrasados, comida ¿Por qué no se deja ver? A lo
mejor es mejor así. Dudo. La duda me inyecta ilusiones. Espero que no sean
vanas. Me hallo desorientada. Presiento que alguien me protege, un alma
invisible que proyecta en mi mente la no desesperación, el arraigo a la vida. Mis palabras siempre tienen la
misma tonada. Un mismo color que desencadena al derrumbe ¡No¡ No me caeré por
el vertiginoso rumbo de las lágrimas.
Seré uniforme al paso del tiempo, del tiempo ¡Qué cansada estoy¡ Es dolor, es
la pena, es la nostalgia. Respiro hondo, muy hondo y no hallo explicación para
seguir con esta existencia. Me imagino hundiéndome en ese lago, ese lago cual
me vigila noche y día, día y noche. Con mis ojos cerrados. Con mi cuerpo
desnudo.”
Cada
palabra escrita la revitaliza a ser energética balada de su verticalidad. La
tormenta toma el sosiego y se aleja a otras tierras con sus truenos y
relámpagos. Se asoma a su ventana y la hojarasca esparcida y embarrada la
invita a pasear, a pasear por las mismas huellas de jornadas anteriores. Ahora
con la humedad latente, ese frescor, ese aroma a musgo. Su pisada. La bóveda
celeste manantial de un sol que embellece más ese lugar.
Retorna de nuevo a ese vagón, ese vagón desnudo de gente. El supervisor
toca, abre.
- ¿Desean algo señor y señorita?
- Pero es que usted no sabe esperar a que yo
le la orden de entrar.
El
hermetismo era sombra que bordeaba aquel caballero acompañante de mi viaje, de
ese viaje incierto.
-
Lo
siento señor, no quería molestar. Es la costumbre. Es que a lo mejor a la
señorita le apetece algo. Son muchas horas…
-
No se
nos apetece nada y haga el favor de no molestar más.
Un sudor de nerviosismo invadía al revisor. A través de
su mirada se adivinaba un cierto aroma de desorientación. ¿Qué hacer? Cerró.
Sus pasos con la estridencia del tren eran pesados, plasmados en el descontento
y desconcierto.
-
Que
pesados son. Sé que es su obligación pero las condiciones de este viaje no nos
permiten dar confianza a nadie. Me siento de malhumor, no me gusta tratar a
nadie así sea cual sea su cargo. ¿Quieres comer algo Rosam? He traído algo por
si la fatiga aparece.
-
No. No
deseo nada . Me hallo bien. Este viaje es muy largo y a donde quiera que
vayamos estoy deseando poner los pies en tierra.
-
Como que
no quiere nada. Debería comer algo. Sabe que el nutrirse salva a las almas de
esa prolongada tortura de los pensamientos. Si usted no come desfallecerá y eso
le provocará un cierto nerviosismo. Ande tome algo.
Se fija ella en al comisura de
los labios de aquel hombre, agrietados, ya sea por frío o por el avance de los
años. Tenía una curiosidad atractiva ¿Cuántas mujeres lo habrían besado? Y su
voz, ¡ay su voz¡ con esa serenidad contundente ¿a cuantas habría embelesado? El
se dio cuenta, se da cuenta de que estaba examinándolo, sabe que ella se
encuentra desorientada, desconcertada, dudosa para ese destino solo conocido
por el. La pesadumbre por un momento hizo mella en sus pensamientos y insuflo
un pequeño suspiro. Ella seguía explorándolo ¿Qué le pasará?, se preguntaba y
noto cierta tristeza en sus ojos. Miró de nuevo por la ventanilla la oscuridad
era tal que no se distinguía nada. Con las horas le llegó y el ronroneo de la
locomotora le llegó el sueño. Se quedo dormida. El la observaba mientras
explosionaba palabras de esperanza “ Ojala tengas suerte. Suerte en ese allende
territorio donde la luna será tu centinela cuando la noche cae, donde el sol te
vigilará cuando esta se acueste. Ojala
sepas sobrevivir en ese lugar donde la arboleda será tu fortaleza y las
montañas esas murallas impenetrables por cualquier ser humano. Las flores te
mimarán y serás libre. La naturaleza te guiará a ser mariposa que jornada a
jornada ira creciendo con su aroma, con la fragancia de la esperanza. No
estarás marcada como tu padre, nadie posará una mano sobre ti. Pobre hombre
¡Ay¡ Otro suspiro que despertó a Rosam. Lo miro pero sus ojos ahuyentaron las
lagrimas que le caía aquel hombre por las mejillas y se acorraló en el eclipsar
de sus párpados. Intuía, no solo intuía, sabía, que algo pasaba y ver un hombre
llorar no era normal.
Pensar
y pensar así afloró tras la lluvia fuera de su techo. Recuerda muy bien ese
hombre, su voz rumiaba ahora en su cerebro. Se detuvo olfateando esos algodones
plúmbicos que rondaban en el horizonte del lago. “ Solo horas me quedan para
ser caricia de mi cosecha que supongo que estará todo destrozado con la que
acaba de caer. Me da igual. Mañana renacerá un nuevo estallido otoñal y el
primor del sol me dará fuerzas para hacerla resucitar después de la
destrucción”. Se echó a andar en dirección a su huerto. Un huerto encharcado
pero aún así pudo recolectar algo. La tormenta no había sido tan fuerte. Unas
lechugas por aquí, unos tomates por allá. Inspeccionó el lugar y los charcos
abundaban. Pero pudo recoger. En una cesta se lo llevó a la cabaña y lo
depositó sobre la mesa para otra vez salir. A zancadas se introdujo en la masa
arbórea dejando al lago solo, sin el aliento de su presencia. Recolecto unas
cerezas pues ese lugar abundaban los cerezos. Húmedas, frescas se introdujo una
en la boca. La saboreó con el eclipsar de sus párpados. Respiró profundamente y
ese sabor entre agrio y dulcen la meció en la dicha por unos instantes. Se
pregunto por el amor, ese amor que nunca había vista, palpado o sentido. Como
besaría ella, ni se lo imaginaba. Como sería su acaricia si nunca había sido calidez
del ser humano. No podía responder a sus interrogantes. No podía asimilar como
sería sus palabras si algún día se encontraba con un ser de su especie. Retorna
al lago, ese lago que la abraza ahora que los dorados rayos salen a flote, como
a flote sale ese ferrocarril que la llevo a ese destino.
-
El tren
se ha parado pero no observo sombra alguna afuera.
-
Es para
retomar combustible. Todavía queda. Pero venga tenemos dos horas para estirar
las piernas.
-
Como que
estirar las piernas. ¿Es que vamos a salir? Me extraña.
-
Si,
vamos a salir. Necesitas coger un poco de aire fresco además no has comido nada.
Esto nos despejará la cabeza. Creo que el día de hoy esta resplandeciente.
Y salieron, bajaron de aquel vagón con el
impacto fugaz de los rayos solares. Un enjambre de pasajeros ya había
descendido de esa masa de hierro y carbón. Muchas horas, muchas horas en la
penumbra de una luz que ahora era natural. No tardaron mucho en adaptarse.
- ¿Dónde estamos?- preguntó ella
al paso de él.
Miró al horizonte, arboledas de un verde intenso, de un verde negro se
proyectaban ante ella. El cielo era de un celeste coloquial cuasi invitando a
cualquiera a saludar al mundo. En la estación no había nada, nada de nada es
como si hubiese un viaje a través del tiempo. Si un viaje a un lugar que por
muchos siglos no hubiese sido tocado por nadie y por nada. Una brisa ligera
levantaba algo de la arenilla del suelo de madera que ellos pisaban. Los demás
pasajeros fueron entrando.
-
Solo veo
montañas escarpadas y bajo el una especie de boscaje y esta estación. Y que
decir de ella es el desierto en persona. No hay nada más.¡Es tan solitario
esto..¡ Y yo que creí haber llegado a un lugar donde el movimiento de gentes,
donde el conjunto de edificios me permitiera entrar en un café o admirar los
escaparates. Me quieres decir dónde estamos.
-
Solo ves
lo material joven. No inhalas la fragancia reinante concebida por la madre
naturaleza. No ves que este lugar antiquísimo es una reliquia. Estás tan
ciega…Anda caminemos un poco, vamos por la parte trasera.
- ¿Que vamos a ver?
-
Por
ejemplo un café que bien humilde sirve el mejor café.
-
¿Un café? ¿Aquí?
-
Si, ya
te he dicho que caminemos un poco.
Se yerguen en la parte de atrás
de la estación, un espacio de verde hierba y grises rocas es el panorama. Un
pequeño café había. Estaba casi repleto de todos los que habían venido en ese
tren pero encontraron sitio.
-
Vamos,
ahí nos sentaremos.
-
Por qué
esa mesa, está muy alejada de los demás. Yo tengo necesidad de enredarme con la
gente.
-
¡Prudencia,
niña¡ Calla por favor. Yo soy tu tutor por si no lo sabías, tu guía y has de
hacer lo que yo diga por ordenes de tu padre.
A regañadientes se sentó donde él le indicó.
- Dime lo que quieres. Algo que
no sea galletas pues ya en el tren las has rechazado.
Aquella cafetería se llenaba cada vez más : parejas, amigos, solitarios,
familias. Teniendo muchos que compartir mesa con desconocidos. Con
desconocidos, de eso que huían. Ante ellos se presento una anciana mujer con un
vestido impregnado de duelo, con un dolor que la agitaba en sentido de unos
ojillos cuajados. Pálida, de manos temblorosas apoyada en su derecha por un
bastón. Esa aproximación, ese ser lo frenó a el en bloque. No lo esperaba.
-Buenos días viajeros. Si no os importa ya que
todas las mesas están ocupadas y aun queda aquí un sitio libre de sentarme con
ustedes- dijo la anciana escudriñando la los ojos de Rosam. A el no lo miraba.
- Si señora. Siéntese.
- Se puede saber a donde vais.
Estáis indiferentes a los demás como si estuvierais huyendo. Solo queréis pasar
como humo que se desvanece cuando se intenta tocar, mirar.
Si, una coz. Le sentó a el las palabras de la
anciana. Rosam por dentro se sintió divertida.
-Señora. Nosotros le permitimos
sentarse y acaso le hemos preguntado de donde viene y a donde va. No sea osada.
No son correctas sus preguntas.
- Perdone caballero que me halla
inmiscuido y vuestro misterio. No más que decir que vuestro camino hay una
amarga astilla que os induce a ser silencio. ¡Huís!
- Señora, no diga cosas absurdos.
- Bueno tómeselo como quiera
caballero. Yo ya soy mayor y no estoy para discusiones. Solo me interesan estos
raíles en los cuales en la travesía de este tren consumiré el resto de mis
años. Antes era vereda por la que múltiples amores pasaban por mi piel, por mis
labios. Paisaje de distintas pieles, de distintos idiomas y de arboledas
extrañas.
-¡Señora…¡
- No se moleste por la jovencita.
Estoy hablando de la vida, de mi vida. No se ofenda usted. Pero cada ser tiene
un don especial. Como podría explicárselo. Fui construyendo mi amor ideal en
cada uno de ellos, en cada labio que reposaba en mis labios, en cada esencia
que reposaba en mi esencia. Era como el romper de las olas sobre rocas carmín,
rocas azules donde el corazón se expande para después contraerse y decir adiós.
Mi espíritu se enriqueció ante tantas culturas.
Rosam cabizbaja por él la miraba de reojo. Absorta por las experiencias
de esa extraña mujer. Su naturalidad era sobresaliente.
-
Y dígame
señora- con ironía entonó el- ¿Quién le espera en la estación siguiente?
-
No se
ria usted caballero con mi arte de estudiar las culturas, de escribir sobre
ellas.
-
El arte
acaso de ser almohada con lo desconocidos. Eso lo llamaría yo otra cosa…Cuide
lo que dice ante la señorita.
-
Se
preocupa y protege esta linda señorita. Me parece bien. Pero ella en la vida
tendrá que atajar, zanjar todos los derrumbes que nos sobrevienen. Y tendrá que
luchar sola, no va a estar usted siempre a su lado.
-
Señora
comete errores en sus palabras. Cállese, por favor. Qué sabe usted de nosotros…
-
¡Oh¡ Ya
traen la comida.
-
Responda
señora por favor.
-
Responderé
después. Ahora no. Todavía no estoy preparada para ello. Además como usted
dice: no hay que inmiscuirse en asuntos ajenos. Y mis palabras son ajenas.
La anciana probaba todo como si
nunca hubiese visto esos tipo de alimentos, invitaba a la muchacha, invitaba a
él.
-
¿No come
usted señor?
-
No
-
Sabes
muchacha. Una vez cuando tenía tu edad y me hallaba en la selva fui recluida
por algunos días del contacto humano. Aquello era estar enterrada en vida,
apartada de todo contacto humano. Noche y día mis ojos permanecieron abiertos,
alerta ante tanto crujido y tanto ruido sibilino. La humedad me corroía, mis
emociones se escapan y me decía que había echo yo para merecer esto. El miedo y
el temor fueron conquistándome por muchos pensamientos positivos que tuviera.
En mi mente solo cabía que los muertos que aquel follaje exuberante saldrían de
las raíces, de las ramas y me atarían de manos y pies para llevarme con ellos
viva. Deseaba solo la claridad, cuando ella llegaba con la lentitud del terror
acompañada de mosquitos, bichos raros, animales extraños intentaba caminar
alejándome del delirio, de la pesadilla. Al cabo del tercer día me hallaron.
El la
mira, la observa, la escucha. En su interior una especie de tempestad se está
avecinando y no sabe como afrontarlo. Qué mala suerte, piensa. Haberse
encontrado con aquella mujer. Es como si ella supiera el destino de ella. El
cielo se había vuelto más azul, una brisa del norte azotaba ahora con más fuerza.
-
Yo no se
adonde voy, pero no me voy a separar de este caballero.
-
No digas
nada muchacha que el señor se puede enojar.
La
mesa quedó vacía, se habían comido todo. Todos los que estaban dentro de la
cafetería se iban marchando. De nuevo a ese tren donde tomarían descanso. La
señora se despidió, el no dejó que ella pagará.
-
Gracias
caballero- de sus ojos ancianos emanaban unas lentas lágrimas que bañaba su
tez- ¡Ay la vejez¡ Esta vejez que nos lleva a ser pesados. A entrometerse donde
una no debe. Disculpe usted y no se preocupe. Solo he hablado un poco de mi
historia. Estoy tan sola… Adiós pequeña.
La anciana se levanta y se aproxima a Rosam.
En su frente, en su frente joven fue beso suave. Después desapareció entre los
demás.
El firmamento parecía que quería escupir todo
lo que cargaba en buche. Frías gotas otoñales se enmacipaban de las nubes pero
Rosam seguía quieta en la laguna observando sus plantas acuáticas sobre su
superficie. Recordaba aquella anciana cuando le narró lo de la selva, su
pérdida. Fuerte soy, se dijo. Fuerte como este viento que con la lluvia quiere
arrastrar su entereza. Solo romperá algunas ramas pero sus raíces…Sus raíces
son tan duras de roer que permanecerán en su lugar. Aquí. Aquí…Hoy quiere
sentir el rugir de la naturaleza, un rugir que es terso según como se miro. El
viento me quiere tirar pero yo abrazada a este árbol con el lago revuelto ante
mí me mantendré, mantendré mi postura vertical. Así ha sido mi vida, bruscas
marejadas condensándose en el olvido en el despertar de cada día. Avalanchas de
peligros me han sobrevenido no solo al nivel síquico, sino físico pero ante
todo esto salgo victoriosa. ¡Por qué¡ Se van, se esfuman de mi cualquier
incidente, cualquier herida agarrándome más a la vida, la vida…¡Uf¡ como me
purifica esta potente lluvia. Estoy empapada, el barro llega a mis tobillos y
de tanto apretar mi cuerpo a este tronco me siento sangrar. Sï, sangrar, una
sangre que me alivia, que me sostiene.¡Te acojo como amante¡ ¡Me siento tan
dichosa¡ Aunque tu fiereza me aferra después bajo ese techo y tu voracidad
impacten a mi puerta como si la quisieras derribar. ¡Oh viento¡ Como si
quisieras poseerme. Me desafías, al menos me das trabajo. Labor de recuperar mi
huerto, labor de limpiar esa cabaña y rehacerla allí donde los goterones
pierden mi paciencia.
Rosam a rastras, llena de barro llego a la cabaña. Sentía escalofrío en
todo su cuerpo. Temblaba. Cuando cerro la puerta sintió aún con más potencia el
sabor del viento, la frescura de la lluvia torrencial que estaba cayendo.
Cuidadosamente se quito la ropa enchumbada de agua, calentó en un caldero agua
y la echó en una bañera. Se introdujo dentro e imagina su cuerpo sobre otro
cuerpo, sobre un sutil beso que se expande en las mareas de los sentidos. Su
peso caería en la mirada, esa mirada incierta de sus amores imaginarios. Amores
idealizados en ese afán de ser amada, de ser sacada de ese lugar. Caricia a
caricia resbala por su cuerpo por sus agrietadas manos. Lanza un suspiro, un
suspiro que la hace respirar muy hondamente. Inspirar e espirar hasta que todo
su ser encuentra relajado, pacífico como la borrasca que ya pasa. Piensa que
pasaría si fuera hombre. Todo sería distinto, ya no estaría ahí o nunca lo
hubiera estado. Lo dejarían ser libre. Libre como las grullas que visitan el
lago. Suspira. Inspira e espira y en el mecer de una vela cierra sus párpados.
Quiere descansar, sale de esa especie de tina y desnuda y mojada se mete entre
sábana. Se cuestiona que sueño tendrá. Y feliz se quedó dormida sabiendo que todavía
era cordura.
Y
soñó: estaba observando la luna muy atentamente, esa maravillosa bola blanca
que cuando los cielos están claros es luz de todas las sendas de ese bosque. Su
imagen se reflejaba en el lago. Pero no era como otras veces, su luz era más
impecable, más fuerte de lo normal. De repente del lago emergió un ser, un ser
pequeño como si hubiera dado luz una criatura. Ella se aproximo y al acercarse se
hizo cenizas.
Y llega otra jornada, ella despierta.
Directamente se dirige a su querido cerezo al lado del lago. Se alegro de que
estuviera intacto aunque el agua del lago estaba algo turbia. Miró al horizonte
y sus ojos contemplaron un hermoso amanecer.
De repente, ella que conocía todos los ruidos de aquel boscaje, sintió
un ruido extraño, anómalo a lo que estaba acostumbrada. Un ruido que tenía voz,
voz humana como la de ella.
- Vírate mujer. Vírate mujer y comparte conmigo la sombra de ese cerezo
que tanto amas.
Ella se gira y atentamente observa al que tiene enfrente.
-
Por qué
me miras así mujer.
-
Creo que
estoy soñando o entrado en la locura.¡Eres un sueño¡
-
Sí, soy
un sueño. A veces la esperanza es anclaje de las maravillas que pasean por
nuestra mente. Bajamos para nos más que ser danza transparente infinita en el
recuerdo como una nota más de la vida. Como alegría al gris de tus pasos por
estos parajes. Somos ese sueño renuncia de las adversidades, tentación que
evoluciona en un argumento para que la dicha vuelva a su cauce. Un nuevo
despertar. Un nuevo despertar sin esa celda de la soledad.
-
¿Y por
qué has venido a mí? Es tan raro todo esto.
-
No seré lastre de tus huellas. Solo ese
intenso perfume que queda en la memoria. Esa atrayente melodía de tus
desazonados días. Ven. Acércate para ser ese océano de los nocturnos astros bellos que completan
tu jornada. Acércate a este ser de ti y olvídate de esas espuelas que andan
escarbando tu corazón cuando más que desiertos te seducen.
-
No
puedo. No puedo aproximarme a ti. Ser parte de ti como esencia que reluce en el
aroma de las flores cuando la brisa se levanta. Eres tan distante a mi…Muchos
otoños, muchos inviernos, primaveras y veranos en el silencio del roce de la
palabra. Ahora vienes tu. Tantos años… Y me hablas. El temor me acecha. No se
que decir. Las palabras se desangran cuando intento, intento contar algo.
Aquel ser nacido del bosque ante
sus tristes palabras comenzó a aproximarse a ella. Rosam temblaba, se sentía
indefensa ante un igual. Rosam se sentía torpe, absurda. Tanto había deseado
hablar con un ser humano que ahora se encogía en la desesperación, en la
vergüenza de haberlo deseado tanto.
-Llego a ti suave como el
vientecillo que nos acaricia, como el cosquilleo sutil de los primeros rayos
solares. ¡Ay¡ bien de tristeza hay en ti…Seré beso, ese beso que se
disipará con el sonido el rumor de las
caracolas de la felicidad. No temas. ¡Tus manos vacías¡ ¡Tus manos agrietadas¡
¡Qué pena¡ Ven. Extendamos un abrazo que dará a tus sueños la buenaventura del
mañana.
Y la abrazó. Rosam no sabía que
hacer. Se sentía cohibida. De repente Rosam despertó de esa falsa ilusión.
Estaba abrazada al cerezo.
- ¿Por qué? ¿Por qué?-grita- Este
fallo de la vida. Oh cerezo mío me siento tan desdichada. Fuerza. Fuerza.
Esperanza. Esperanza.
Se dirigió como de costumbre a su huerto.
Estaba destrozado. Siempre lo mismo. Girar y girar en la cotidianeidad de días
idénticos.
De nuevo en el vagón. Pasa el supervisor pero esta vez toca antes de
entrar. Ellos dicen que todo bien y continua el viaje.
-Permaneces callado. ¿Pasa algo?
- Me preocupa para ser sincero la actitud de
que aquella mujer. No se. Ha sido imprudente que se sentará con nosotros en el
bar. Ya sé que no había sitio. Pero no sé. Menos mal que no dijiste nada.
Olvidemos a esa mujer.
- A mi me pareció simpática y graciosa.
-¡No Rosam¡ Mírame. Mírame bien. Hemos
cometido un error o mejor dicho nos han
hecho cometer un error. No podemos confiar en nadie como te he dicho y
no te dejes conquistar por la primera sonrisa, por la primera apariencia de los
seres. Nos pueden engañar después. Y eso sería muy doloroso. Tienes que
aprender muchacha a no dejarte llevar por esas impresiones primarias, no se
sabe lo que hay detrás de cada palabra, de cada mirada. No sabes sus
intenciones. Todo ha de ser lento, muy lento. Bueno, ya que poco para llegar.
Verás que todo saldrá bien.
Rosam lo miraba mientras intentaba imaginar a donde iban. Eso la ponía
de mal humor. Pero que hacer. El era un muro infranqueable.
-Fíjate Rosam como va cambiando el paisaje.
- ¡Qué me fije¡ Si no hay nada. Me gusta más
el color verde, el verde los montes. Pero ahora solo hay desierto de piedras.
-¡Si¡- suspiró-Así es la vida Rosam. Unas
veces somos desierto, otras verdor y otras ambas mezcla a la vez.
- No se. Todo esto. Me da la impresión que me
llevas a no se donde. Apartada de todo se podría decir.
Incidieron los ojos de Rosam y de él. El canelo miel de Rosam era ahora expedición
en las más profundas aguas de él.
-
Pues si
Rosam-contestó él afligido, desviando su mirada al exterior
-
Entiendo.
Rosam también desvió la mirada al exterior.
De sus ojillos alguna lágrima se correteaba por su tez.
-
Todo por
mi padre no.
-
Si
Rosam. Pero no te preocupes será por poco tiempo. Cuando todo se arregle
volverás con él.
Rosam volvió a la cabaña con pies enfangados.
Notó algo en el ambiente que ya era común a otras jornadas. Cogió el libro
había estado leyendo días anteriores y dentro descubrió una carta. ¡Otra
carta..¡, se dijo para si.
“
Hola Rosam. Se que te encuentras desanimada. Imbuida entre montes que a veces
no te dan respuestas. Pero te pido paciencia como siempre. Siempre te escribo
lo mismo. Todo se está arreglando y pronto nos veremos…”
Todo
se está arreglando y pronto nos veremos. Siempre lo mismo, se dijo. Se dejo
caer en la ventana y sus vidriosos ojuelos inspeccionaron el lugar. Buscaba,
buscaba…Solo hallo una foto, una vieja foto que tomaba cuerpo como halo que se
expande a través de su mirada. Frente a frente se encontraron, un abrazo acogió
a Rosam en calidez y ella se sientió fuerte, vertical.
-¿Cómo estás Rosam, Rosam…? Me miras y no dices nada parece que este
otoño da la bienvenida al invierno. El invierno de tus ojos. Vamos Rosam verás
como todo algún día será claridad. Salgamos afuera, bajo este techo te sientes
confusas y allí donde la arboleda es revoltosa con la caricia de la brisa da
frescura, da ánimo a tu ser.
Salieron de la cabaña. Ella, anciana, caminaba como si fuera conocedora
experta de ese lugar.
-¿A dónde vamos?
La anciana no respondió. Siguió con sus pasos
como parte del aire, como parte de Rosam.
A
medida que se introducían la oscuridad de la tupida floresta, zona que Rosam
nunca había ido por temor, la emoción corría por sus venas.
- No desesperes Rosam. Ya vamos a llegar.
Rosam estaba extrañada por ese mundo que
nunca había explorado, por esa anciana que se asemejaba a su bisabuela ¿Cómo
puede ser que seres muertos vuelvan? Tal vez porque ella lo había deseado con
ahínco. Tenía muy buenas historias de ella.
-
Ya está
Rosam. Cariño mío.
-
¿Qué
está?
-
La gruta
Rosam ¡La gruta¡ Nos adentraremos y tras ella nos despediremos.
-
Yo no
veo ninguna gruta.
-
Venga,
venga. Deja que quite estas ramas que la tapan.
La anciana sacó un puñal de su
cintura y comenzó a cortar todo ese follaje que tapaba la gruta.
-
Pero
como nos vamos a introducir ahí, es muy pequeño.
-
Cállate
hija y sígueme, no te rindas. No temas la estrechez de esta gruta ni su
oscuridad. Ya has tenido suficiente.
Rosam corriente de ella, la
seguía por lo angosto de esa cueva enervada de rocas protuberantes y gastada. Sentía
la humedad de siglos pero ese miedo, ese miedo que la asoló al principio había
desaparecido como desaparece la niebla cuando una lluvia cálida de siemprevivas
cae sobre tu rostro. Su bisabuela no dejaba de hablar y hablar que se convirtió
en relato. “ Cuentan las estrellas consoladas por el consolidado puente de los
enamorados que una pareja de gaviotas buscaron el júbilo de los nómadas
humanos. Cansadas por la soledad al ser ya insonoras a las costa donde sus
plumajes eran alba y solas como especie que todos querían atrapar se posaron en
cierta orilla esperando el amanecer. Dos seres al acecho, dos jaulas que se
acercaban como se acerca el puñal que te desangra a la muerte. Las capturaron.
Fueron llanto. Fueron heridas. Fueron súplica. Fueron silencio…Fueron sepultura
por la libertad y la esperanza. “
-
Ahora
tendré que vendarte los ojos.
-
Como que
me vas a vendar los ojos si aquí casi no se ve-replicó Rosam
-
Ya queda
poco Rosam. Yo te guiaré. Es que no debes saber ese paraje donde estás
protegida. Ya ves que no es por nada malo, solo es por cuidarte.
Sus ojos tapados a toda luz, a
cada recoveco de esa gruta. Rosam intentaba mantener su entereza pero a veces
se desesperaba. Sin ver lo que hay ante ella en esa cueva que se le hace
eterna…Se unieron sus manos y más lento se hizo el andar.
-Rosam ya hemos llegado.
-¿Puedo quitarme esta venda?
-
Si
Rosam.
Al despojarse de ese pedazo de tela Rosam
quedó sorprendida. ¿Pero que es esto se preguntó? Estaban en el mismo lugar al
cual habían llegado. Fuera de la gruta. Una gruta que intentaba buscar
desesperadamente y no hallaba.
La anciana comenzó a caminar por la misma senda anterior hasta llegar al
lago. Rosam desilusionada la seguía. Llegaron al lago. Ese lago que parece ser
eviterno amante de Rosam.
-
Me voy
Rosam. No me mires.
Rosam dio las espaldas aquel lago
mientras su bisabuela de nombre Margot con el regocijo de la noche se
introducía en sus aguas. Tuvo la tentación de darse la vuelta y lo hizo. No
podía dejar de pensar que otra vez la soledad la rondaría. Observo como a
medida se iba hundiendo en aquel lago una barca sin tripulante se acercaba más
y más a ella hasta ser ambas una misma y desvanecerse ante su mirada. Tristeza,
eso fue lo que ocasionó esa visita, esa visita que ahora camino de otro mundo,
de un más allá que ella desconocía. Se encerró en su cabaña y miró y miró otra
vez aquella añeja foto. De su comisura un pequeño indicio mezclado de sonrisa y
ternura surgió. Todo es un sueño, se dijo. Un sueño que quizás algún día pueda
ser realidad.
Y tras aquel pensamiento y la
foto descubrió otra carta. Otra carta que dejan cuando yo soy ausencia.
Hola Rosam. Aquí estoy de nuevo
escribiéndote. No me cansa. Siempre estás en mi mente como hija que adoro y
quiero. Sí Rosam, como hija que adoro y quiero. Esta vez soy yo quien escribe.
Siento muchísimo esta distracción de la vida para ti. Tú tan buena, tan
maravillosa, tan energética que has construido murallas infranqueables a la
maldad. A la maldad de estar alejada de todo. He de decirte hija mía que ya soy
libre ¡Sí libre¡ Mi llanto de felicidad por ti es inexplicable. Esto implica
que la soga que te ata a ese lugar será cortada, será quemada, será destruida
para que vuelvas. Prepárate.
Rosam enrojeció, se estremeció, dudo, se
desorientó. Ahora era libre. Libre como su padre. Ambos con la soledad
encallada a sus espaldas durante años ¿Y qué iba hacer ahora? Ya acostumbrada a
esa rutina de sol a sol.
El tren, el chirriar de raíles oxidados anunciaba esos valles
desconocidos para otros. Tres seres que se unían en la búsqueda de Rosam. Cada
uno de ellos se miraba, habían echo todo lo posible para que ella aguantara
tanto años. La habían protegido en esa jaula de montes como ave delicada,
frágil que ha de sobrevivir.
-Que dirá ¡Qué dirá¡ Cual será la
expresión de su rostro, de todo su ser. No despejo en mi mente esta idea ¡Son
tantos años…¡ ¡Pobrecilla¡- suspiró Juise, su padre.
Padre de mirada profunda en una mezcla de gris y azul mar. Pálido, de
corpulencia esquelética después de tanto años en la cárcel. Tiempo que
transcurrió en una celda aislado como así mandaba su esposa. Ahora ella había
muerto y con ello parecía que todo acto de culpabilidad desapareció. Todo fue
una trampa. Una trampa del poder. Juise asimilaba su aislamiento con el de su
hija. Un aislamiento que por la fuerza del amor y el coraje revindicaba la
esperanza y la libertad. Y la libertad llego y con ella la esperanza se puso
su traje más puro y más sereno que pueda
lucir. Ahora vagaba en ese tren como Rosam hace años. Sentado en el mismo lugar
que ella había estado enfrente de aquel amigo, de aquella amiga. Para el
parecía que el tiempo se había detenido. Sí el tiempo, el intocable paso del
tiempo no albergaba en su faz alguna cicatriz de su avance. Para ella, siempre
jovial, tampoco y eso que sus años ya eran muy avanzados. Era como si ese
encuentro con Rosam los hubiera rejuvenecidos sin embargo él, se sentía
acabado, triste, intentando disimular todo sufrimiento durante todos esos años.
-
Tal vez
en el ayer tenía que haber huido con ella y no dejarla así. Sí, como dos aves
en busca nuevos soles donde la sonrisa de un horizonte distinto a este nos
hubiera dado libertad. El justo crecer y crecer sin esos barrotes ya sean de
hierro o de arboledas en nuestro camino.
-
No
amigo. Ella, esa os hubiera buscado por todos los rincones de este planeta. Los
has despistados y ahora, esa se halla bajo tierra retorciéndose de toda su
malignidad. No amigo. No podíais estar juntos. Hubieras caído en su trampa es que acaso no sabes aún de su mano
maléfica. No amigo. No te arrepientas.
-
Sabes,
no me la imagino. Solo su imagen de antaño ¿Cómo estará?
El correr y correr de ese tren, la luna ya
se disipaba entre las agrestes montañas mientras su padre no hacía más que
pensar en ella. Ya estaba cerca.
-Ánimo Juise.
Con una palmada en su pierna
aquella anciana intentó darle energía de alegría.
-
Ya nos
aproximamos a esa parada. Esa parada donde todo habrá acabado.
-
Estoy
nervioso, la inquietud hiela mis huesos y esta sangre que corre por mis venas
parece erupcionar bajo una esfera de duda. Cada vez que pienso que estoy más
próximo a ello me estremezco. Y este estremecer me hace cobarde ¡Qué cobarde
fui¡- de sus ojos lágrimas brotaron- Pero que hacer ante la impetuosidad
grotesca de mi mujer. Maldita sea.
El ferrocarril se detiene. Y esa parada
consume a al padre de Rosam en una especie de ansiedad, de desesperación.
-
Siento
que me ahogo. No puedo. No puedo bajar- dijo en un mar de llantos.
-
Venga
hombre, todo ha terminado. Te arrastraremos sino pones parte de ti.
Cada uno con una mano se la
ofrecieron a Jusie. El perezoso se agarro a ellas como oxigeno que alimenta el
alma. Descendieron del tren. A Jusie le flaqueaban las piernas de temblor.
Esperaron que el tren se pusiera de marcha de nuevo y emprendieron la búsqueda,
la búsqueda de Rosam.
Rosam estática, dejaría todo como está
ante ese acontecimiento imprevisto, inimaginable. Todo se quedaría así como una
parte de su pasado que se ha de censurar. “ Y después de tantos años aquí
anquilosada, atascada sin recibir visita de nadie no más que esos espíritus
aventureros que me condicionaban en un
sueño mágico que luego se estrellaba. Ahora vienen ellos, extranjeros para mí.
Sí, son extraños en este paraíso que me han encerrado. Y que decir. No hay
palabras”
Las
horas pasan. Rosam siente desgana. Se mete entre sábanas. ¿Será real todo lo
que está pasando?, se pregunta. Dudosa cierra sus párpados y respira
hondamente. En ese inspirar e espirar es latido del letargo. Se duerme. Sueña. El
dolor se hace hueco cuando ella corre y corre por esas arboledas. Tropieza, cae
y el daño en sus carnes son heridas difícil de supurar. De nuevo se levanta y
sigue corriendo. A lo lejos avista una especie de cascada, pequeña pero el agua
que cae parece refrescante ante sus sudores, ante sus heridas. Se acerca. La
mira como se desvanece sobre las rocas. La penetra. Y detrás de ella un
acantilado que mira al vacío. Extiende sus brazos y de ellos manan alas
plateadas…
-
Rosam.
Rosam- dijo bajito la anciana-Despierta, somos nosotros.
Rosam no despertaba a pesar de
que la llamarán, de que le gritarán, de que la menearan en su cama. Rosam había
volado. Demasiado tarde. Rosam era ahora libre. Demasiado tarde. Rosam con su
tez pálida era río que se embarca entre los astros con ese destino cierto, con
ese final real. Una balada a lo lejos
sonó. Parecía que era la voz de Rosam. Canto que ella esbozaba cuando las
noches de invierno la hacían cómplice de esa cabaña. Ellos lo escucharon,
escucharon la pena amarga que esas notas emanaban de su espíritu. Ahora Rosam
descansaba. Demasiado tarde.
No, no quiero llantos emanaba de
la atmósfera que se respiraba en aquella cabaña. No, no lloréis. He sido fiel
con la vida, con la muerte. Comprender, marcharos. Seguid vuestras vidas. Es
mejor así.
Fin
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