Y es que acaso el largo silencio
es ese límite donde la fuerza de las palabras pierde contacto. Creo que si, que
el descuartizamiento de los deseos, del amor se va difuminando a través del
espejo que nos miramos. Estamos lejos, muy lejos. Yeguas que en su fuga a un
destino incierto se pierde entre esferas que no se tocan, que no se rozan.
Relatando la muerte del beso somos astros cuya luz ya no se divisa cuando la
madrugada avisa de la última tonada de la luna ¡Como hemos terminado..¡
Cabalgamos en el rumbo donde flores de mayo dejan de existir para ser
centinelas de un helar que raja, que rompe, que resquebraja el hechizo de
nuestras miradas. Ya no hay nada. No, no hay nada. Solo el recuerdo anclándose
en aquellos labios que una vez se acariciaron. Y es que acaso no nos queremos.
Pienso que no, que el derrumbe radical de nuestros sentidos eclosiona en el
laberinto pesado pero liviano a la vez de otras singladuras. Miro a la calle y
la oscuridad aun es latido que pisa las aceras, el asfalto. En el horizonte un
océano que como manto negro no deja de esperar al sol, aquí un alma que no deja
de esperarte. Contradicción. Sí, es una contradicción que me embarga a ser ambulante ave de paraísos
desvanecidos, de una llamada incesante del desnudo al desnudo de tu esencia, de
mi esencia. Y sin embargo no ando con la pena de cadenas engarrotando mi
mirada, solo estática. Quiero ser mujer de
hielo. Mujer que se va deshaciendo en la estela de tu rastro a medida
que el tiempo pasa.
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