Y no se, vuelas entre colinas
donde el auge de las aves migratorias concede ese don de ser libre ser de la
existencia. Tu pena revienta y te retuerce cuando de noche, cuando la luna es
lejano manantial que te seduce. Tu suspiro se vuelve lento y tu respiración es
ese vientre abultado que demuestra los pesares de este planeta. Hambre.
Desahucio. Forzadas cadenas que van a la par de tus tobillos induciéndote a ser
mujer de la nada. A ser mirada que recorre los escabrosos acantilados de los
escombros. Por qué te dices, por qué me digo, por qué se dicen. Imágenes
impactantes en el vivir del hoy. ¡Hoy¡ cuando el avance de manos de cuchillos
evolucionan hasta ti, hacia muchos otros. Pero levantas tus ojos. Tus ojos
opacos. Tus ojos de muerte. Tus ojos de lágrimas secas. Y eres un grito que
desciende por los cráteres del temblor.
Se habla, se dice. “¿Por qué esta miseria? Por qué he de ser yo y otros
vientres que se infla más y más con el paso de los siglos. Por qué no hay llantos.
Solo una mirada al infinito ofreciendo tu ser al océano, a esa frontera que nos
separa de lo básico”. Agua que corre, sol que emigra a las orillas de la
insensatez, oscuridad blanca que los invita a ser hijos del silencio, de fosas
comunes. Sin embargo no sé. Vuelas entre las pesadillas cierta que resuelves
con la esperanza de ser vertical existencia y la prolongada de sequía de tus
venas, de sus venas. ¿ Somos seres conscientes?, me pregunto. No, no. Somos eco
de un egoísmo y una hipocresía que asesina, que desgarra a nuestro espíritu de ser
en la nada.
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