Andas así como corroída por la
densa lluvia que sobre tu pecho cae y resbala a ras de tu piel. Tu desnudez
anuncia el desgarro de una herida que se difumina entre los barrancos. Te
miras, te observas y de nuevo eres esa muñeca que ensangrentada que de fosa en
fosa vaga al encuentro de su muerte. ¡Muerte¡ Muerte y vida. Vida y muerte. Se
entremezcla cuando la tarde avanza, cuando el astro rey se despide para otro
día ser ese alimento después del frío. De ese frío que atraviesa tus venas, que
arranca tu llanto, que desencadena la incertidumbre de si seguir adelante. No
sabes con quien hablar. Te estaciones donde las rosas pierden sus pétalos y te
quedas contemplándolas. ¿Para qué?, digo. Ya se que los años que pesan sobre ti
te han hecho mucho daño. Tanto daño….Que ahora solo eres una mujer acurrucada
en un rincón de tu cuarto de ventanas blancas. Gritas en tu sollozo y ese grito
es llamada de las aves que se evaden de tu tierra. Otro lugar, otras
experiencias donde tus ojos cerrados intentarán despertarse según el viento
determine. Quizás si. Quizás no. Tal vez sea ese profundo letargo a la media
luz de una esperanza, de un mañana que se funde, que se extermina en manos de
otros. Esos otros. ¡Tanto daño¡ Daño que remite una y otra vez en tu corazón,
en tu corazón y de nuevo vuelves a tu rincón.
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