Retorna de nuevo a ese vagón, ese vagón desnudo de gente. El supervisor
toca, abre.
- ¿Desean algo señor y señorita?
- Pero es que usted no sabe esperar a que yo
le la orden de entrar.
El
hermetismo era sombra que bordeaba aquel caballero acompañante de mi viaje, de
ese viaje incierto.
-
Lo
siento señor, no quería molestar. Es la costumbre. Es que a lo mejor a la
señorita le apetece algo. Son muchas horas…
-
No se
nos apetece nada y haga el favor de no molestar más.
Un sudor de nerviosismo invadía al revisor. A través de
su mirada se adivinaba un cierto aroma de desorientación. ¿Qué hacer? Cerró.
Sus pasos con la estridencia del tren eran pesados, plasmados en el descontento
y desconcierto.
-
Que
pesados son. Sé que es su obligación pero las condiciones de este viaje no nos
permiten dar confianza a nadie. Me siento de malhumor, no me gusta tratar a
nadie así sea cual sea su cargo. ¿Quieres comer algo Rosam? He traído algo por
si la fatiga aparece.
-
No. No
deseo nada . Me hallo bien. Este viaje es muy largo y a donde quiera que
vayamos estoy deseando poner los pies en tierra.
-
Como que
no quiere nada. Debería comer algo. Sabe que el nutrirse salva a las almas de
esa prolongada tortura de los pensamientos. Si usted no come desfallecerá y eso
le provocará un cierto nerviosismo. Ande tome algo.
Se fija ella en al comisura de
los labios de aquel hombre, agrietados, ya sea por frío o por el avance de los
años. Tenía una curiosidad atractiva ¿Cuántas mujeres lo habrían besado? Y su
voz, ¡ay su voz¡ con esa serenidad contundente ¿a cuantas habría embelesado? El
se dio cuenta, se da cuenta de que estaba examinándolo, sabe que ella se
encuentra desorientada, desconcertada, dudosa para ese destino solo conocido
por el. La pesadumbre por un momento hizo mella en sus pensamientos y insuflo
un pequeño suspiro. Ella seguía explorándolo ¿Qué le pasará?, se preguntaba y
noto cierta tristeza en sus ojos. Miró de nuevo por la ventanilla la oscuridad
era tal que no se distinguía nada. Con las horas le llegó y el ronroneo de la
locomotora le llegó el sueño. Se quedo dormida. El la observaba mientras
explosionaba palabras de esperanza “ Ojala tengas suerte. Suerte en ese allende
territorio donde la luna será tu centinela cuando la noche cae, donde el sol te
vigilará cuando esta se acueste. Ojala
sepas sobrevivir en ese lugar donde la arboleda será tu fortaleza y las
montañas esas murallas impenetrables por cualquier ser humano. Las flores te
mimarán y serás libre. La naturaleza te guiará a ser mariposa que jornada a
jornada ira creciendo con su aroma, con la fragancia de la esperanza. No
estarás marcada como tu padre, nadie posará una mano sobre ti. Pobre hombre
¡Ay¡ Otro suspiro que despertó a Rosam. Lo miro pero sus ojos ahuyentaron las
lagrimas que le caía aquel hombre por las mejillas y se acorraló en el eclipsar
de sus párpados. Intuía, no solo intuía, sabía, que algo pasaba y ver un hombre
llorar no era normal.
Pensar
y pensar así afloró tras la lluvia fuera de su techo. Recuerda muy bien ese
hombre, su voz rumiaba ahora en su cerebro. Se detuvo olfateando esos algodones
plúmbicos que rondaban en el horizonte del lago. “ Solo horas me quedan para
ser caricia de mi cosecha que supongo que estará todo destrozado con la que
acaba de caer. Me da igual. Mañana renacerá un nuevo estallido otoñal y el
primor del sol me dará fuerzas para hacerla resucitar después de la
destrucción”. Se echó a andar en dirección a su huerto. Un huerto encharcado
pero aún así pudo recolectar algo. La tormenta no había sido tan fuerte. Unas
lechugas por aquí, unos tomates por allá. Inspeccionó el lugar y los charcos
abundaban. Pero pudo recoger. En una cesta se lo llevó a la cabaña y lo
depositó sobre la mesa para otra vez salir. A zancadas se introdujo en la masa
arbórea dejando al lago solo, sin el aliento de su presencia. Recolecto unas
cerezas pues ese lugar abundaban los cerezos. Húmedas, frescas se introdujo una
en la boca. La saboreó con el eclipsar de sus párpados. Respiró profundamente y
ese sabor entre agrio y dulcen la meció en la dicha por unos instantes. Se
pregunto por el amor, ese amor que nunca había vista, palpado o sentido. Como
besaría ella, ni se lo imaginaba. Como sería su acaricia si nunca había sido calidez
del ser humano. No podía responder a sus interrogantes. No podía asimilar como
sería sus palabras si algún día se encontraba con un ser de su especie. Retorna
al lago, ese lago que la abraza ahora que los dorados rayos salen a flote, como
a flote sale ese ferrocarril que la llevo a ese destino.
-
El tren
se ha parado pero no observo sombra alguna afuera.
-
Es para
retomar combustible. Todavía queda. Pero venga tenemos dos horas para estirar
las piernas.
-
Como que
estirar las piernas. ¿Es que vamos a salir? Me extraña.
-
Si,
vamos a salir. Necesitas coger un poco de aire fresco además no has comido nada.
Esto nos despejará la cabeza. Creo que el día de hoy esta resplandeciente.
Y salieron, bajaron de aquel vagón con el
impacto fugaz de los rayos solares. Un enjambre de pasajeros ya había
descendido de esa masa de hierro y carbón. Muchas horas, muchas horas en la
penumbra de una luz que ahora era natural. No tardaron mucho en adaptarse.
- ¿Dónde estamos?- preguntó ella
al paso de él.
Miró al horizonte, arboledas de un verde intenso, de un verde negro se
proyectaban ante ella. El cielo era de un celeste coloquial cuasi invitando a
cualquiera a saludar al mundo. En la estación no había nada, nada de nada es
como si hubiese un viaje a través del tiempo. Si un viaje a un lugar que por
muchos siglos no hubiese sido tocado por nadie y por nada. Una brisa ligera
levantaba algo de la arenilla del suelo de madera que ellos pisaban. Los demás
pasajeros fueron entrando.
-
Solo veo
montañas escarpadas y bajo el una especie de boscaje y esta estación. Y que
decir de ella es el desierto en persona. No hay nada más.¡Es tan solitario
esto..¡ Y yo que creí haber llegado a un lugar donde el movimiento de gentes,
donde el conjunto de edificios me permitiera entrar en un café o admirar los
escaparates. Me quieres decir dónde estamos.
-
Solo ves
lo material joven. No inhalas la fragancia reinante concebida por la madre
naturaleza. No ves que este lugar antiquísimo es una reliquia. Estás tan
ciega…Anda caminemos un poco, vamos por la parte trasera.
- ¿Que vamos a ver?
-
Por
ejemplo un café que bien humilde sirve el mejor café.
-
¿Un café? ¿Aquí?
-
Si, ya
te he dicho que caminemos un poco.
Se yerguen en la parte de atrás
de la estación, un espacio de verde hierba y grises rocas es el panorama. Un
pequeño café había. Estaba casi repleto de todos los que habían venido en ese
tren pero encontraron sitio.
-
Vamos,
ahí nos sentaremos.
-
Por qué
esa mesa, está muy alejada de los demás. Yo tengo necesidad de enredarme con la
gente.
-
¡Prudencia,
niña¡ Calla por favor. Yo soy tu tutor por si no lo sabías, tu guía y has de
hacer lo que yo diga por ordenes de tu padre.
A regañadientes se sentó donde él le indicó.
- Dime lo que quieres. Algo que
no sea galletas pues ya en el tren las has rechazado.
Aquella cafetería se llenaba cada vez más : parejas, amigos, solitarios,
familias. Teniendo muchos que compartir mesa con desconocidos. Con
desconocidos, de eso que huían. Ante ellos se presento una anciana mujer con un
vestido impregnado de duelo, con un dolor que la agitaba en sentido de unos
ojillos cuajados. Pálida, de manos temblorosas apoyada en su derecha por un
bastón. Esa aproximación, ese ser lo frenó a el en bloque. No lo esperaba.
-Buenos días viajeros. Si no os importa ya que
todas las mesas están ocupadas y aun queda aquí un sitio libre de sentarme con
ustedes- dijo la anciana escudriñando la los ojos de Rosam. A el no lo miraba.
- Si señora. Siéntese.
- Se puede saber a donde vais.
Estáis indiferentes a los demás como si estuvierais huyendo. Solo queréis pasar
como humo que se desvanece cuando se intenta tocar, mirar.
Si, una coz. Le sentó a el las palabras de la
anciana. Rosam por dentro se sintió divertida.
-Señora. Nosotros le permitimos
sentarse y acaso le hemos preguntado de donde viene y a donde va. No sea osada.
No son correctas sus preguntas.
- Perdone caballero que me halla
inmiscuido y vuestro misterio. No más que decir que vuestro camino hay una
amarga astilla que os induce a ser silencio. ¡Huís!
- Señora, no diga cosas absurdos.
- Bueno tómeselo como quiera
caballero. Yo ya soy mayor y no estoy para discusiones. Solo me interesan estos
raíles en los cuales en la travesía de este tren consumiré el resto de mis
años. Antes era vereda por la que múltiples amores pasaban por mi piel, por mis
labios. Paisaje de distintas pieles, de distintos idiomas y de arboledas
extrañas.
-¡Señora…¡
- No se moleste por la jovencita.
Estoy hablando de la vida, de mi vida. No se ofenda usted. Pero cada ser tiene
un don especial. Como podría explicárselo. Fui construyendo mi amor ideal en
cada uno de ellos, en cada labio que reposaba en mis labios, en cada esencia
que reposaba en mi esencia. Era como el romper de las olas sobre rocas carmín,
rocas azules donde el corazón se expande para después contraerse y decir adiós.
Mi espíritu se enriqueció ante tantas culturas.
Rosam cabizbaja por él la miraba de reojo. Absorta por las experiencias
de esa extraña mujer. Su naturalidad era sobresaliente.
-
Y dígame
señora- con ironía entonó el- ¿Quién le espera en la estación siguiente?
-
No se
ria usted caballero con mi arte de estudiar las culturas, de escribir sobre
ellas.
-
El arte
acaso de ser almohada con lo desconocidos. Eso lo llamaría yo otra cosa…Cuide
lo que dice ante la señorita.
-
Se
preocupa y protege esta linda señorita. Me parece bien. Pero ella en la vida
tendrá que atajar, zanjar todos los derrumbes que nos sobrevienen. Y tendrá que
luchar sola, no va a estar usted siempre a su lado.
-
Señora
comete errores en sus palabras. Cállese, por favor.
La mirada
de el se volvía feroz. Buscaba en aquella mujer ni sabia el que.
continuará
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