El viento sopla en la certidumbre
de las mareas que nos rodea. El alma se deja vencer por el agotamiento y una
ráfaga de incendios invade nuestra esencia. La tarde se corona con el naranja
de un astro que nos presta su calma. Ella se halla ante la ventana admirando,
tragando del elixir de la serenidad.
Ella: Mi rostro se invade de la sutil fragancia de un viento
que ansia penetrar por mi desnudez. Mi cuerpo desnudo. El calor que te silencia
el ánimo de ser gaviota que levanta
vuelo para dirigirse a rutas desconocidas.
Viento: Ir y venir sobre tu piel, sobre tus senos como
éxtasis de un ser en equilibrio. Pero he de decirte que temprano, mañana,
cuando la fresca acaricie los olivos de los campos el rugido de la erupción
vendrá con sus temores, con sus penas.
Ella: No te entiendo. Que me quieres decir.
Viento: Mañana temprano con la
fresca la ciudad descansará en la penumbra cuando el hambre y la sed sea
vientre abultado que nos mueva a la lástima. Hemos abandonado a nuestros
amigos, a esos aliados de la madre tierra cual imagen desaparece de nuestros
pensamientos. Huimos, estamos huyendo hacia el infernal grito de la inocencia,
de la injusticia. Escúchalos, escúchalos como sus fosas comunes son retumbar en
esta esfera.
Ella: Yo aquí respiro del sol, de tu aliento y me siento
ante tus palabras caer. Que pequeña soy. Si yo pudiera…
Viento: Si todo nos uniéramos no existiría este exterminio.
Un exterminio televisado, radiado, publicado mientras los gobiernos embarran
sus economías con absurdos. Que me importa a mi Marte si en este planeta se
está autodestruyendo, si solo hay muertes y más muertes injustas.
Ella: ¡La muerte¡ Dama de los
desfavorecidos.
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